Manuel Jesús Cid
Proclamo que la faena de Juan Del Alamo me procuró gran bienestar. Creo que la palabra es adecuada. No hablo de emoción, no hablo de vello de punta como en algún momento del heroico trasteo de Ureña con “Pastelero” hace dos días.
Aviso para navegantes: Requerido por un compromiso ineludible el maestro Márquez y ante la despavorida espantá de cualquier posible sobresaliente, la reseña de la corrida -o algo que se le parezca- ha quedado brutal y arbitrariamente asignada al que suscribe, tercer peón de la cuadrilla, el de máxima desconfianza y sólo culpable de pasar por aquí en este final de Feria.
Y sin embargo son ya muchos años de ver toros, un tiempo de forma seguida, hoy ya de forma desgraciadamente más errática. La única conclusión medianamente clara tras tan larga y procelosa travesía es la inmutable permanencia de mi terror cerval a opinar sobre toros. Tan inmutable como mi inalterable asombro ante la facilidad con que todo el mundo se expresa sobre tan empinada cuestión. Me atrevo temerariamente a opinar sobre filosofía, sobre política, sobre señoras incluso, si media la absorción de algún producto enológico, pero opinar sobre toros, incluso con ayuda báquica, se me sigue haciendo muy cuesta arriba.
Oigo ya quien me diga, cargado de razón: “Usted que dice temer opinar sobre toros, bien que presume algunas veces de reflexionar sobre ellos”. Ciertamente. Hasta el punto de comunicarle al público de este tendido mi actual necesidad de cierto retiro espiritual para poder hacer frente a la lidia de un complicado morlaco, un balance del pensamiento contemporáneo sobre la tauromaquia. Pero la diferencia es meridiana: toda reflexión sobre toros se hace desde la barrera. En cambio reseñar una corrida es el equivalente intelectual de quien actúa desde el ruedo. Quien mejor lo expresó fue el gran Michel Leiris (1901-1990), escritor variado y etnógrafo, autor, ya en 1937, del esencial “Espejo de la Tauromaquia”, publicado en España por Turner (1995) en traducción de Pedro Romero de Solís y de cuya ubre mamaron todos los posteriores estudiosos del simbolismo taurino: “Nada tiene valor en el hecho de escribir… si no es un equivalente de lo que supone para el torero el pitón afilado del toro […] Esto es lo que le confiere una realidad humana a la escritura y le permite ser otra cosa que triviales gracias de bailarina”.
Aquí desde la trinchera, con la bayoneta calada y a punto de lanzarme a una obligada carga de la que no saldré vivo, me atrevo a formular una postrer opinión: Casi todo lo que se ha escrito sobre la fiesta de toros, incluso desde la calidad, ha sido, en el mejor de los casos, una forma de huir de su realidad cotidiana, en el peor, de autopsiarla en vida. Los que piensan o simulan pensar sobre toros lo hacen desde la perspectiva del rito, de la parte repetitiva de la Fiesta, la que tenemos tan interiorizada los aficionados que ya casi no la percibimos. Porque lo que cuenta es lo efímero, lo irrepetible, el día a día de cada corrida. Por esto, no nos engañemos, el único filósofo taurino válido es el aficionado asiduo y exigente. Exigente porque exige mucho del toro y mucho del torero. Exigente, sobre todo, porque exige mucho de sí mismo. No les llego ni al tobillo.
Pero basta de darle largas al asunto, llámense afaroladas, cambiadas o cordobesas. No hay más remedio que santiguarse y salir a los medios.
Después de la mítica tarde de ayer, pensé que la de mi alternativa como crítico sería tan tranquila como anodina. No fue así. Salió muy interesante la corrida de Alcurrucén, generalmente bien presentada, justos de trapío segundo y quinto, alto, escurrido y algo destartalado el que hacía sexto. Corrida encastada, con variadas muestras de mansedumbre de salida y que siguió una general tendencia a venirse arriba en el transcurso de una lidia tirando a mediocre. Sorprendente el increíble tercero, muy bueno el cuarto y duro de pelar el sexto, siendo el quinto el peor del encierro.
