(Foto: Javier Arroyo)
Que torear es mesura y armonía, es presentarles a los toros la muleta en el terreno y a la altura adecuada y conducirles la embestida con mimo, naturalidad y estética. Y eso es lo que ha hecho El Fino. El romance de valentía para la fiera corrupia. Para el manso descastado y sin vida, arte y sabiduría.
El magisterio de El Fino
Paco Mora
Finito de Córdoba, El Fino para los amigos, toreó este jueves en Las Ventas. Dos animalitos mansos y regordíos de Juan Pedro. El primero iba y venía por la calle de Alcalá como la florista de la zarzuela, pero sin el garbo de ésta, más bien con la pereza del que levantan de la siesta y lo ponen a hacer un trabajo que no le gusta. Y el segundo ni siquiera eso; era manso de libro. El Fino les aplico a ambos su magisterio, que es mucho y de aquilatada solera. Al primero lo pinchó y al segundo lo despenó de un leve pinchazo, como si la punta de su espada estuviera envenenada. Respetuoso silencio en ambos.
Alguien a mi lado dijo: “Qué pena; es como si no hubiera venido”. No hombre, no -le respondí-, al contrario, es bueno que El Fino toree. Debería torear al menos una corrida en cada feria para que los toreros de las nuevas hornadas se percataran de que torear no es dar trapazos y gurripinas por detrás y por delante, ni hacer el tentetieso montando un número de circo en busca de los aplausos del público. Que torear es mesura y armonía, es presentarles a los toros la muleta en el terreno y a la altura adecuada y conducirles la embestida con mimo, naturalidad y estética. Y eso es lo que ha hecho El Fino. El romance de valentía para la fiera corrupia. Para el manso descastado y sin vida, arte y sabiduría.
¿Y el público de Las Ventas? Ayer sí que fue el de la cátedra. Respetó la presencia en el ruedo de un torero de lo mejor que han dado los últimos tiempos, entendiendo que con lo que tuvo delante no había para más. Con impartir su magisterio con normalidad y sin estridencias innecesarias había bastante. Y eso es lo que hizo…
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