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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

sábado, 15 de julio de 2017

10ª y última de San Fermín en Pamplona. Solamente el sexto toro de Miura dio juego aceptable y únicamente la oreja que le cortó Rubén Pinar fue legítima en tarde de evidentes sobresaltos / por J.A. del Moral

Rafaelillo

El resto del festejo fue un desmadre o más bien decir un espectáculo tragicómico porque los demás toros de la legendaria divisa carecieron de fuerza en grado sumo y, en algunos casos, escandaloso. Nadie osó protestar y la presidencia hasta mantuvo en el ruedo a los evidentemente inválidos. Quizá se taparon por sus gigantescas y terroríficas hechuras además de por sus más que evidentes dificultades. Dentro de las por todo el mundo perdonadas carencias, tuvieron un muy deslucido en distintos grados de peligrosidad. Rafaelillo anduvo tan valiente como habilidoso, regateador, en varios momentos épico y hasta teatral como sabe ante esta clase de enemigos con los que actualmente es el mejor especialista. Sufrió una aparatosa cogida al dar un molinete al final de su faena al cuarto y fue obsequiado con sendas orejas por lo que pudo salir a hombros de la plaza. No le fue a la zaga Javier Castaño frente al inválido segundo y con el pésimo quinto al que solo pudo pegar mantazos, perdiendo el trofeo que de seguro le habrían regalado si no hubiera fallado con los aceros. Rubén Pinar no pudo lucirse con el tambaleante y muy difícil tercero pero sí con el único fuerte y cumplidor en varas sexto que, además, resultó muy manejable, al que mató al primer envite por lo que recibió la oreja más merecida de la tarde.



Solamente el sexto toro de Miura dio juego aceptable y únicamente la oreja que le cortó Rubén Pinar fue legítima en tarde de evidentes sobresaltos

J.A. del Moral · 15/07/2017
Plaza de toros de Pamplona. Viernes 14 de julio de 2017. Décima y última de feria. Tarde cálida con rachitas de viento fresco y casi lleno.
Seis toros de Miura, espectacularmente presentados en la línea, hechuras, encornaduras y pelajes característicos de la ganadería. Salvo el sexto que cumplió en varas formalmente y resultó muy manejable en la muleta, los demás fueron un muestrario de animales sin fuerza – algunos como el primero y el cuarto manifiestamente inválidos – además de muy deslucidos y difíciles en distintos grados de peligrosidad.
Rafaelillo (fucsia y oro): Estocada, oreja. Pinchazo feo sin soltar y estocada trasera, oreja. Salió a hombros.
Javier Castaño (grana y oro): Estoconazo, oreja. Estocada caída trasera y siete descabellos, división de opiniones con predominio de las palmas.
Rubén Pinar (amapola y oro): Dos pinchazos y casi entera caída, ovación. Estocada, oreja.
En los segundos tercios destacaron dos extraordinarios pares de banderillas a cargo de Fernando Sánchez.

Con dos emocionantísimos faroles de rodillas recibió Rafaelillo al primer gigante de la tarde. Lástima que, tras unos obligadamente movidos lances, el terrible animal se derrumbó dos veces antes y durante la suerte de varas. Volvió a caerse dos veces en pleno trasteo de muleta. Pero a nadie le importaron estas caídas mientras Rafaelillo trató de meter al morlaco en cintura a base de regates y en tomas y dacas que el morlaco medio aceptó por el lado izquierdo y para nada con el derecho. Antes de entrar a matar también perdió las manos el fiero animal. Rafaelillo lo consiguió al primer envite y, como ha ocurrido varias veces en esta feria, bastó que el espadazo fuera efectivo para que le pidieran y concedieran una oreja.


Volvió a arrodillarse en los capotazos con que recibió al cuarto que también se cayó inmediatamente antes de iniciar la faena de muleta que Rafaelillo supo teatralizar con ademanes heroicos frente a la alimaña que, casi concluido el trasteo y al intentar un molinete enganchó al murciano muy feamente destrozándole la ropa, rompiéndole los tirantes y dejándole hecho unos zorros. La emotividad de estos trágicos momentos le valieron otra oreja pese a matar de pinchazo hondo sin soltar y una estocada muy trasera. Rafaelillo hasta lloró viéndose milagrosamente salvado y dos veces premiado con la salida a hombros asegurada.


El también inválido segundo fue aliviado en varas, se prestó al lucimiento de los banderilleros Marco Leal y, sobre todo, de Fernando Sánchez que puso un par monumental y medio valió por el lado derecho que el salmantino Javier Castaño aprovechó en tres rondas citando desde lejos. Con la izquierda no pudo dar ni un natural y, al volver a derechas, el toro se negó a colaborar como lo había hecho antes. A Castaño le bastó matar al primer envite para que le concedieran una oreja.


Con el también flojo quinto al que volvió a banderillear con usía Fernando Sánchez, el matador salmantino arrancó su faena sentado en una silla de enea – estampa añeja frecuente en tiempos pasados – logrando que el espectacular animal pasara tres veces por alto con la derecha. Luego solo pudo robarle trapazos con un amago de cogida incluido. Mató de estocada muy trasera y seis golpes con el descabello que fueron pitados por la solanera. No así por los de sombra que ovacionaron al torero tras el arrastre del morlaco.


El tercer toro calamocheó incómodo en el recibo capotero de Rubén Pinar. Renqueante de patas e incluso tambaleante por su poca fuerza, el bicharraco cumplió en varas con la cara muy alta y solamente permitió cortísimos intentos muleteros del manchego hasta que decidió matarlo, sufriendo un pitonazo en la cara en el segundo pinchazo hasta conseguir que doblara con una estocada casi entera. Fue ovacionado.

Por fortuna divina, el sexto de Miura resultó el más aprovechable del envío. Pinar lo recibió con lances a pies juntos, media y un bonito recorte cayéndose el torero sin mayores problemas. Tras cumplir empujando en el primer puyazo, Rubén Pinar hasta galleó por chicuelinas. Bien Candelas en un par de banderillas y brindis al público de Pinar de la que fue la faena más limpia de la tarde, basada en la mano derecha mientras las peñas, ya desatadas por el muy cercano fin de las fiestas, entonaron la Marcha Radetzky y siguieron haciendo la ola, contagiando a toda la plaza en una celebración cuasi circense. En pleno cachondeo general, Pinar mató al primer envite y cayó la oreja más formalmente merecida de la tarde.

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