En este mes de julio de 2017 se cumplen 100 años del nacimiento del gran torero cordobés, Manuel Rodríguez Sánchez, Manolete, nacido en Córdoba el día 4 de julio de 1917.
MANOLETE. PENSAMIENTOS TAURINOS
José María Sánchez Martínez-Rivero
Julio de 2017, en Collado Villalba
En este mes de julio de 2017 se cumplen 100 años del nacimiento del gran torero cordobés, Manuel Rodríguez Sánchez, Manolete, nacido en Córdoba el día 4 de julio de 1917.
Hijo del también matador de toros Manuel Rodríguez Sánchez, apodado Manolete y fallecido en Córdoba el 4 de marzo de 1923 y de Angustias Sánchez Martínez, viuda del también matador de toros “Lagartijo chico”.
Sangre torera por todas partes para el recién nacido
Muchas han sido las biografías del “Monstruo de Córdoba” que se han escrito, numerosos los artículos destacando sus éxitos taurinos, libros, compendios fotográficos etc. etc. En este modesto ensayo no vamos a entrar en sus éxitos; no, vamos a tratar de desgranar su pensamiento taurino a través de manifestaciones a la prensa de aquellos momentos.
Manuel Rodríguez, era un torero que, siempre que se lo pidieran, estaba dispuesto a torear gratis si se trataba de una causa benéfica. Así, pues, toreaba las corridas de Beneficencia que se celebraban anualmente en Madrid. Cuando le preguntaban sobre si cobraba o no; estaba claro que no, decía:
Yo no cobro nada. En estas obras benéficas, el millonario, con sacar la cartera y dar un cheque de cien mil pesetas, ya está listo; pero he tenido la satisfacción de haber colaborado en una importante obra de caridad con dinero, con mi arte y con mi sangre. Esto es un lujo que no se lo puede permitir todo el mundo.
Manolete alude a la cogida que sufrió en la corrida de Beneficencia de 1947 y que le llevó a estar internado, varias semanas, en la clínica La Milagrosa de Madrid.
¿Oye el torero todo lo que le dicen desde los tendidos sea bueno o malo? Él mismo se expresa así:
Sí, oigo todo lo que me dicen. En la Beneficencia pasada había un hombre que empezó a meterse sistemáticamente conmigo. ¡En una corrida benéfica! Me decía: “Ya era hora de que vinieras a Madrid”, “Aquí queremos cogerte”, “¡Lo de siempre, Manolete!”, “¡Menos cuento, menos cuento, ¡acércate más y menos cuento!" Yo, que suelo estar frío no pude más y le grité: “¡Baje usted aquí so venao, que le voy a dar los veinte naturales que necesita!” Luego, me arrepentí pero ya estaba hecho.
Cuando se le preguntaba por su retirada manifestaba:
A nadie se lo he dicho, pero me retiro al final de esta temporada de 1947. Tengo que dejar de torear porque más ya no puedo dar.
Sobre la vida que llevan los toreros decía:
La existencia que llevamos los toreros es muy triste, aunque el público crea lo contrario. De un lado para otro sin descansar bien en ninguna parte, cargados
de angustia, llevando a cuestas la vergüenza de las tardes malas. El público quiere ver torear bien como sea y muchas veces no quiere ver las razones que hemos tenido para no hacer faenas brillantes a un toro que está huido, que no embiste, que da cornadas a diestro y siniestro, que está quedao o que, muchas veces está toreado antes de ir a la plaza. El público a ido a divertirse, para eso ha pagado caro y no tolera la menor vacilación ante el toro, como si la vida nuestra no valiera “na”.
de angustia, llevando a cuestas la vergüenza de las tardes malas. El público quiere ver torear bien como sea y muchas veces no quiere ver las razones que hemos tenido para no hacer faenas brillantes a un toro que está huido, que no embiste, que da cornadas a diestro y siniestro, que está quedao o que, muchas veces está toreado antes de ir a la plaza. El público a ido a divertirse, para eso ha pagado caro y no tolera la menor vacilación ante el toro, como si la vida nuestra no valiera “na”.