El primero manseó algo de inicio, saliendo suelto del primer puyazo hacia el picador de puerta donde terminó de tomar la segunda vara. Tras un intento de quite zarrapastroso de Joselito Adame, sólo cabe reseñar un correcto segundo par de Curro Robles. Desde el inicio de la faena de muleta el toro se viene arriba, cabeceo incluido. Descaradamente temeroso el trasteo de El Cid. Ya sentencian las voces populares: “Quien te ha visto y quien te ve”; “Está pá dejarlo”. Al final una tanda de derechazos digna y ligada para dispersar los nubarrones de la inminente bronca. Finalmente Manuel Jesús agarra una buena estocada, rematada con un fulminante descabello. Dice la voz popular: “Qué hijo de puta, ahora los coge”.Otra a continuación: “Diez años de lo de Bilbao”.
Colorado, capirote, bociblanco y paticalzado el segundo, que toma la primera vara en la Puerta de Caballos. Anodina pelea con la “acorazada de montar” que solemos decir los críticos casposos. Del Álamo intenta lucirse en un quite por chicuelinas industriales. Tras pensarlo un buen rato, creo que la única palabra que conviene para referir el posterior trasteo de Joselito Adame es la de “impresentable”. En el sentido de que no sé ni cómo presentarlo. Intuí también que en ningún momento se habían efectuado las debidas presentaciones entre toro y torero, ya que se trataron con lo que me pareció soberana indiferencia recíproca. Finalmente tres pinchazos a cual más feos y tres descabellos. Como suele ser habitual en esta perra vida, murió un toro que podía haber pretendido a un destino mejor.
Tras su muy premiosa salida, llegué por un momento a confundir el colorado en claro tercero con un turista japonés despistado y adepto del budismo zen. Frente al primer capote, demostró terror, horror y pavor. Admirable la pronta lucidez de Del Álamo que desde el primer síntoma de arrancada intuye al toro y le arranca una excelente serie de verónicas largas pulcras y templadas. El toro sigue desconcertando en varas. Se repucha en la primera, saliendo de najas hacia la Puerta de Caballos. Se emplea inesperadamente en la segunda. Se arranca solo y de lejos en la tercera ocasión para repucharse con el picotazo. Lo mismo ocurre en una cuarta arrancada de lejos. En el inicio de faena, rodilla en tierra, Del Alamo instrumenta una excelente y plástica serie de pases por bajo, largos, curvos y templados donde se revela la increíble transformación de lo que parecía un manso de libro. El pie de apoyo clavado en la arena como la punta de un compás, vertical, Del Alamo dará tres tandas de derechazos todos pulcros y ligados, entretejidas con algún excelente molinete y kikirikí y rematadas con eternos pases de pecho en dos tiempos, desviando en el segundo la embestida del toro hacia el hombro contrario. Huelga decir que entretanto el llamado “Licenciado” se había transformado en una benévola máquina de embestir como no se atreven a soñarlas los Domecq ni en sus noches más ilusas. La faena fue estéticamente perfecta y planteada desde la cabeza de un torero aparentemente bien dotado en neuronas. La estocada fue sincera y quedó arriba hasta los gavilanes. Pero el toro echó algo de sangre por la boca que mantuvo cerrada con aguante de bravo hasta derrumbarse finalmente en la boca de riego. La doble petición de oreja fue multitudinaria y la negativa del presidente a conceder el segundo apéndice provocó una bronca de calidad tan suprema como el turrón de Xixona. Del Álamo se desquitó dando una segunda vuelta por su cuenta, jaleada por el público. Nueva bronca a la presidencia antes de salir el cuarto.
