Matías Prats triunfó en su oficio porque era un excelente comunicador; es decir, aquello que contaba tenía el calado de su verdad, justamente, la que contagiaba a sus “radioescuchas” como él les definía. Al respecto de su verbo, sigo creyendo que el mundo de los toros no le hemos hecho la debida justicia a una persona como Matías Prats que, a su manera engrandeció este mundillo contándole a las gentes la grandeza intrínseca que dentro del mismo anida.
Un gran comunicador
Pla Ventura
Toros de Lidia / 2 marzo, 2022
Si de periodistas hablamos, en España los hemos tenido siempre de una altura relevante pero, si nos circunscribimos a los toros no podemos olvidarnos jamás de un hombre que lo fue todo en el periodismo pero que, sin acritud, sin alardes de ningún orden y con el don de la palabra, sabía apasionar a sus oyentes. Me refiero, claro está, a Matías Prats Cañete, aquel legendario hombre de la radio que, como decía, para nuestra fortuna era aficionado a los toros, algo que desprendía en cada una de sus palabras.
Por razones de edad, Matías Prats podía haber sido nuestro padre pero, pese a todo, nos cupo la dicha de conocerle y admirable. A mí, de forma concreta me dispensó un trato admirable del que, mientras viva lo llevaré dentro de mi corazón. Incluso, hasta tuve la dicha de que prologara uno de mis libros pero, eso ya es cuestión interna por la amistad que me profesaba. Al margen de todo ello, recuerdo a Matías con aquella ilusión, su arrebato, su pasión en todo su quehacer y, estaba clarísimo que el éxito sería su aliado en toda su carrera porque, como hombre excepcional que era, su sino no podía ser otro.
Matías Prats triunfó en su oficio porque era un excelente comunicador; es decir, aquello que contaba tenía el calado de su verdad, justamente, la que contagiaba a sus “radioescuchas” como él les definía. Al respecto de su verbo, sigo creyendo que el mundo de los toros no le hemos hecho la debida justicia a una persona como Matías Prats que, a su manera engrandeció este mundillo contándole a las gentes la grandeza intrínseca que dentro del mismo anida.
Hace falta gente de esta estirpe, convictos y confesos de su menester para que el mismo tenga el calado de la convicción por parte de los demás, un valor que nuestro hombre ostentaba sin alardes, pero con una pasión tan vehemente que, cualquiera, al escucharle quedaba extasiado con su palabra que, para colmo tenía una voz tan peculiar que, por lo visto, hasta teníamos la sensación de que su madre lo parió con un micrófono en la mano.
Además de sus enormes valores, Matías Prats tenía el don de la sabiduría, dotado de una memoria exquisita de la que hacía gala contando las mil historias que, llenas de verdad, arrebataban allí donde él se pronunciara. Insisto que, si de periodistas radiofónicos hablamos, en España hemos sido líderes al respecto pero, metidos dentro de la vorágine de la información taurina, durante tantísimos años, Matías Prats fue el gran referente que adornó nuestras vidas y sació nuestra hambre y sed como aficionados.
Como diría un amigo mío, en cualquier menester, para que el mismo tenga calado, el protagonista, sea torero o periodista, debe de tener el don de la pasión para que nada pase inadvertido. En realidad, si Matías Prats lo que pretendía era emocionar lo conseguía como nadie lo hizo en el mundo. Pero son esos valores que se llevan en el alma, virtudes que tiene un ser humano desde que su madre le alumbró porque, apasionar no es algo que se aprenda en la escuela; convencer, inquietar y cautivar son verbos que nacen dentro del individuo.
Y esta reflexión ha venido a cuento porque un amigo, hace pocas fechas me rememoró aquel prólogo maravilloso que Matías Prats hizo de mi libro RETAZOS DE MI GENTE que, tantos años después, las letras que me dedicara el maestro siguen cautivando al que las leyere. Fortuna la mía al saberme arropado en aquellos momentos por un hombre irrepetible que, como a mí me sucediera, a un relato sencillo y humilde, una vez más, la pasión con la que Matías Prats me obsequió con aquellas líneas, sin duda alguna, salvaron de la hoguera aquel humilde libro.
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