El público fue con ganas a disfrutar y a olvidarse durante dos horas y media del precio desorbitado de las energías, la elevación de las hipotecas y, como si lo anterior no fuera suficiente para no salir de casa, de la negra sombra de una guerra distante que se nos hace vecina.
Los toreros, en el ruedo, concentrados, serios, sabiendo que los bureles van a lo suyo: sacar a los lidiadores de su terreno y al menor descuido mandarles a la enfermería y hasta aún más lejos… ¡La Pilarica les proteja! Invocarla dio resultado.
Entré en el coso por la puerta 12. Me “acomodaron”, es un decir, en el tendido 8, delantera, asiento 17.
A los toros debe acudirse con tiempo para no molestar y así me lo enseñaron y lo cumplí. Bastante tenemos con los inconvenientes de los duros asientos, que solemos mitigar con almohadillas.
Debido a las estrecheces sentarse sin tropezar o caerse es una proeza. Pero el público taurino no se arredra y asiste dispuesto a superar esas angostidades sin rechistar. Es arriesgado a cierta edad manejarse en los tendidos y gradas y mucho más con muletas. Sin embargo vi a personas realizando ese esfuerzo. El taurino debe pensar que a más se exponen los coletudos. Personalmente creo que urge mejorar la comodidad en muchas plazas de toros.
Los entendidos aconsejan no dejar de mirar al toro, no distraerse. El silencio de la plaza de Sevilla lo ponen como modelo: “¡Cállese, que no me deja ver!”
En Aragón se lo toman con más relajo. Los maños son más toristas que torerista y van a la plaza a gozar en plenitud de la Fiesta, que tiene muchas facetas. La familiar y amical es una de ellas, que se desarrolla en las localidades como sitio de encuentro, tradición y de piña, como cuando se acompaña a coro con palmas el toro de la jota.
Resultó simpático el gesto de un aficionado que con un grupo de amigos asistió con un botijo de cerámica blanca, artísticamente pintado con la efigie de Morante. Dio por supuesto que el maestro daría la vuelta al ruedo. Lo que sucedió y el botijo fue pasado de mano en mano hasta llegar a un picador que estaba recostado en la talanquera y se lo pudo entregar al diestro. El cántaro fue al fin a parar al esportón de Morante de la Puebla y todos contentos.
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