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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

martes, 3 de mayo de 2011

Goyesca del 2 de Mayo. Un toro con casta y un tío enfrente: lo que desde Goya fue el toreo

Goyesca del 2 de Mayo
Un toro con casta y un tío enfrente: 
lo que desde Goya fue el toreo 
 
José Ramón Márquez

Hoy, la goyesca. Yo siempre echo de menos en estas goyescas al menos cuatro cosas cosas: los perros, la media luna, el salto de la garrocha y el caballo sin peto. Sin esos delicados detalles auténticamente goyescos, la tal corrida goyesca es sólo una corrida de disfraces de la que lo que más me gusta sin lugar a dudas son las filas de los monos y de los areneros, que me recuerdan a las figuritas del belén que venden en la Plaza Mayor por las navidades. Hoy, entre los monos, se coló además uno de verde, que cantaba un montón que era de pega.

En realidad es sólo una corrida más. Bueno, según se mire, que la corrida tenía una presencia, una seriedad y un cuajo que imponía respeto. Los toros llevaban marcadas a fuego las dos ces de don Nazario Carriquiri, interesante personaje del XIX, negociante, banquero y político, amigo del Marqués de Salamanca, que hoy pertenecen a don Antonio Briones, empresario, abogado y poseedor de la Gran Cruz del Mérito Civil.

El encaste de los Carriquiri de Briones es Núñez, y en ese tipo trajo el ganadero hoy a Madrid una corrida seria y magníficamente presentada; seis toros de cinco hierbas que inspiraban respeto y cuyos pesos estuvieron entre las cuarenta y seis arrobas y media del sexto, Delicioso, número 43, y las cincuenta del primero, Letrado I, número 4. Todos los toros fueron exigentes, haciendo gala de su casta. Hubo variedad de comportamientos entre el Corchito, número 5, toro de embestida vibrante y alegre, que fue despedido con palmas, hasta el tremendo Delicioso, antes citado.

Los toreros que se anunciaron con esta gran y dura corrida de toros fueron el veterano Fundi, Fernando Robleño e Iván Fandiño.

El torero de Fuenlabrada venía a Madrid después de lidiar al toro de Miura de vuelta al ruedo en Francia, lidia tremenda. El fuenlabreño, que se ha visto con todas las ganaderías cuyo nombre inspira terror a los pitiminís del escalafón, a los del arte y la cultura, se mantiene en activo matando lo que le echen siete años después de la retirada de su condiscípulo de la escuela de Madrid, Pepito Arroyo. Y entretanto también le ha dado tiempo para ir de telonero con los cuvillejos de José Tomás cuando al de Galapagar le ha convenido. En su primero, un berrendo en negro, ha planteado el trasteo en los medios y ha dado muchos pases, en su estilo menos interesante, sin amilanarse pero sin decir gran cosa. Lo ha matado mal. En su segundo ha planteado la faena también en los medios; ahí ha hecho una perfecta faena de lidia, sin lucimiento para el tendido, pero de una efectividad extraordinaria, con mucho mando y gran poder. Faena sin una sola concesión a la estética en la que cada muletazo ha sido un látigo hasta que el toro se ha quedado inequívocamente pidiendo la muerte. El Fundi le ha recetado una estocada entera y se ha retirado hacia la barrera sin que la gran mayoría de la plaza haya reparado gran cosa en su labor. Esta faena, que no es de este tiempo, la podría haber firmado, idéntica, ante un toro de Guadalest en 1918. Me ha encantado su sabor clásico, lo que el toro demandaba.

Fernando Robleño es un torero muy querido en Madrid. En seguida le quieren apoyar y empujar para que triunfe. Hoy ha tenido un primer toro que es netamente el toro que en Madrid encumbra, toro de embestida vibrante, con la emoción de la casta y con la dificultad de tener que sobreponerse a su seriedad. Robleño lo ha toreado sin eficacia y sin arte, buscando la distancia en la que él estaba cómodo, no la que el toro le demandaba. La faena fue a menos a medida que Robleño se daba cuenta de que la cosa se le iba de las manos. Al final el toro se quedó algo parado. Lo mató de pinchazo y estocada. En su segundo, quizás consciente de que su mejor ocasión se le había pasado, estuvo espeso y falto de ideas. A ese segundo lo mató mal.

Iván Fandiño en su primero dio la misma impresión que en Sevilla una semana antes con los del Conde de la Maza. Un muletazo por aquí, codilleando, una carrerita, un nuevo cite, otra vez el torero mal colocado, otra carrerita, y así sucesivamente. A este primero lo mató bien de estocada arriba. En su segundo, Delicioso, toro en la línea de Villamarta de impresionante trapío pese a ser el de menos peso del encierro, Iván Fandiño puso en Las Ventas su auténtica carta de presentación como torero. Fue a recibir al toro con la peste de las verónicas, pero este toro no demandaba eso. Tras tragar en las tres que le dio, pensó un momento y se lo sacó hacia los medios con capotazos muy eficaces de gran mando y gran suavidad para ahormarle, sacando el capote por debajo de la pala del pitón. Primera ovación fuerte. Fue penoso el tercio de varas que nos dio Rafael Agudo, que con la cuadra tan buena que hay ahora en Las Ventas se les nota mucho lo malos o lo cobardes que son algunos picadores. Por fin, al llegar al último tercio daba la impresión de que el toro estaba poco picado, muy entero y desafiante. Fandiño tiró por el camino de la verdad y decidió hacer lo que hoy no hace nadie, ponerse en la rectitud del toro, aguantar la embestida y tratar de ligar el muletazo andando hacia adelante. Una gloria daba ver tanta verdad ante tal enemigo. Uno del siete gritó “¡Así se viene a Madrid!” y llevaba el hombre más razón que un santo, porque la faena fue ganando en intensidad por la insobornable decisión de Fandiño de ganar su posición y de pelear al toro cada muletazo. Cuando consiguió ligar tres muletazos, la plaza se le entregó y cuando le dejó una estocada entera, un respiro de alivio recorrió el tendido tras la gran tensión que se había vivido. Faena de torero macho, de la que te pone la carne de gallina, faena de verdad ante la que no caben esas paridas del arte ni de detener el tiempo, ni del pestilente rollo cultureta. Un toro con casta y un tío enfrente, lo que siempre fue el toreo, desde los tiempos de Goya.
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