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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

jueves, 17 de mayo de 2018

9ª de San Isidro en Madrid. El acabose: La novena fue digna de Beethoven / por J.A. del Moral



De un tiempo a esta parte, los triunfos se miden con las orejas que se cortan y las gentes llegan a sus casas presumiendo de haber visto como las cortan los toreros. Y cuantas más, mejor. Ayer fueron tres, una para cada uno de los alternantes: Antonio Ferrera, José María Manzanares y Alejandro Talavante. Cada uno contó con un buen toro – estupenda aunque algo blanda la corrida de Nuñez del Cuvillo en líneas generales – para poder expresarse artísticamente según sus propios conceptos del toreo. Las tres orejas a mí se me hicieron pocas. Hace no muchos años en esta misma plaza de Las Ventas, los tres matadores de ayer hubieran podido salir a hombros por la Puerta Grande porque habrían cortado dos por cabeza por estas mismas faenas. En Madrid y en otras plazas también, actualmente hay como una especie de miedo a los grandes triunfos. No se vaya a decir aquello de que en esta plaza las regalamos a pares. Pero, señores míos, solamente las estocadas con que mataron los tres a sus toros de triunfo, antes valían una oreja por sí mismas, no digamos las del cuasi infalible matador que lleva y honra el mismo apellido que su señor padre (q e p d). Pero, bueno, aparte los resultados orejófilos, lo más importante, lo más trascendental de ayer fue que se puso el cartel de “no hay billetes” por primera vez en esta feria, que el televisado gran partido de fútbol que se celebró casi al mismo tiempo no restó gente en la plaza de toros para nada y que pudimos disfrutar con el mejor toreo de los contendientes. ¡Qué más da orejas de más o de menos! Lo que quedará en nuestras memorias es que Ferrera, Manzanares y Talavante pudieron expresarse a tope sembrando la plaza de emoción y de disfrute. Hacía mucho tiempo que no ocurría esto en Las Ventas. ¿No es para que echemos las campanas al vuelo?… Yo las echo porque mi afición quedó por entero colmada y salí encantado de la plaza.




El acabose: La novena fue digna de Beethoven

J.A. del Moral · 17/05/2018
Madrid. Plaza de Las Ventas. Miércoles, 16 de mayo de 2018. Novena de feria. Tarde agradable con lleno de Cartel de «No hay billetes».
Seis toros de Núñez del Cuvillo, muy bien presentados con amplias y astifinas cabezas, justos de fuerzas pero con sobrada movilidad y nobleza. Sobre todo los corridos en tercer, quinto y sexto lugares. 
Antonio Ferrera (tabaco y oro): Gran estocada, oreja. Metisaca en los bajos, aviso y palmas.
José María Manzanares (marino y oro): Estocada, silencio. Gran estocada desprendida, oreja con berrinche de sus sempiternos detractores.
Alejandro Talavante (blanco y oro): Estocada corta, oreja. Dos pinchazos y estocada, ovación de despedida.
Finalizado el paseíllo, se guardó un imponente minuto de silencio por el aniversario de la muerte de Joselito en Talavera de la Reina.
A caballo, destacaron Chocolate, José María González, Paco María y Miguel Ángel Muñoz. En la brega y en palos, Javier Valdeoro, Rafael Rosa, Valentín Luján y, sobre todos, Juan José Trujillo. 


Pronto empezó el concierto con un Antonio Ferrera en vena, dispuesto a cantar un aquí estoy yo como si no le hubiera afectado los más mínimo abandonar a sus apoderados. Solo, pues, frente a un colorao con mucha cara, Antonio apenas pudo lucirse con el capote por lo muy suelto del animal en su salida. Tan solo una media barroca del fondo de su cosecha. Talavante tampoco pudo extremarse en su quite. Pero en el tercer tercio, el toro había cambiado a mejor aunque viajó si clase. Se la puso el extremeño balear en una faena que arrancó por bajo con la derecha hasta desembocar poco a poco, sobresaliendo una tanda por redondos. El toro esperó mucho, justito de fuerza en las patas que a veces arrastró. Cerrado en animal para reemprender el trasteo por naturales – dos maravillosos – Ferrera pinchó la espada en la arena para continuar con más naturales diestros, algo que despertó preguntas de los que no habían visto nunca torear al natural con la mano de los redondos diestros. Creció así la faena hasta llegar a su culmen con una gran estocada recetada en medio de un imponente silencio. Dan gusto “escuchar” estos silencios de expectación y de respeto en esta plaza tan vocinglera en otras ocasiones. Ojala siempre fueran así las cosas en Las Ventas. Y cayó la primera oreja de la tarde, por cierto prontamente concedida por el inefable presidente que, hace pocos días, se negó a dársela cerrilmente al malagueño Fortes. Deben haberle advertido sus superiores. Aquí paz y después gloria.


