El peruano cortó una legítima oreja. Y el de Arnedo, un cariñoso obsequio. Con tamaña injusticia del palco al igualar dos labores absolutamente distintas además del titular, queda resumido casi todo que ocurrió ayer en Vistalegre. El casi lo ocupa Enrique Ponce que se llevó el lote más podrido y prácticamente inviable de la tarde. Además de no poder tenerse el pie ninguno de sus dos oponentes, duraron un suspiro. La hiel más amarga de la tarde, pues, se la tuvo que beber el maestro que no tuvo material ni para inventárselo. Los espectadores salvo no más de quince, le trataron con el respeto de siempre en Bilbao. Buena la entrada sin llegar al lleno, parecida a la del día anterior. Y muchísimos acérrimos de Diego Urdiales, empeñados en que triunfara como fuera. Lo consiguieron con el segundo toro de la, por lo demás, bien presentada corrida de Puerto de San Lorenzo aunque, en verdad, solamente valió la pena el sexto aunque en trapío se salió del envío por chiquitín. Este anovillado sexto fue el único que se pudo torear en serio. Lo demás fue de broma. Increíble que sucediera esto en la feria del toro por antonomasia. La única faena digna de tal nombre la hizo Roca Rey que ayer volvió a gustarme aunque, ya quedó dicho que con el “gatito” del envío salmantino. Solo le faltó de decir “miau”…
Una corrida escandalosamente blanda y distintas varas de medir a Urdiales y a Roca Rey
J.A. del Moral · 27/08/2017
Bilbao. Plaza de Vistalegre. Sábado 26 de agosto de 2017. Octava de feria. Tarde soleada aunque fresca con rachas de molesto viento.para los toreros. Tres cuartos de entrada bien repartidos.
Seis toros de Puerto de San Lorenzo, bien presentados sin excesivo trapío aunque buenas hechuras que esta vez no se correspondieron con el decepcionante juego que dieron en distintos grados de manejabilidad. Muy escasa salvo la del sexto que salió con las dos orejas prendidas con alfileres.
Enrique Ponce (almirante y oro): Pinchazo y estocada trasera de rápidos efectos, gran ovación con saludos. estocada, ovación.
Diego Urdiales (verde botella y oro): Estoconazo trasero, muy generosa oreja. Estocada casi entera atravesada y dos descabellos, silencio.
Andrés Roca Rey (corinto y oro): Estoconazo perdiendo la muleta, palmitas. Estoconazo de ley, oreja con fuerte petición de la segunda, cerrílmente denegada por el palco presidencial.
Finalizado el paseíllo y sin deshacerse el desfile de los matadores y de sus cuadrillas, se guardó un muy sentido minuto de silencio por la muerte del gran torero Dámaso González. Lo fue indiscutiblemente. Descanse en paz.
El obsequio recibido por Diego Urdiales con increíble algarabía del cónclave y, sobre todo, por sus muchos incondicionales de Bilbao y de La Rioja, quedó enmarcado como recochineo presidencial. Tal cual quedó en exagerado premio si lo comparamos con el mismo para Roca Rey por una labor infinitamente mejor. Dicho sea con todos los respetos para ambos espadas. Lo que no tuvo pase ni explicación es que Matías se esforzara en igualar dos faenas absolutamente distintas, por lo simplemente meritoria la del ya muy veterano diestro riojano y la realmente estupenda del limeño. La de Roca Rey había sido de oreja. Indiscutiblemente. Pero en absoluto la de Urdiales. El escarnio fue total. Mejor hubiera sido que Matías no hubiera admitido en el reconocimiento la ínfima presencia del que sería el último toro de la corrida. ¿O no?
Lo de Enrique Ponce fue un jarrazo de agua fría, vertida sobre el calor del gran triunfo de su anterior actuación que satisfizo a todo el mundo salvo a dos colegas que hicieron el ridículo en su torva intención de minimizar la que, muy posiblemente, será premiada como la mejor faena con mucho de estas Corridas Generales.
Casi nadie podía imaginar que las preciosamente hechuradas reses de El Puerto de San Lorenzo iban a salir tan mermadas de fuerza salvo la que cerró la tarde. Pero así es el toreo y así seguirá siendo de imprevisible. Y casi todo el mundo, disgustado con el fiasco ganadero. Y más con los dos toros que se lastimaron irremisiblemente a
l romperse una de sus manos. Dio pena verlos tan cojitrancos y agónicos. Esto no puede ser admitido por nadie y menos por los propios matadores, las mayores victimas del tremendo fiasco.
Sobre todo por Enrique Ponce que llegó a su segunda actuación y hasta tuvo que salir a saludar antes de que comenzara la lidia, invitando compartir la ovación muy gentilmente a sus compañeros. Hasta ese feliz momento nadie pudo pensar que a pocos minutos del contento llegaría el general disgusto. Y no es que Ponce estuviera mal con sus dos oponentes. Hizo todo lo buenamente pudo por sostener las ruinosas embestidas de sus toros con la maestría que le caracteriza aunque nadie pudo olvidar su triunfal actuación inmediatamente anterior. Ponce hizo lo que antes se llamaba hacer de enfermero. El Viti fue uno de los mejores enfermeros que una haya visto. Se lo toleraron y hasta premiaron en la primera parte de su carrera hasta que la gente se hartó de enfemerías y empezaron a recriminárselo con furibundas protestas. No hay nada nuevo al respecto en la historia del toreo.
Diego Urdiales se enteró muy tarde de las bondades de su primer oponente. Buen final el de su exageradamente premiada por tan desigual en un de muy a menos a brevemente a más. Pero, repito, el brillo de no más de tres rondas frente a tan blandísimo animal que no cesó de perder las manos, no fue para tanto. Pareció que le hubiera venido Dios a ver en pos de ayuda. Un dios en forma de presidente.
Roca Rey naufragó con el invalido y tullido tercer toro que debió ser devuelto inmediatamente a los corrales en estricta justicia. Pero se desquitó muy crecido y satisfecho con el que finalizó el festejo. Claro que su faena llegó tras un recibo de menos a muy más por templadas verónicas, Luego de ser muy protestado mientras lo banderilleaban, logró hacer olvidar la pequeñez del anovillado ejemplar que tuvo un gran pitón derecho. El dulce torito que no había cesado de berrear, hasta planeó por la derecha. Razón por la que el grueso de la muy jaleada faena del peruano halló lugar por redondos muy ligados, muy templados y rematados con largos pectorales. Después llegó la parte más efectista de la faena que, inevitablemente, consistió en tripitidos cambios por la espalda. Lo que a un servidor menos le gusta de Roca Rey aunque no a la mayoría que celebró más la bisutería que la joyería derramada en la primera e intensa parte de la obra. Tras pendulear y retorcerse en sus clásicas arrucinas y parecidos menesteres, se tiró a matar como un jabato, dejando un efectivo estoconazo.
Me precipité anotando en mi partitura, dos orejas. Me fui de la plaza durante la bronca al palco por negarse a dar la segunda. Y así fue si así os parece.
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