Rafael Gómez “El Gallo” en uno de los establecimientos que frecuentaba, en 1949 (Cano, Museo Taurino de Valencia) |
"...el azar quiso que, tras comentar sus intenciones con unos conocidos, éstos le advirtiesen que en Inglaterra no se celebraban corridas. El Gallo no podía creer lo que estaba escuchando, y tras exclamar: “¿Entonces qué hacen los ingleses los domingos por la tarde?”, resolvió cambiar de planes y abandonó la idea de visitar la capital británica..."
Domingos sin toros
Carlos Bueno
Burladero/25 de octubre de 2022
La anécdotas protagonizadas por Rafael Gómez “El Gallo” son inagotables. En cierta ocasión un buen amigo suyo le comentó que había estado en París y que se trataba de una ciudad encantadora que no debía dejar de visitar en cuanto tuviera ocasión. El “divino calvo” le tomó la palabra y un buen día salió de su casa, paró un taxi y le indicó que le llevase a París. El taxista no lo dudó ni un momento y puso rumbo hacia el parque de los Bermejales, se adentró por la avenida de Francia y al girar la esquina de la calle París le preguntó a la altura de qué número debía detenerse, a lo que Rafael contestó entre sorprendido y recriminante: “A la calle París de Sevilla no. ¡A París de la Francia!”. El taxista quedó atónito, pero tras comprobar que no se trataba de ninguna broma pasó por casa, recogió su equipaje y llevó al torero hasta París de la Francia, donde permanecieron un par de días de turismo antes de volver a la ciudad bética. Nadie supo jamás cuántas pesetas le costó a El Gallo aquel trayecto de más de 3.500 kilómetros. Sólo trascendió que al genial artista le gustó la capital francesa, aunque sin mostrar un entusiasmo desmedido.
Se desconoce si fue el mismo amigo u otro, un tiempo más tarde también le aconsejó viajar a Londres, otra ciudad asombrosa digna de conocer. La curiosidad invadió a Rafael, que decidió que pronto marcharía a tierras londinenses y que, una vez allí, acudiría a una plaza de toros para ver un festejo. Pero el azar quiso que, tras comentar sus intenciones con unos conocidos, éstos le advirtiesen que en Inglaterra no se celebraban corridas. El Gallo no podía creer lo que estaba escuchando, y tras exclamar: “¿Entonces qué hacen los ingleses los domingos por la tarde?”, resolvió cambiar de planes y abandonó la idea de visitar la capital británica.
Recuerdo que mi abuelo Celestino me contaba que, en muchas ocasiones, viajaba desde su pueblo hasta Valencia para ver toros sin conocer el cartel. Eran otros tiempos, sin Instagram ni Facebook, sin Internet, sin televisión y, en muchos casos, sin tener la posibilidad de acceder a los periódicos desde la casa de campo en la que vivía a 35 kilómetros de la ciudad. En esa época el coso de la capital levantina organizaba la feria de Julio, alguna función por San José y abría sus puertas muchos domingos a lo largo del año.
Aquello ya pasó. Salvo Las Ventas, apenas quedan plazas de temporada y nadie acude a los toros sin saber antes quien se anuncia y sopesar bien si vale la pena pagar el dinero que vale la entrada o es preferible gastarlo en otra actividad.
Aún así quedan muchos aficionados, muchísimos, prestos y dispuestos a acudir al reclamo de cualquier función que se ofrezca alrededor de su residencia, y en muchos casos a peregrinar tras algún torero venerado, entre los que me incluyo. En 2022, dejando de lado las corridas que he podido seguir a través de la televisión, que por fortuna han sido muchas, habré presenciado in situ unas 50 funciones. Menos que en años precedentes pero más de las que esperaba antes de dar inicio la campaña.
La temporada está dando sus últimos coletazos y empiezo a sentirme como El Gallo cuando se enteró de que en Londres no había toros. ¿Y ahora qué haré yo los domingos por la tarde? En un par de semanas nos habremos adentrado en noviembre, un mes que, según también afirmó el colosal Rafael, “no tiene lidia posible”. Sé que me aburriré encima, que me cambiará el carácter y que desearé salir hacia cualquier plaza que pudiera celebrar un festejo aun sin conocer la composición de la terna, como hacía Celestino.
Vienen por delante cuatro meses ilidiables para refugiarme en la lectura taurina, en la absorción de las noticias que lleguen desde América y en mis análisis de la situación actual, que no es la más saludable. Lo de ir a París no lo contemplo, tampoco allí hay toros y encima los taxis están carísimos.
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