Cual como casi todos abantos de salida cuarto, calamocheador y distraído en banderillas, manso en varas y manejable aunque blando y a menos en la muleta, Ferrera se extendió en el toreo de acompañamiento, citando por las afueras y rematando cada pase con sentida compostura para terminar dando pases de uno en uno entre pausas. Un trasteo menor aunque aisladamente bello que terminó aburriendo a parte de la parroquia. Ferrea quería repetir su triunfo anterior y se pasó de metraje en tal intento, terminando con un sorpresivo metisaca que resultó mortal de necesidad.



José María Manzanares tuvo que esperar a la salida del jabonero sucio quinto que cumplió el refrán aunque no del todo. Lo mejor de su actuación con el segundo había sido uno de sus monumentales estoconazos que al menos tuvieron el efecto de acallar a sus sempiternos detractores que habitan en el tendido del 7 y, no sé por qué, la tienen tomada con el joven maestro alicantino cual fieras corrupias que quedaron a la espera de poder reventar a José María cuando le llegara el quinto.

Sufrieron una estrepitosa derrota. Y es que su colectiva gilipollez es tan inmensa como inagotable. Parece mentira que presuman de ser buenos aficionados. Pero hombre, mira que son ridículos…. tomarla con uno de los mejores interpretes del toreo de todos los tiempos. Odiar su dulzura imperial. Detestar su natural empaque. Negar su maravilloso templar…. Total, que se la tuvieron que envainar entera mientras el resto de la plaza paladeó extasiada ese toreo mecido propio de los elegidos por los dioses el Olimpo. Manzanares había empezado meciéndose también a la verónica y por dulces delantales. En la faena saltaron muletazos de exquisita factura con un natural en inacabable círculo. Como los de pecho más largos que un río. Como en los ayudados finales. Y como con otra de sus estocadas que provocaron el estúpido berrinche de sus sempiternos enemigos. Ganas de hacer el ridículo. Los demás, la inmensa mayoría de los más de veinte mil que llenábamos tendidos, gradas y andanadas, gozamos de los lindo viendo la absoluta derrota de los derrotistas. Doble júbilo pues. Uno por el grandioso toreo manzanarista y otro por el ruidoso cabreo de sus imposibles enterradores. Manzanares paseó la oreja concedida cual solemne, satisfecho y displicente emperador envuelto en su proverbial elegancia. 



Se venía hablando sobre lo mal que andaba este año Alejandro Talavante. Algo le pasa decían muchos sin saber que este sempiterno “guadiana” del toreo, tan pronto decae sin que nadie se explique el por qué, como de pronto resucita inmensamente glorioso. Ayer fue una tarde estas últimas. Quizá y sin quizá una de las mejores tardes de su vida en este Madrid que le adora porque aquí fue donde se destapó de novillero dándonos un mensaje tan sobresaliente que nos volvió locos. No hay que fiarse de los baches de este singularísimo torero que se ha pasado la vida resucitando gloriosa y repetidamente. Sus dos faenas de ayer, la del sexto precipitadamente diluida por lo repentinamente que se vino abajo el animal, tuvieron el don de la excelencia singular que Alejandro posee guardada en un estuche de oro con adornos de diamantes. Ayer la abrió por completo y nos embrujó a todos. Señores, qué naturales más inacabables y enjundiosos, qué manera de torear la de este grandioso artista extremeño que acaba con el cuadro cada vez que está en vena. Uno no sabe con qué quedarse para guardarlo para siempre en la memoria. Si sus doblones iniciales – uno de ellos mirando al tendido -, sus inacabables redondos, sus eternos pases de pecho y qué decir sobre sus naturales de carísimo platino que parecen no acabar nunca. Sembrado ayer Talavante en una de las mejores tardes de su vida y tarde la suya esta de Madrid para recordar entre las que jamás se olvidan. Lástima que por venirse abajo repentinamente el sexto toro, no pudo cortar otra oreja ni, por tanto, salir a hombros. Antiguamente así hubiera abandonado la plaza. Cuando no contaban las orejas sino el entusiasmo.


Los vivas a España volvieron a repetirse en Las Ventas como el año pasado. Esos vivas a España que los aficionados cantan como nadie. Se nos ensancha el corazón y a la emoción del gran toreo añadimos el emocionado temblor que siempre, siempre, siempre sentimos y sentiremos por nuestra queridísima patria.

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