Cuando me retire empezaré a saborear la vida sin las malas preocupaciones de estar en activo que le crea a uno el toreo. ¡Manolo, no bebas!; ¡Manolo no trasnoches!; ¡No hables tanto con esa mujer, porque te hace daño y te cambia las ideas de tu profesión!... ¡En fin, un suplicio¡
Sobre lo que hará cuando deje de torear afirmaba:
Viviré en Córdoba, seguramente y me dedicaré a los negocios y al campo. Me gusta montar a caballo y la naturaleza. Pasaré temporadas en mi casa de Madrid, ciudad que más me gusta de España.
Nos comunica sus pensamientos antes de una corrida de toros:
¿Cómo quedaré esta tarde? ¿Me matará un toro? ¿Triunfaré como yo quiero? Responsabilidad y entrega no me faltarán eso seguro y ahí está el peligro.
Recuerda cuando empezó a torear:
Hace diecinueve años que me puse delante de un becerro. En silencio, poco a poco, sin decírselo a nadie me convencí que mi destino era el toreo al que consagrar mi vida.
¿Cuándo ganó el primer dinero con los toros? Nos lo refiere así:
Don Ricardo López, propietario del cortijo Lobatón, nos echó unas becerras. Una de ellas no había quien la arrancara. Yo, por vergüenza, no había salido al ruedo. Entonces, Don Ricardo, me dijo: “Oye, nene, ¿quieres tú también probar a ver si le haces embestir?”
“Sí, señor, le respondí loco de contento. Entonces, don Ricardo, dirigiéndose a los otros les ordenó: “Entregar la muleta a este chavea” Cuando la cogí me fui a la becerra, poco a poco, acortando el terreno, hasta que se arrancó, y le di unos pases monumentales. Algo debió de ver en mi don Ricardo porque me hizo el favor de traerme en su automóvil a Córdoba. Me dijo: “¿Quieres venir mañana a Montilla? Te llevo si quieres, toreamos unos becerros muy bonitos”. Yo, acepté encantado. Salió un novillo y se lo brindé y me regaló cinco duros que me los gasté en alfajores de una pastelería que hay en la calle Corredera. Eran canela fina.
Nos habla de torear toros de diversas ganaderías:
A mí me da lo mismo torear un Miura que torear ganado de Salamanca. La cuestión es que el toro sea bravo, y si no es bravo hago lo que puedo sin escurrir el bulto. Está por la primera vez que yo haya hecho el ademán feo de demostrarle al público que un toro me da “gindama” y que desisto de dominarlo. Por muy malo que sea un toro, yo trato de sacar partido de él, y jamás pienso en que pueda cogerme.
Sobre la muerte en la plaza:
Si la muerte me llega, nunca me cogerá en ese momento feo de la cobardía, sino con el gesto rabioso del luchador.
El dinero que ganan los toreros:
Esta profesión es muy ingrata y muy traidora; cierto que el que tiene suerte como yo, gana dinero, pero mucho menos del que la gente cree.
Dice todo el mundo que yo soy un torero muy caro, que cobro tanto y cuanto, es cierto ¡soy un torero muy caro! ¡Pero también torear me cuesta a mí carísimo! Porque yo todavía no me he puesto una vez el traje de luces para salir del paso; siempre he hecho lo que he podido, sin pensar en que arriesgaba la vida.
Cuando yo estoy en la plaza de lo primero que me olvido es de mí mismo, y echo el alma atrás y el corazón adelante; no me importa el dinero, ni el triunfo, ni el dolor de la familia..., ni siquiera el público me importa yo me aíslo de cuanto me rodea y siento como una especie de embriaguez, mientras trato de dominar al toro y ver como éste, poco a poco, va obedeciendo a mi muleta. Yo tengo un concepto dramático del deber, pero es hasta que hago el paseíllo; después, cuando estoy ante mi toro me empuja a cumplirlo la propia satisfacción.
El momento más feliz de su vida taurina:
Fue el día de la confirmación de mi alternativa en Madrid.
