Imagen del cartel original y único
LINARES: 70 AÑOS DESPUÉS DE LA TRAGEDIA.
La
semana de pasión del diestro Manuel Rodríguez, Manolete,
comenzó el domingo 24 de agosto de 1947 en Gijón donde estoqueó
toros de Luís Ramos al lado de Gitanillo
de Triana
y Parrita.
Actuó el martes 26 en Santander con toros de Rogelio M. Del Corral
junto a Belmonte y Rovira. Obtiene en sus toros, ovación y vuelta al
ruedo, respectivamente.
En
este modesto ensayo nos vamos a interesar por la opinión de las
personas que estuvieron a su lado y que conocieron los hechos de
primera mano. Solo nos interesa el lado humano del torero y como
vivieron los acontecimientos sus amigos e íntimos.
El
miércoles 27 de agosto de 1947, en las primeras horas de la noche
viaja Manolete a Linares. Va en su coche, Buick azul matrícula
M-75.545, acompañado de su apoderado, don José Flores Camará;
don Antonio Bellón, periodista y amigo del Monstruo,
y su mozo de espadas Guillermo. La pluma de don Antonio Bellón nos
relata el viaje:
...
El viaje hacia su muerte gloriosa lo hizo Manolete desde Madrid,
pálido, preocupado, con su fiel mozo de espadas Guillermo –el
visitante diario a su tumba- al volante, y en el asiento de atrás
Camará preocupado, y yo cronista taurino de “Pueblo”, que
procuré distraer con mi charla a los viajeros. Cenamos en
Manzanares. Durante la cena planteé el siempre eterno tema de la
rivalidad entre Joselito y Belmonte. Camará, entusiasta de su
padrino de alternativa, Joselito “El Gallo”, replicaba a mi
belmontismo. Manolete ironizaba. Terminó la cena, satírico Camará
y diplomático el cronista. Manolete se puso al volante; atrás,
pronto se durmieron Camará y Guillermo.
En
aquél último viaje, Manolete, -Manzanares en el kilómetro 173,
Linares a más de 300- me habló de sus amarguras y contrariadas
ilusiones. Su plan era terminar la temporada y, pese a todo, casarse.
Terminar
como torero, dándolo todo, solo o en conveniente competencia y
buscar su íntima felicidad que oscura, y tormentosa se le ofrecía.
Llegamos
a Linares. Al pasar junto al hospital donde moriría, en la noche del
siguiente día, recordó que anterior feria, su coche atropelló a
una chiquilla a la que llevó, abrazada a él a que la curasen sus
lesiones dolorosas en el hospital. No se olvidó de aquél cariñoso
ir abrazado a la muchachilla, Manolete, el soñador de paternidades
tranquilas.
El
hotel Cervantes. Saludos, abrazos. El cariño diplomático, del clan
de amigos de Luís Miguel. Manolete con sueño, demacrado, molesto de
prisas intestinales. Al fin el silencio y Manolete en su último
sueño. Apartado mañanero de la miurada, que estuvo destinada, y
perfilada para Murcia. Dominguín padre, sapiente, hábil, cordial
con Camará. “Gracias Pepe por estar Miguel en esta corrida”. “Va
a estar en más, Domingo”. Y los dos hombres fuertes y duros del
toreo miran y remiran a “Islero” y sus hermanos, Camará habla,
indica, sugiere en el apartado. Dominguín calla y otorga. Dos sabios
poderosos de los intereses difíciles por dentro del toreo y
taurinismo. Ya estaba hecho el sorteo. “Islero” - ¡ay, dicen que
no hay quinto malo!- saldrá el penúltimo.
Manolete,
aliviado de sus retortijones, recibe entusiastas visitas. Los de
Dominguín le desean suerte. Los fieles Chimo y Guillermo, le visten
de rosa y oro. El firme pulso de Manolete enciende la mariposa, que
parpadea ante las protectoras; reza fervoroso, y ordena de vuelta a
lo mundano, que al volver de la corrida se le tenga preparada una
conferencia con un balneario granadino donde está la que, en días,
será su esposa. Y... ¡a la plaza!
