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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 19 de junio de 2017

Iván Fandiño. Algo se muere en el alma / por Paco Mora


Su última tarde en los ruedos en Aire-sur-l`Adour

Pero, la muerte de Iván Fandiño me ha roto todos los esquemas y que nadie me diga aquello de que “siempre caen los mejores”, porque es un contrasentido que se escapa a mi comprensión. Como en la canción del amigo que se va, también a los buenos aficionados, cuando un torero cae en el ruedo algo se nos muere en el alma…


Algo se muere en el alma

Estoy todavía bajo la catarsis que ha producido en mi ánimo la muerte de Iván Fandiño. La tragedia en el ruedo siempre está dentro de lo posible, sino el toreo no tendría la grandeza que tiene. Pero jamás se espera. Se presenta de improviso y a todos nos sorprende y nos anonada. Hoy, el diario vivir me parece menos atractivo, y tratando de darle vueltas en mi cabeza a las circunstancias que rodearon la cornada mortal del torero de Orduña, solo saco en claro lo poco que podemos influir los seres humanos en el hecho de permanecer vivos.

Tuve con Iván Fandiño una relación que se circunscribía al saludo cordial y a momentos de conversación en el callejón de alguna plaza de toros. El torero, que ahora estará en la gloria que Dios tenga reservada para los que mueren en la arena, era una persona sumamente educada que inspiraba confianza y daba la sensación de ser un hombre sin rincones ni aristas. Fandiño era como era, y si algunos creían ver en él una actitud de la clásica “chulería” del torero que se cree un elegido de los dioses, se equivocaban de medio a medio porque ese empaque era la coraza con que salía cada tarde a jugarse la vida en el palenque, sin la mínima reserva.

Iván era todo humanidad, sentido común y comprensión de la realidad. La última vez que hablé con él me dijo: “Ya ve usted Mora; en esto cada día tiene uno que comenzar de nuevo y lo pasado no cuenta…al menos para bien”. Supongo que se refería a la circunstancia de que, en su última actuación de Madrid, el pasado San Isidro, un sector del público venteño no supo respetarlo, comprendiendo que el material que había tenido delante no daba para más. Su gesto, al decirme esto, era de resignada tristeza.

Fandiño ha sido un auténtico luchador, como lo fueron los toreros vascos anteriores a él, desde Martin Agüero, uno de los mejores estoqueadores de la historia del toreo, al que conocí y traté bastante en Barcelona adonde viajaba muy a menudo para visitar a su hija, que tenía en la calle Hospital de dicha ciudad una tienda de material ortopédico, hasta José María Recondo y los hermanos Manolo y Miguel Chacarte. A Cocherito de Bilbao, como es natural por razón de mi edad, no llegue a conocerlo y solo sé de él lo que cuentan las historias de la Tauromaquia. Pero parece que también fue un “tío” de una pieza.

Pero, la muerte de Iván Fandiño me ha roto todos los esquemas y que nadie me diga aquello de que “siempre caen los mejores”, porque es un contrasentido que se escapa a mi comprensión. Como en la canción del amigo que se va, también a los buenos aficionados, cuando un torero cae en el ruedo algo se nos muere en el alma…


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