El más feliz de su vida íntima:
El día que, al darme cuenta de cómo venían las cosas taurinas y los contratos, adquirí la convicción de que había solucionado para siempre el problema económico de mi casa y que mi madre podía ya vivir sin apuros económicos.
Sus tardes grandes triunfales:
Recuerdo la feria de Valencia del año cuarenta y dos y la tarde de mi presentación en México. La del toro “Ratón” en Madrid, también fue una de mis mejores faenas.
Refiere las plazas en las que más le gustaba torear:
Si digo que una de las plazas en que más me gusta torear es la de Madrid, la gente se lo tomará a chunga, pero es así. Sevilla y Madrid son las dos plazas donde yo toreo más a gusto. En México, en la plaza Monumental.
Seriedad en la plaza:
Yo creo que en la plaza soy como hay que ser, sobre todo como yo lo siento. El toreo no es una cosa de risa y, a mi modesta manera de ver, hay que darle la dignidad y el respeto que merece; no buscar los aplausos repartiendo sonrisas a un lado y a otro como si fuera una cupletista.
Para Manolete el instante más emocionante de la corrida era la salida de su toro.
Para mí y para todos, creo que el momento más emocionante es el que sale el toro que tenemos que lidiar y que puede ser nuestro asesino.
Entonces hay algo en nuestras entrañas que nos grita: “¡Ya está ahí!” y ese “¡Ya está ahí!” es mi momento más emocionante.
Serenidad y miedo:
Tengo miedo porque entonces no sería mortal, ni tendría instinto de conservación. Para dominar el miedo hay que echar mano de la voluntad, y el toro es menos peligroso mientras más tranquilo se está delante de él.
Cogidas:
Los amigos y la gente cree que no tengo ninguna cogida. Todos me dicen: “¡Na, hombre, eso no es na!” ¿Qué te ha partido la cara? Eso se arregla con ocho días. ¿Qué te ha roto la clavícula? Cuestión de una semana. ¿Qué te ha dejado cojo? Pero por poco tiempo. Y el caso es que, a pesar de estos optimismos de los que me rodean, yo tengo el cuerpo lleno de cicatrices. La cornada de México, las dos de la plaza de Madrid, en fin...
México:
La primera corrida que toreé en México me emocionó mucho, muchísimo. Yo sabía la responsabilidad que llevaba y lo que iba cobrando. Como siempre, tuve buena y mala suerte. Caí malo el día antes con una infección intestinal. Llegué a la plaza con treinta y nueve grados de fiebre y angustiado porque en esta situación no podía hacer más que el ridículo. Ya en el callejón, en el momento que iba a salir con las cuadrillas me dieron una bebida de piramidon.
Los 60.000 espectadores que llenaban la plaza comenzaron a gritar: “¡Garza! ¡Garza! ¡Garza! Y para mí ni una palmada porque seguramente pensaban todos: “¡Aquí te esperamos Manolete!” Pero dio la casualidad que aquél mejunje que me habían dado me bajó la fiebre, y me salió un toro grande, rebozao, con una cabeza muy bonita y muy aparatosa. Yo me fui a él con la capa y le di unos cuantos lances; que debieron resultar bien porque la plaza se volcó; aquél público rugía. Llegó la hora de los quites, que allí no hacen los matadores como aquí, y tuve suerte y me lucí un poco más; ya cuando cogí la muleta y me fui al toro se estableció entre el público y yo esa corriente eléctrica que nos da seguridad; algo sentía en mí, en mis nervios, en mi cerebro, en mi corazón. Tuve mucha suerte. Hice una de mis mejores faenas y ya el público y yo éramos amigos. Arranqué clamores y vivas a España, y para mi interior yo gritaba: ¡Viva México! Me dieron la oreja y el rabo... y tuve que dar más de cinco vueltas al ruedo.
Mi segundo toro al darle tercer lance muy apretado me enganchó por la pierna derecha y me dio una cornada muy profunda y muy larga en la cual pude quedarme. Ya dije, buena suerte y mala a la vez.