Por
las declaraciones hechas por don José Flores, Camará,
al periodista Tico Medina en el programa de TVE, “Así fue”,
emitido en 1973, nos aclara, el apoderado, los enigmas y
equivocaciones que, para muchos aficionados, todavía existen en
cuanto al cambio de toros y otras.
-
Don José Flores, “Camará”, como apoderado de Manolete entonces, me quiere usted decir que prometió no volver a Linares desde el día en que murió Manolete.
-
Prometerlo no lo prometí. Lo que he hecho es no ir.
-
Usted estaba en el cuarto aquél día en se vistió Manolete ¿no es cierto?
-
Si, señor.
-
Don José, ¿notó usted algo raro a la hora de vestirse el torero?
-
No, nada.
-
¿No había ningún presentimiento?
-
No, que yo notara nada. Estaba tan tranquilo como siempre.
-
Usted volvió y habló con Manolete y le contó que había estado en el sorteo ¿no es así?
-
Sí, sí.
-
¿Qué pasó en el sorteo ?
-
Pues verás, Tico, en el sorteo pasó lo siguiente: la corrida de toros era una de las llamadas terciadas y a él le tocó un toro chico y un toro mayor, que fue el mayor de la corrida que fue “Islero” y entonces yo, cambié el toro chico a Gitanillo por uno mayor que fue el primero que mató Manolete.
-
O sea, que no fue en ningún caso el toro “Islero” el que usted cambió.
-
No, no, de ninguna manera, ese le tocó a él en su primera hora y lo mató.
-
Don José, dígame una cosa que yo quiero saber, ¿el toro estaba afeitado?
-
Afeitado no estaba el toro, te lo puedo pero jurar, que no estaba el toro afeitado. Manolete ha sido de los toreros que, desde su época para acá, ha sido el que menos toros afeitados a toreado, porque tenía la manía de que los toros afeitados le punteaban la muleta.
-
¿Cuánto cobró Manolete aquella tarde?
-
Doscientas mil pesetas.
-
¿Era mucho o era poco?
-
Hombre, para aquella época era mucho.
Manuel
Rodríguez, Manolete,
se refería al afeitado de algunos de sus toros: ¿Creen
que voy a cobrar ese dineral que cobro si a mis toros hubiera que
cortarle tres dedos de los pitones en cada corrida?
Don
José Flores, relata los hechos tal como sucedieron y queda claro que
el toro Islero
ni estaba afeitado ni fue cambiado. Le tocó en suerte.
Otros
de los testigos de aquella corrida fue Luís Miguel Dominguín.
Cuenta a Tico Medina, en relación con el ambiente previo de este
corrida, lo siguiente:
-
Luis Miguel, ¿notaste algo especial en Manolete aquella tarde?
-
Yo al cabo del tiempo lo que creo es que, si me lo preguntan antes hubiera dicho que no, pero después de la cornada pienso que este hombre quería morirse. Fue muy extraño. Estábamos en un pequeño hotel, muy pequeñito. No me acuerdo como se llamaba, creo que el hotel Cervantes o algo así ¿no?
Yo
estaba en una habitación cerca del único baño que había en
nuestro piso y él tenía que pasar por la habitación para ir al
baño. Pasó, normalmente, como cualquiera puede pasar en estos
momentos y entonces, al volver, entró en la habitación donde
estaban una buena cantidad de sus “titulares partidarios”. Me
pareció, después; después, te digo, no antes, que había notado un
rictus de amargura, de desesperación, no sé, en fin, muy lógico
dentro del tipo de vida que nosotros tenemos. Que se siente uno un
poco molesto cuando una serie de seguidores de hace mucho tiempo y de
pronto te sientes un poco como traicionado, como si dijéramos,
engañado porque estén tus partidarios con otro. No quiero decir con
esto nada, en fin; no quiero decir con esto nada para molestarlos a
ellos, que ellos saben muy bien quienes eran. Lo que si quiero decir
es que este hombre estaba un poquito desesperado. Estaba un poco
fuera de ambiente y dijo: “Que ganas tengo de terminar, que ganas
tengo de que acabe la temporada”. Dijo algo más que me hacía
hasta gracia y se lo dije: “Pero, Manolo, pero por Dios, si la
temporada está muy cerca” con esa ingenuidad propia de la
juventud. Me dijo: “Ya llegarás a notarlo”. Yo creía que
aquello no podía llegar. Y la verdad, es que también ha llegado
para mí.”
