Enrique Ponce, que volvió a sentar cátedra, y Morenito de Aranda, cortaron dos orejas cada uno en la corrida homenaje a Víctor Barrio celebrada en Teruel.
Teruel, 8 de julio. Tercera de feria. Casi lleno.
Toros de Adolfo Martín, desiguales de presentación pero de buen juego en conjunto.
Enrique Ponce (de grana y oro), oreja y oreja con aviso.
Curro Díaz (de azul noche y oro), división de opiniones y ovación.
Morenito de Aranda (de burdeos y oro), oreja y oreja.
De las cuadrillas destacaron Andrés Revuelta y Óscar Castellano.
Teruel, y el toreo, sigue recordando a Víctor Barrio, el infortunado diestro que entró en la leyenda del modo más trágico hace un año en la plaza de toros de esta ciudad aragonesa. Y si la semana pasada, en este mismo coso, se descubrió una placa en su honor, con una alegoría de Juan Iranzo en la que se ensalza su vida y muerte dedicadas a los toros, para cerrar la feria de La Vaquilla del Ángel, Enrique Ponce -que ya organizó la pasada campaña una corrida homenaje a Barrio en la plaza segoviana de Cantalejo y en la que donó los 40.000 euros correspondientes a sus honorarios para ayudar a levantar un monumento en recuerdo de Víctor Barrio en Sepúlveda, localidad en la que residía- se anunció para lidiar, por primera vez en su carrera, un encierro de Adolfo Martín, una de las ganaderías que entra, por origen, encaste y comportamiento, en ese apartado de dudoso nombre,“duras”, y que tan del gusto del público más exigente son. Lo hizo, además, con Curro Díaz y Jesús Martínez “Morenito de Aranda”, los dos matadores presentes en el ruedo turolense aquella fatídica tarde del 9 de julio de 2016, cuando el tercer toro de la tarde, “Lorenzo”, herrado con el número 26, de 529 kilos de peso y marcado con el hierro de Los Maños, corneaba mortalmente en el tórax al torero segoviano.
Tras varios actos de homenaje al romperse el paseíllo -estreno de un pasodoble a él dedicado, ovación a los diestros actuantes y entrega de placas y reconocimientos a los mismos por parte de las peñas locales-, Enrique Ponce, que en honor a Barrio actuó vestido de grana y oro -como la indumentaria que lució el infortunado torero hace un año en esta plaza- se enfrentó al primer toro de Adolfo Martín de su carrera, “Dirigido”, cárdeno, marcado con el número 42, nacido en diciembre de 2012 y con 520 kilos encima. Empujó en las dos varas que tomó, esperó en banderillas y complicó la vida a Mariano de la Viña y Óscar Padilla. Pero en las manos de Ponce todo pareció mucho más fácil.
Brindó al cielo y poco a poco le fue encelando, dejándole siempre la muleta en la cara, sin dejarle pensar y sin que viese otra cosa que el engaño que tenía delante. Con temple, suavidad y sin prisa, hasta apurarle totalmente antes de acabar metido entre los pitones. El lío que se formó en el ruedo cuando, al doblar el astado, saltaron dos imbéciles antitaurinos hizo que la gente estuviese más pendiente del trajín de la agitada captura de esos dos cretinos y no pidiese ya la segunda oreja que, sin duda, hubiese sido muy merecida. Otra obtuvo del cuarto, más flojo, pero que en manos del torero de Chiva acabó sometido a sus mandatos, ayudándole mucho, dejándole respirar y sin forzar. Primero a media altura y aumentando el ritmo paulatinamente, dictando otra lección magistral y demostrando un coraje y unas ganas impropias de quien lleva más de treinta años en los ruedos. Víctor Barrio estará orgulloso de este homenaje y de la actuación que le ha brindado este torero ya de época.
También paseó dos orejas Morenito de Aranda, que bajó mucho la mano con su primero y se rompió la cintura en naturales interminables, si bien su labor tuvo alguna intermitencia, dejando otra labor notable con el que cerró plaza, con el que tiró de paciencia para arrancará esa segunda oreja.
Curro Díaz sólo tuvo detalles y momentos aislados de brillo con su primero, distraído y mirón, el más incierto de la tarde, y no se aclaró con el quinto, con el que buscó más la estética que la eficacia.
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