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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

sábado, 25 de mayo de 2013

MI PEPE LUIS / Por BENJAMÍN BENTURA REMACHA




MI PEPE LUIS

BENJAMÍN BENTURA REMACHA
El domingo pasado, a las 10 de la noche, me llamo José Luis Ramón, director de “6TOROS6”, doctor
en periodismo con su tesis sobre la revista “El Ruedo” y conocedor de mis principios en este singular medio informativo, y me pidió doce o catorce líneas sobre Pepe Luis que había fallecido en Sevilla hacía un par de horas. Esto fue lo que le transmití por teléfono y él incluyó en su publicación bajo una preciosa y singular foto del torero de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado:

“PEPE LUIS, MANOLETE Y MIURA – Los mayores admiradores de Pepe Luis Vázquez fueron Manolete y Eduardo Miura. Y los dos por la misma razón: su conocimiento del toro. El de Córdoba decía, ante las críticas de los espectadores insatisfechos, que si los toreros supieran del toro lo que sabía Pepe Luis ninguno se la jugaría como él lo hacía. Y Miura no admitía en sus tientas nada más que al Ángel Rubio de San Bernardo. Divina gracia en la leve estampa del gran torero sevillano. Mi suerte fue verlo, admirarlo y hasta firmar una crítica de una actuación suya en El Escorial, en agosto de 1959. Privilegios de la edad. Toda una época del toreo se cierra con su tránsito. La de mi juventud.”

La misma foto que encabeza mi nerviosa semblanza del torero fallecido, la publiqué yo hace años en “Fiesta Española” porque me lo pidió Salvador Domínguez “Gloria Bendita” como regalo para su padre, pepeluisista, que cumplía años. Muchos son los documentos gráficos que pueden reflejar pálidamente lo que era Pepe Luis sobre las arenas del mundo con mención especial a la de “El cartucho de pescado” de Jerez con el anuncio del “Tío Pepe” al fondo, fino jerezano protagonista del único reto de la vida del de San Bernardo que yo conozco. Volvía de América Manolete y Pepe Luis hizo unas declaraciones en las que invitaba al de Córdoba a torear una corrida de Miura en la Maestranza. Manuel sonrió divertido y comentó a su interlocutor: “¿No será mejor que me invite a unas gambas bien regadas con una botella de “Tío Pepe”?

Dejo para José Luis Suárez – Guanes los recuerdos estadísticos porque claramente me gana a memoria y me quedo con “mi Pepe Luis”, con el Pepe Luis que yo conservo en el más luminoso de mis pensamientos. Nada que ver con Sócrates, el filosofo de los Diálogos que llegaron hasta nosotros gracias a Platón, violento de carácter y aspecto vulgar, sobrenombre que se inventó “Timbales” y cultivó Zabala. Para mí la grandeza de Pepe Luis se basa en su nada socrática sencillez.

Me contaba mi padre, que, por la circunstancia de su destino en Badajoz para dirigir el diario “Hoy”, asistió a la novillada de presentación de Pepe Luis en Sevilla, 1938 ( a finales de este mes hará 75 años) que aquel día, 29 de mayo, había muy poco público en la plaza y que ese reducido grupo de espectadores se desplazaba por los tendidos siguiendo la magia del neófito, pero que, al anochecer, en la calle Sierpes, docenas de entusiasmados aficionados relataban gráficamente lo que había sucedido en el ruedo. Mi padre, no más pepeluisista que mi madre, aseguraba que el de San Bernardo toreaba por aquel entonces como en el mes de septiembre de 1959, en su despedida en Las Ventas, festejo en el que alternó con su hermano Manolo y su heredero artístico Curro Romero. Sólo en una cosa el neófito del 38 “progresó adecuadamente”, en la ejecución de la salvadora “media estocada lagartijera”. Y en esta evocación se juntan dos aragoneses importantes, por un lado don Mariano de Cavia “Sobaquillo”, lagartijista de hueso colorado, y don Ramón de la Cadena “Don Indalecio”, pepeluisista hasta morir. En Zaragoza había un culto extraordinario hacia Pepe Luis y que se materializó en una peña que heredó Manolo Vázquez bajo el impulso del señor Macarrilla y se convirtió en el Club Taurino Zaragozano con la incorporación de la gran familia vazqueña y la distinguida aportación del honorable “tailor” don José Gazo, con el que coincidí en Huesca un año de finales de los 70 por las agosteñas fiestas de San Lorenzo y la presencia de Pepe Luis Vázquez Silva, que venía desde Sevilla en tren o autobús, puede que en ambos medios de comunicación, acompañado por uno de sus hermanos y con el vestido de luces en una maleta para actuar en Maella, lugar de nacimiento del mejor escultor aragonés, Pablo Gargallo. Dos generaciones de los Vázquez , ocho toreros, cuatro matadores de toros. ¿Qué pasará con la tercera generación? Otro Pepe Luis, un hijo de “Lolo” (Manolo), tiene la palabra. Atentos.

El patriarca fue un torero impar al margen de “las escuelas” que, para él, no existían. Corto con la espada, ya lo he dicho, largo con el capote y larguísimo con la muleta. Profundo y exquisito, dúctil y férreo, grácil y sobrio. Pepe Luis era… Pepe Luis. Una vez me pidió Juan Palma un artículo para una revista que él hacía y lo titulé, ante mi impotencia definitoria, “Sevilla es…Sevilla”. No inventaba nada, pero lo decía todo. Lo mismo me pasa con Pepe Luis. Grande, grande, grande …

¿Y como persona? Lo han dicho sus hijos: más grande todavía. Tenía fama de ahorrador con anécdotas que yo recuerdo, como la del día que su hermano Manolo, novillero todavía, cortó cuatro orejas en Madrid. Se hospedaban en el hotel Florida, calle del Carmen esquina a la plaza de Callao. “Por favor, le dijo a un camarero, traiga media botella de fino” “No hay medias botellas, señor”. “Pues traiga una entera y sirva la mitad”. En otra ocasión, su mozo de espadas, que creo recordar que se llamaba Flores de apellido, le vino con un sobre que le había devuelto un informador. “Me dice que no es su dinero”. Pepe Luis se lo guardo en su bolsillo y comentó “Tiene razón, es el mío”. En su sitio, frugal, fuera de los focos, su casa, su esposa Mercedes, sus hijos, la Maestranza, allá arriba, nada de barreras feriales o banquetes a las orillas del río. Austero pero alegre como su desfile por los ruedos del mundo. España, México (los mejores testimonios cinematográficos) y otros lugares. Yo tuve la suerte de verlo y hasta me atreví a firmar la crónica de San Lorenzo del Escorial a mediados de agosto de 1959, un mes antes de su retirada definitiva. Recuerdo, aunque no lo reflejé en mi escrito, que en una tanda de naturales, cogió la muleta con el dedo gordo y la palma entera de la mano izquierda a modo de nervios de una hoja de color rojo, le dio la vuelta al estaquillador y con los vuelos para dentro ejecutó los más puros muletazos que yo recuerdo. La pureza inmaculada de un torero divino. Me sentía en la obligación de contarlo por la simple razón de haberlo vivido. Pero, al final, Pepe Luis es… Pepe Luis. Así de sencillo, tan sencillo como él mismo.
 

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