Ojalá que las conclusiones y compromisos que arroje la crucial cumbre sean incluyentes y no den pie a más prohibiciones, anatemas, persecuciones… contra el ancestral y de verdad ecológico culto cuyo profundo significado y advertencia no se ha querido entender. Sería otro contrasentido.
Toros a la cumbre
Cali, diciembre 3 de 2019
El toro bravo (en peligro de extinción), una minoría ínfima de los bovinos que habitan el mundo, pacía y se batía en su hábitat natural, desde infinidad de siglos antes de que ni las más desaforadas mitologías pudiesen imaginar las enormes islas de plástico flotando en los océanos, la gruesa capa de polución atmosférica, los continentes de porquería vertidos desde las profundidades marítimas hasta la cima del Everest y más allá (estratosfera), el descongelamiento de los polos y el apocalipsis now con los que el “progreso” nos amenaza.
Ni siquiera los modernos genios de la ciencia ficción: Verne, Wells, Asimov o Ray Bradbury… (muerto hace apenas 7 años), lo sospecharon. Tan repentina y lacerante es la culpa o el miedo por este monstruoso fenómeno de suciedad industrializada y cambio climático, que la humanidad (su causante), clama como el Raskolnikov de “Crimen y castigo”, al borde de un ataque de nervios: ¡Qué hemos hecho!
La cumbre climática de la ONU en Madrid, con asistencia de casi 200 países, incluidos 50 jefes de estado es eso. Un grito desesperado. Un acto colectivo de contrición; la enfermedad del planeta somo nosotros, la especie “inteligente” que ha proliferado descomunal, indecente y abusivamente, rompiendo todas las barreras del equilibrio biológico mundial. Hemos pecado.
Qué, no-científicos tan poderosos y acatados como Donald Trump desmientan las evidencias científicas calificándolas de cuentos de viejas o consignas de disidentes delirantes, agrava el problema y aleja la salvación.
Sin embargo, reconozcamos, frivolidad, insensatez y prejuicio campean en ambos bandos. ¿Cuántos ecologistas hay reunidos en Madrid? 25.000 dicen, y estoy seguro de qué si les hacen una encuesta ya, la mayoría se confesarán ideológicamente antitaurinos. Pues al parecer tales títulos ahora son sinónimos.
Pero, los taurinos, nos consideramos más ecologistas y somos lo uno precisamente por lo otro. Reverenciamos la naturaleza, representándola en el toro, con un rito de ofrenda, respeto e igualdad, cuya histórica omisión es precisamente la que ha puesto en estas a la especie humana.
Ojalá que las conclusiones y compromisos que arroje la crucial cumbre sean incluyentes y no den pie a más prohibiciones, anatemas, persecuciones… contra el ancestral y de verdad ecológico culto cuyo profundo significado y advertencia no se ha querido entender. Sería otro contrasentido.
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