Opina sobre el público mexicano:
A los mexicanos no los conocemos aquí; son muy buena gente, muy sentimentales, muy apasionados y muy entendidos en toros; por eso da gusto torear allí.
¿Qué piensa cuando se coloca a medio metro de un toro?
Por lo pronto pienso que me puede coger, y después en adivinar sus intenciones y en torearlo lo mejor posible. Yo soy un artista que siempre quiere quedar bien, en Madrid, en Zamora, en Vitoria o en donde sea.
Manolete habla de artista, no de profesional como se dice hoy desafortunadamente.
¿Se presienten las tardes de triunfo y las que no?
Hay algo dentro de uno que nos avisa: a lo mejor el estado de ánimo, que se está más optimista o más pesimista porque ha tenido uno una contrariedad y le da todo igual... ¡No sé! Desde luego hay una cosa magnética o eléctrica que le habla al corazón.
Torero de la mano izquierda, él mismo nos lo dice:
Yo con la muleta en la izquierda me siento más fuerte, más dominador y hasta más seguro... A lo mejor es una sugestión.
No había tal sugestión los naturales de Manolete eran soberbios.
Opina como ha de darse el pase natural.
Entiendo que debe darse así. En el toro que embiste, sin adelantar la muleta, dejándole llegar hasta que sus pitones estén como a una cuarta de la tela roja. Entonces se corre la mano con la máxima lentitud y se estira el brazo todo lo que se pueda. La pierna izquierda ha de estar inmóvil. Cuando el pase llegue a su terminación, se mueve la pierna derecha para quedar en posición de darle el segundo muletazo, en el mismo terreno en que se le dio el primero. Y así sucesivamente para administrarle los que se puedan..., o se deje dar el toro. En cambio, cuando la res carece de arrancada, hay que provocarla; hay que adelantar la mano para que el toro embista.
Dejar llegar al toro a una cuarta de la muleta es darle a elegir entre ésta y el cuerpo del torero; para eso hay que tener un valor inmenso. Que se acorta el natural y no se trae al toro toreado, opinan algunos, es claro; pero ¿y la emoción de ver qué elige el toro ante quien se queda quieto con los pies juntos?
Según Manuel Rodríguez, el terreno ideal para los naturales son los medios:
Al toro que está quedado hay que citarlo en corto: al que responde franco, desde más distancia y en los medios.
Sobre los terrenos del toro y del torero opinaba así:
En el toreo no existen terrenos, todo depende de la improvisación y del momento. En cualquier circunstancia es el estilo del toro el que obliga al torero a situarse en un terreno adecuado. Una vez efectuado el primer pase de una serie lucida, es el torero quien debe mandar en la colocación y en el estilo del toro.
Pundonor:
Toreaba una corrida junto a Domingo Ortega y éste se quedó fuera del burladero mientras Manolete lidiaba. El cordobés le dijo: ¡Métase usted dentro¡; pero Ortega no obedeció. Volvió a repetirle lo mismo y, entonces, Domingo Ortega se metió en el burladero.
La tarde no resultó bien para Manolete y cuando viajaba en el coche camino del hotel, un miembro de su cuadrilla le preguntó: ¿Porqué lloras, Manolo? Y éste le respondió:
Lloro de rabia porque he llamado la atención a ese hombre y no he sido capaz de cortarle las orejas al toro.
La muerte:
Pienso lo menos posible en ella. ¿Para que morir, todavía, cuando uno apenas se ha asomado a la vida y se está congelado en los quince años? Que la muerte venga a su hora, ¡bien está!; pero que nos quite de la vida, nos rompa las ilusiones que tenemos para el porvenir, es una pena, y lo que nos inquieta a todos los que peleamos con los toros.
Palabras demoledoras que están tan vigentes hoy con las muertes de Víctor Barrio e Iván Fandiño.
Doña Angustias, la madre, al final de su carrera, le decía:
Retírate, hijo mío...
Manolete le respondía:
¡Madre!, ¿ Y la gloria?...
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