Proclamo que la faena de Juan Del Alamo me procuró gran bienestar. Creo que la palabra es adecuada. No hablo de emoción, no hablo de vello de punta como en algún momento del heroico trasteo de Ureña con “Pastelero” hace dos días. Sé bien que toda anteposición de la plástica al riesgo, en los toros, es síntoma preagónico, pero creo que la verticalidad del torero de Ciudad Rodrigo, su faena atornillada, donde no “perdió” ni uno de los cientos de pasos habituales, compensa los defectos de colocación y de interioridad que le reprocharon las mejores cabezas de la Andanada 9.
El cuarto toro, “Antequerano” se emplea en su primera vara antes de salir repuchado hacia la Puerta de Caballos. Se arranca de lejos para la segunda donde lo agarra bien Jesús Ruiz Román. Dos buenos pares de José Luis López “Lipi”, el primero arriba, el segundo excelente, marcando los tiempos y reuniendo los brazos. Cinco tandas instrumentará El Cid a su segundo. Los primeros derechazos nos los obsequia un torero doblado cual alcayata y despegado. En la segunda tanda tres cuartos de lo mismo. En los naturales terceros casi florece la ilusión. “P´alante y pa dentro” le grita “EL Bombero”. Pero ni caso. La tanda número 4 es de la misma hornada que la primera y la segunda. En la quinta rozamos el milagro ¡Aplaude “El Bombero”! Un pinchazo sin soltar el estoque y una buena estocada trasera. El toro, que fue excelente hasta el final de la larga faena, afea su expediente yendo a morir en la puerta de chiqueros. Fuerte ovación para el de Salteras que se agacha y recoge un puñado de venteña arena para besarlo. “¡Detalle de pobre!” le grita una voz popular, despiadada y periodística.
El “Afectísimo” quinto, justo de trapío, derriba estrepitosamente con sólo topar contra el caballo. Sale suelto de la segunda vara mientras el quite de Del Alamo por verónicas nos sabe a rebajas de verano. Nada reseñable en banderillas. Ni tampoco a continuación. Correremos un tupido velo sobre el nefasto paso de Joselito Adame por Madrid. Todos quedamos afectadísimos por la sórdida muerte de “Afectísimo”, primero atravesado antes de expirar degollado.
Cuando sale Del Álamo al encuentro del alto, veleto y destartalado “Bocineto”, nueva ovación al torero manchego y nueva bronca al bueno de Don Trinidad. Tal como está el patio, está claro que sólo le bastará agacharse para recoger la prometida Puerta Grande. La cosa empieza por mal camino, una extraña serie de verónicas con las patas de torear en un lío de total inversión de lo preceptivo. Le cuesta Dios y ayuda al pobre Pedro Vicente Roldán meter al toro en el caballo. La primera vara, en chiqueros, ve a Bocineto echarse con suma facilidad caballo y picador al pescuezo antes de derribarlos. Aprieta duramente el toro en banderillas. Jarocho y Gómez Pascual al menos las dejan puestas. La faena debuta con una emocionante arrancada de Bocineto. Nada que ver el trasteo de Del Álamo con la faena al tercero. Mejor colocado frente a un toro que “no se deja”, durante tanda y media el torero parece poner en práctica los preceptos sagrados del gurú de la andanada: “Citar desde adentro, torear p´adentro y salir dentro”. Se gana unos aplausos de la sagrada exigencia. Entre bastante desecho. La estocada es fea, próxima al bajonazo. Pero Don Trinidad claudica ante la Vox Populi. El caso es que en ningún momento sonarán los rituales y esperados “Plás, plás, plás” de la protesta minoritaria y sadomasoquista. La voz popular y periodística clama entonces y se lamenta ante lo que considera un nuevo síntoma de la decadencia de Occidente. Coincido con ella sobre la realidad de tal decadencia pero no creo que llegue a tanto el carisma de Juan Del Álamo.
Así más o menos creí ver las cosas en esta tarde del 8 de junio 2017, desde la Andanada 9 de las Ventas del Espíritu Santo. No se molesten en elevar protestas airadas al Director. Soy crítico eventualísimo y me río de cualquier posible despido.
La arena de Madrid
Antes de (la) Nada
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