Ese
era el aire que se respiraba y que testigos de la tragedia captaron
ese día antes de la celebración de la corrida.
Manolete,
vestido de rosa palo y oro, está a las 17,25 horas del día 28 de
agosto de 1947, en la puerta de cuadrillas para hacer su último
paseíllo.
Antes
de salir, se hace una foto con el cabo de la entonces Policía
Armada, Juan Sánchez, amigo suyo, y que luego tendría un
protagonismo importante a la hora de las transfusiones de sangre
después de la cogida.
El
periodista Tico Medina le preguntó al cabo:
-
Dígame usted una cosa, Sr. Sánchez, ¿Cómo le encontró aquél día?
-
Perfectamente y hasta optimista.
-
¿Incluso sonreía?
-
Si señor.
A
las 17,30 en punto hace sale al ruedo Manolete
y hace el paseíllo en el lado izquierdo, visto desde la Presidencia,
en el centro Luís Miguel Dominguín y en el lado derecho, Gitanillo
de Triana.
Terminado
el paseíllo, saludan los matadores al publico que entusiasmado les
ovaciona. Manolete,
majestuoso, -no encontramos otra palabra-, se adelanta y entre sol y
sombra, saluda. Pies juntos, mano izquierda caída cogiendo el capote
que en parte descansa en el ruedo. Mano derecha: montera, pegada al
muslo derecho, tomada por tres dedos y pulgar, el índice extendido
sobre ella. La cabeza girada hacía el lado derecho algo inclinada.
Media sonrisa. Parece decir: ¡Aquí
está Manolete!
Don
Antonio Bellón, crítico taurino y amigo de Manolete
nos relata en 1973:
“Me
llamo Antonio Bellón y soy redactor y crítico taurino, ahora en
este mismo sitio donde vi la corrida puedo recordar algunos detalles
de ella.
La
corrida era de Miura y no salió lo que llaman los toreros agradable.
Gitanillo
de Triana, en el primer toro, estuvo bien, pero sin pena ni gloria.
Manolete,
al que al salir le habían chillado bastante porque no había toreado
en Córdoba principalmente y luego después le hicieron saludar desde
aquí, desde el tercio. Manolete en el primero pues, lo que llaman
también técnicamente mató al toro.
Luís
Miguel Dominguín, con el público a favor, además que estuvo bien,
cortó una oreja.
En
el cuarto toro volvió Gitanillo de Triana volvió a estar, lo que se
llama bien, sin ninguna cosa destacada.
Y
ya salió “Islero” y Manolete salió desde su burladero y salió
con verdaderas ganas y toreó de capa muy bien y el público empezó
a entregársele. Y después a la hora de la faena de muleta toreó
hacía la puerta de cuadrillas que era donde había el núcleo que
más le chillaba; dio unos naturales como daba a todos los toros, dio
sus redondos y ya cuando la faena estaba para terminarse y el público
cesaba de pitar, quiso adornarse por los toriles tocando el pitón al
toro, lo que no hacía frecuentemente porque no era lo suyo y ya para
terminar la faena se fue a la puerta de cuadrillas y dio las clásicas
manoletinas suyas con el pecho dándoselo a los pitones, un adorno;
pero un pase en el caso de Manolete. Y después salió un poquito
hacia fuera y ya entró a matar y fue cuando el momento de la
tremenda desgracia que nos privó de aquél gran torero.”
El picador de Manolete,
Barajas, más conocido por “Pimpi”, estuvo hasta el último
momento al lado del Monstruo. Comentó:
“Estuve
a su lado hasta que expiró. No me separé de su lado un solo
instante. Las cinco transfusiones de sangre las soportó con todos
sus sentidos. Se quejaba, eso sí. Y me decía:” Pimpi no te vayas.
Dios te pagará cuanto haces por mí”. ¡Una tragedia! Yo, la
verdad, en un principio no creí que la cornada pudiera costar la
vida a nuestro gran torero.”
