El Toro moderno
El cartel de “No hay billetes” puesto en la taquilla y una fila de gente comprando entradas es otro de los prodigios que nos trae Domb, empeñado en subvertir las leyes de la lógica con su creativa prestidigitación. Si ha conseguido transformar los bajos de Las Ventas en los bajos de La Cubierta de Leganés, ¿cómo no va a convertir el no hay billetes en un sí hay billetes? Y billetes había, porque se veían claros que no se deberían haber visto.
A la entrada, conversan dos jóvenes con americana azul ceñida, pantalones de pitillo de color gris y zapatos sin calcetines:
-Hoy vamos a ver toros.
-¿Tú crees?
-No hay más que ver el ambiente. Yo vengo harto de copas.
Y así todos los días, que hay una porción de público que se cree que la Feria del Isidro es la Oktoberfest del cubata y el gintonic, y no les falta razón, si lo miras bien.
Para solaz del personal, y con la mirada puesta de manera especialísima en los de las copas, la veeduría de Las Ventas estimó que lo óptimo para este viernes era cerrar el trato con don Borja Domecq (y) Solís y adquirir seis ungulados de los que cría en Extremadura, que lidia bajo el nombre de Jandilla y que hierra con el precioso hierro de la estrella que crearon doña Enriqueta y doña Serafina de la Cova en 1943 para otro tipo de ganado. Hoy en el programa, junto a aquélla, aparecía otra estrella, la estrella de Mercedes con la que don Javier Molina (qDg) herró el ganado de su propiedad hasta su fallecimiento, ocurrido hace casi cinco años. Ahora don Borja se ha quedado con la estrella de Mercedes y la ha puesto de hierro de lo de Vegahermosa, eliminando lo anterior que en este caso es el antiguo hierro de Vegahermosa que era una letra Te, de tonto, que servía como óptima definición de lo que perseguían los afanes ganaderos de su dueño. Ésta de Vegahermosa es ganadería sin antigüedad, creada con el artículo 5 bis en la mano, y no se sabe qué pintaba ahí, porque el caso es que todo lo que salió por chiqueros iba herrado con la marca de Jandilla. Lo más seguro es que lo pongan para darse importancia.
Bueno, pues ahí tenemos a los Jandilla, qué merendilla, dispuestos a dar su particular do de pecho, o de pechito para ser más precisos, y para ayudar en la medida de sus fuerzas a Padilla, Castella y Roca Rey. La verdad sea dicha, que Santa Lucía les conserve la vista a los veedores, porque lo que vieron y luego salió por chiqueros fue descaste, mansedumbre y blandura. Al menos los Jandilla no metían miedo, que eso sí que lo vieron los veedores, que los bichos no asustaban a nadie, y eso, para que se lo apunten las jóvenes generaciones, se nota perfectamente porque cuando los toreros prodigan muchos lances con el capote a la espalda o directamente se pasan al toro por la espalda una y otra vez y dan manoletinas, pases del Celeste Imperio y pases cambiados constantemente, cosa que no pasa cuando el toro es serio, ésa es la seña de que el torero no está pasando miedo. La prueba, en sentido contrario y en esta misma Feria, es que a nadie se le ocurrió el día de Baltasar Ibán ponerse a interpretar toda esa herencia del toreo bufo que ahora emplean sin tasa los toreros de lo serio, que con esos toros no sé qué pasa que ahí cuesta bastante más lo de echarse el capote a la espalda. El de hoy fue el viernes negro de la suerte de varas. Dicho tercio de varas fue un mero trámite administrativo y los picadores, con la salvedad que se dirá, se ganaron el pan con muy poco sudor de sus frentes.
Al romperse el paseo se dio una fuerte ovación a Padilla en lo que parece ser su definitiva despedida de Madrid. Chocaba ver cómo aplaudían con unción a Padilla los mismos que le pusieron a caer de un burro y le chillaban “¡Chulo!” y “¡Multa!” en 2006. La cambiante volubilidad del público es así y esa arbitrariedad es parte consustancial del propio espectáculo. Padilla, de quien siempre hemos resaltado su impresionante currículo con los toros de más respeto de los que hay en el campo bravo, trajo hoy a Madrid un vestido azul recamado en oro que era la vestimenta de un príncipe del Oriente. La verdad es que no fue su tarde. En su primero hizo un vulgar tercio de banderillas con toda la cuadrilla diseminada por el ruedo, con Mambrú, Manuel Rodríguez, corriendo desde el burladero hacia el toro antes incluso de que hubiese clavado las banderillas, en fin, poca leche y sobre todo que nadie le pidió lo de las banderillas. Si no está en condiciones, que no las ponga y no pasa nada, pero tener a los tres peones de aparcacoches no parece lo adecuado.
