Si lo que pretendía Antonio Grande era rotular en su tarjeta de visita aquello de “matador de toros” lo ha conseguido por completo y, lo que es mejor, con un éxito de clamor aunque, no nos engañemos puesto que todo ocurría en una plaza de tercera en la que Morante, por aquello de lograr su objetivo por sumar más de cien corridas, se ha apuntado a cualquier villorrio con la finalidad de lograr su propósito.
Es desalentador según funciona el mundo de los toros cada vez que un muchacho se doctora; lo que debería ser una felicidad indescifrable, dado el sistema actual, doctorarse es poco más que una tragedia, y lo digo con pesar, con toda la pena del mundo pero, obviar la realidad sería una tontuna sin límites. Yo quisiera, como todo el mundo, que los chavales que se doctoran tuvieran las lógicas oportunidades para demostrar todo aquello que llevan dentro pero, de forma lamentable, lo que digo no deja de ser una quimera casi siempre irrealizable.
El chaval descrito, Antonio Grande, será una víctima más del sistema puesto que, ser doctorado por Morante no es licencia alguna para nada. Tras leer estas letras, cualquiera podría pensar que se trata de un ataque frontal hacia este diestro ilusionado y, es todo lo contrario; el ataque es siempre contra el sistema establecido que, si a los que han sido grandes novilleros y han logrado épicas inenarrables apenas les escucha nadie, ¿qué será de un chaval que ha toreado dos novilladas y se ha doctorado en un pueblito?
Mucha suerte para el chico pero, la realidad, los datos, el sistema y todo el entramado que rodea la fiesta taurina nos viene a demostrar que, cualquiera, por muy relevante que sea en calidad de novillero si los demás no quieren, el drama está servido. Es cuestión de mirar hacia atrás y comprobar todas las alternativas que este año se han concedido, entre ellas, la de Manuel Perera que, doctorado en Sevilla con todo el mayor esplendor posible, en toda la temporada creo que sumó otra actuación en un pueblo. Los datos, como digo, tienen tanto dramatismo que asustan a cualquiera. Lo que no entiendo es cómo todavía siguen habiendo chavales que quieren ser toreros, a sabiendas, claro está, de que todo está sujeto al milagro que casi nunca llega.
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