El testimonio
de Guillermo, su mozo de espadas, que junto con Cantimplas lo
trasladó a la enfermería es desgarrador:
“A
unos metros de Manolo, entre barreras, estaba yo. Perfecta cuenta me
di del peligro que corría el torero. Al Pelu (Cantimplas) y a
Pinturas les dije, varias veces, que anduvieran con cuidado. Y a
Manolo cuando montó el estoque, no pude contener un grito. Fue éste
¡aligera y con el brazo por delante!
Manolo
quiso hacer la suerte con
toda
honradez y sobrevino el percance. Fui el primero en llegar a recoger
al torero. Creo que con Cantimplas, Camará, Sevillano y algún otro,
le llevamos a la enfermería. Yo no pude, no quise entrar. Me
atenazaba la congoja. Y preferí no verlo -¡hasta verlo muerto!-, a
dar un mal rato a quien tanto quise... No tuve valor para soportar
tan cruel momento”.
Primo
hermano y banderillero de Manolete,
Rafael Saco, Cantimplas,
relata así los momentos dramáticos de la cogida:
“Fuera
de la barrera estaba yo, en terrenos de chiqueros, siguiendo el
trasteo de muleta con tanto interés como impaciencia. El toro era
manso, echaba la cara arriba y abajo y en cada pase veía cogido a mi
matador. Después de la cogida yo fui el primero que entró al quite.
Tomé a Manolete en brazos, y ayudado por no sé quien o quienes, lo
llevamos a la enfermería. Me salí después. Era tan tremenda la
herida que me dio miedo....”
En
1973 Tico Media, entrevista a la madre de Manolete
en su chalet de la Avenida de Cervantes en Córdoba.
-
Hablamos con doña Angustias, la madre de Manolete, a sus 92 años
para 93 en el salón de su hermosa casa que hace aproximadamente 30
años le regalara su hijo.
-
¿Cuándo se enteró de la cornada de su hijo en Linares? ¿Dónde
estaba usted?
-
Iba a cenar y entonces sonó el teléfono...
-
Pero usted estaba en San Sebastián.
-
En San Sebastián y como yo esperaba noticias de la corrida, pues,
entonces dijeron que estaba un poco herido pero que, en fin, que me
darían más noticias. Pero yo no esperé y me fui en seguida a la
salita de estar y digo: yo voy a oír la radio porque tiene que dar
la corrida y cuando oí aquello empecé a pegar gritos ¡Ay, niña
que la cogida de tito Manolo es muy mala! ¡Ay, que está muy grave!
Y
luego me trajeron para aquí, para Córdoba. Cuando yo llegué ya
estaba él de cuerpo presente. Estaba metido en la caja en esta misma
habitación.
-
Desde entonces hasta ahora, ¿ha llorado usted mucho?
-
¡Ay, si señor, yo a mi hijo lo quería muchísimo. Él no se iba
nunca sin entrar en la cocina y decirme: “Adiós, madre”. Con que
ganas me decía: ¡Adiós madre!
Después
de la declaraciones de su madre conviene sacar a la luz -70 años
después-, las manifestaciones extractadas – Revista Semana de
fecha 2 de septiembre de 1947, número 393- de la impresión que
produjo la muerte del diestro en la mujer que amó con locura; la
artista de cine Lupe Sino y, que dado el puritanismo de la época,
quedó en la sombra en su relación con Manolete.
Habla
Lupe Sino:
Pérdida de sentido de su vida como
artista:
Mi
pasión por mi arte como artista de cine, perdió sentido a su lado.
Hasta mi juventud dejó de interesarme, valía más la suya, tan
heroica y, sobre todo, tan buena; porque Manolete era, sobre todo,
bueno.
Feliz
al lado de Manolete:
Más
que nadie en el mundo. Por él me di cuenta de que el mundo era
diferente. En él deposité todos mis amores, y le entregué el
caudal íntegro de mis sentimientos y mis sentidos.
Llanto
por Manolete:
Yo
le he visto muerto al acabar de entregar su alma a Dios. Se ha
quedado como si fuera un niño, dormido con la bondad del alma
reflejada en su último gesto. Mis lagrimas han sido las primeras
caídas sobre su cuerpo sin vida, y mis besos...