En el segundo toro más de lo mismo, pero dejó un correcto par cuarteando de dentro hacia afuera bien reunido y con ventaja para el toro, aunque en el par anterior a ése el toro le sacó de la Plaza directamente y le obligó a tomar el olivo. Lo más significativo de Padilla, lo que dejará su nombre en los anales es que esta tarde al entrar a matar a su primero rompió el estoque: se oyó ¡crack! y a continuación medio estoque estaba dentro del toro y el otro medio en la mano del torero. Acaso pueda ser que hoy el material en general anduviera defectuoso, porque a lo largo de la tarde se rompieron, además del estoque, al menos dos varas de los picadores y un palillo de la muleta. Reseñar la actuación de Padilla con la muleta en sus dos toros es hacer perder el tiempo.
Sí se merece reseñar la primera vara al cuarto, Jacobino, número 124, que se abalanzó con fuerza y entrega hacia el caballo en el que iba Justo Jaén empujando con fijeza y vigor al caballo, que valientemente se resistía a caer y con Jaén defendiendo a su cabalgadura con la vara de detener, muchas veces con el caballo alzado de manos por el empuje del toro. Finalmente picador y cabalgadura dieron con sus huesos y sus faldillas en el suelo, pero esta lucha de poder a poder es, sin duda, el momento más intensamente estético de toda la tarde. Merece también la pena reseñar lo atentos que estuvieron todo el tiempo los miembros de la cuadrilla para hacer las cosas acorde a los deseos de su matador, por más que los deseos de éste no coincidiesen con los del público.
Castella recibió de capa a su primero con siete pases de pegolete, que es como el abuelo de mi querido Vicente Palmeiro denominaba a las verónicas de pies juntos, dos medias verónicas apresuradas y una revolera. Su labor muleteril, fría y despegada, despertó unas tibias palmas y se deshizo del animal de una auténtica puñalada digna de alguno de los 7 niños de Écija. La cosa que los del copazo estaban esperando llegó en el quinto, Husmeador, número 65. El toro al salir a la Plaza y ver el ambiente, simplemente volvió grupas y se volvió al frescor del chiquero. De lo de las varas ni hablamos y de banderillas tampoco. Cuando Castella acude hacia el centro del redondel a brindar, eso ya contiene la promesa de los pases cambiados por la espalda, y nos remitimos a lo que se dijo antes al respecto. ¿Cuántas veces le hemos visto a Castella este mismo inicio?
Castella, ya con sus años de alternativa a cuestas, maneja bien los resortes del espectáculo y en seguida se dio cuenta de que podía torear al respetable encadenando dos circunstancias: las ganas de diversión del público y las condiciones repetidoras del bicho que tenía enfrente. Como ocurre cuando el toro se mueve y se mueve y el torero empalma los muletazos el público entró en éxtasis y el torero vio claro que ahí había un filón y luego, cuando la faena se le comenzaba a venir abajo recurrió a añagazas tales como reverdecer el toreo de proximidades y parones de sus inicios, amagar quedándose impávido en la oreja de la res y provocar el susto del público. Con una media lagartijera de efecto fulminante puso fin a su labor y se le recompensó con una oreja de nulo peso y menor valor.
Y Roca Rey para acabar, que a Roca no le vemos dar un pase como Dios manda desde que era novillero, y a cambio nos deja cada día esa tauromaquia de Disco Ibiza/Loco mía, que es una cosa como de novillero hambriento de triunfo que no le cuadra ya nada a un señor que va bien colocado en los carteles. Su primero era el anti-toro para lo que Roca quiere, que se quedaba parado de pase en pase y eso es lo peor que a estos les puede pasar, pues el parón viene a mostrar a las claras todos sus defectos, principalmente de colocación, y todas sus carencias. Se le cayeron a Roca uno a uno todos los palos del sombrajo con la cosa de la falta de movilidad del bóvido, y lo único que dejó para los anales es la óptima colocación de la estocada, y su efectividad, si bien la suerte no fue limpia del todo en su ejecución por dar un saltito en el momento de herir. En su segundo quiso Roca volver a poner en marcha su tauromaquia del Price. Al toro lo recibe a base de humo de pajas que nada tiene que ver con la verónica, la ley del capote, luego ni lo pican y comienza su faena con los del Celeste Imperio, de los que decía Rafael El Gallo que le servían para engañar a los espectadores como a chinos; luego el toro se va yendo a donde le da la gana y recala en el 4 donde Roca se lía en lo de las cercanías recibiendo tibias palmas ¡en el 4!, y luego en medio de lo de las manoletinas se dan un par de vivas a España, para que se vea el caso que se le hacía al torero. Mal Roca, que no parece estar pasando su mejor momento.
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