Lupe Sino, nos dice como se enteró
de la mortal cornada:
Estaba
en Lanjarón, y a última hora de la noche recibí un telegrama de
Chimo el buenísimo segundo mozo de espadas de Manolo; y en el acto
me fui a Linares.
No
refiere, Lupe Sino, lo que pasó cuando ella llegó al hospital donde
Manolete era atendido. Por manifestaciones de testigos del caso se
sabe que amigos íntimos de Manolete la recibieron y le comunicaron
que a Manolete no se le podía ver para evitar emociones inútiles y
perjudiciales para su estado gravísimo. Uno de ellos manifestó: Si
Manolete te llama tú estás dentro; pero si Manolete no te llama...,
ahí no entras.
El
diestro de Córdoba no la llamó porque nunca después de una cogida
había hecho semejante cosa. Y, además, Manolete tenía una cornada
de muslo y no se esperaba, -ni él mismo-, que muriera tan pronto. El
cordobés solo se acordó de su madre al decir: ¡Que
disgusto más grande le voy a dar a mi madre cuando se entere. Esto
no me pasa más que a mí por tonto que he sido!
...¡por
tonto que he sido! Se
refería el diestro que tenía que haber dejado de torear; pero que
no lo hizo por presiones empresariales y de otra índole.
Continúa Lupe
Sino:
¿Cómo
era Manolete
en la intimidad?
Era
un chiquillo completo; reía como los chicos, se divertía con las
cosas de la vida de hogar. La casa era su pasión; pero una casa
íntima, recogida, sin alardes, cómoda. Era un hombre familiar. Todo
lo que suponía una alegría familiar le encantaba. Yo, muchas veces,
me embelesaba viendo como un hombre tan valiente, tan hombre, con un
corazón de héroe, se entregaba a las más suaves emociones.
¿Porqué seguía toreando si ya no
lo necesitaba?
Porque
era su sino. Él quiso retirarse el año pasado –1946-, no torear
este años más que dos o tres corridas benéficas; pero ruegos de
los empresarios, el aliento de miles de admiradores..., le hicieron
seguir. ¡Qué sé yo! ¡Que era su destino!
El
dinero de Manolete:
Ese
es un tema que no abordé jamás. Desde luego, si seguía toreando,
por ambición no era; Siempre le oí decir que había conseguido más
de lo que soñara cuando en su infancia carecía de casi todo.
Sobre
el pundonor de Manolete:
Toreaba en México- el día de su presentación- cuando fue empitonado por el segundo toro. Le entrevistó un periodista inglés y le preguntó:
-
¿Porqué no se apartó? ¿No veía que le iba a coger?
-
Me quedé allí porque para eso cobro lo que cobro; para eso soy Manolete.
Contesta así con sinceridad como si la herida que le tenía tumbado en la cama del hospital fuera el deber que tenía que cumplir. Percibió el peligro, pero no se quitó.
M.
Alcón pregunta al publico de la época:
¿Qué
precio le pone usted ahora a la última estocada de Manolete? ¿Un
cortijo? Menguada recompensa. Desde la perdiz que se limpia el pico
en la arenisca, a la zagala, hija del guarda, que ya sepultó su
esperanza de conocer al nuevo y famoso amo, cualquier ser de cuantos
se mueven entre los lindes de ese cortijo recién adquirido, es más
dueño que Manolete de la tierra que pisan.
Tantas
fanegas... para quien ya solo reclama unos metros de tierra...
M.
Halcón (La última estocada. 1947)
La
muerte llega a su hora, en el momento marcado por el signo que nos
acompaña desde el nacer. Ese: ¡era
inevitable!,
¡era
un predestinado!,
de que están llenas las elegías a Manolete
refleja ese convencimiento de que nada es firme frente a la gran
Verdad. Sea ella para el gran torero muerto -ahora hace 70 años- tan
misericordiosa como luminosa y radiante fue su vida de ídolo de
multitudes.
A
Iván Fandiño In Memoriam.
Agosto
de 2017 en Collado-Villalba.
José
María Sánchez Martínez-Rivero.
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