Fotografía La Loma
“Lo que no pue ser no pue ser y, además, es imposible” Se pongan como se pongan don Manuel, don José Antonio, el de la tele y el de la moto, los consejeros y aduladores de la moderna cúpula taurina, Talavante no es torero de seis toros.
PETARDO O FOLLÓN
Benjamín Bentura Remacha.-
Benjamín Bentura Remacha.-
Zaagoza, 22/05/2013.-
¿Culpables? ¿Los toros de Victorino? Victorino es el mejor ganadero de todos los tiempos aunque no haya creado una nueva ganadería y sí recuperado la de Albaserrada que estropeó Escudero Calvo y su sobrino Licinio. No ha tenido similar acierto con los “patas blancas” de don Arturo Cobaleda, lo de Barcial, “Monteviejo”, con lo que podemos llegar a la falsa conclusión erótica de que con buena herramienta bien se labora, en imitación de las innovaciones refraneras de mi abuela Jesús que aseguraba que los hijos de Berdolé le enseñaban a sus padres “a hacer media”. De todas formas, como decía el gañán de mi pueblo, “ti pongas como ti pongas ti de emprender”. A Alejandro Talavante le han … fastidiado. O se ha dejado fastidiar. ¿La empresa de Madrid que lo apodera? El “preparo”, como también dicen en mi pueblo, ha sido de película y, para ello, han contado con la inestimable colaboración del cineasta Díaz Yáñez, Díaz por parte de padre, el sublime “Michelín”, aquel torero de plata que enganchaba a los toros por los hoyos de sus narices y los llevaba a una mano prendidos en su capote hasta el próximo infinito. Agustín, a las órdenes del camero Paco, explicaba a los incrédulos que todo consistía en coserle al capote un gancho con el que amarrar las napias del cornúpeto. Luego, fácil, tirar de él. Yánez por parte de madre, hermana de Arturo, personaje de la picaresca taurina zaragozana que repartía lotería por la redacciones, les ponía hielo a las coristas en top-less o pagaba a los empleados de “Cancela”, propiedad de un torero zaragozano, Andrés Álvarez, empresario de ida y vuelta porque lo mismo que se hizo rico y le salían los billetes por las orejas, se arruinó cuando “El Bocas” abandonó la farándula de orillas del Ebro y se fue a disfrutar del sol y las bellotas de Extremadura con el título de ilustre ganadero. Andrés Álvarez, de novillero, sufrió una grave cornada y necesitó de una transfusión sanguínea y fue su donante Manolo Cisneros, por entonces también novillero al que se motejaba de “torero de cristal” por su finura artística pero de moral quebradiza, impulsor de la carrera de Raúl Aranda y luego apoderado de Curro Romero, con lo que hizo curristas a los hasta entonces incrédulos aficionados aragoneses que no olían el romero. Al despertar de la anestesia y enterarse Álvarez de que le habían puesto sangre de Cisneros exclamó entre lamentos “Ya no podré ser figura del toreo”. Y no lo fue, claro está.
Vuelvo al principio, al trabajo de Agustín Díaz Yáñez para que la televisión difundiera el gran acontecimiento del paseíllo en solitario de Alejandro Talavante con el fin de estoquear seis toros de don Victorino, más en el tipo de los de don Atanasio que los saltillos de Albserrada. Se salvaban por el color de sus pelos cárdenos y sus cornamentas algo veletas y playeras. Feos en conjunto y con muy poca rasmia, que es castellano de origen árabe y que significa poco empuje, palabra muy empleada en mi pueblo. ¿Y cuál es mi pueblo? El de la mucha rasmia. La que le faltó a Talavante para enfrentarse a los victorinos. De los toreros que se han puesto en esta tesitura en Madrid y frente seis ejemplares del de Galapagar, su lugar de origen, el que más trofeos conquistó, tres, fue Pedro Gutiérrez Moya “Niño de la Capea”, el más capacitado técnicamente de todos ellos. Andrés Vázquez, Ruiz Miguel, Roberto Domínguez y Manolo Caballero empataron a dos orejas, dándose ahora la circunstancia de que es la primera ocasión en la que un torero se va de vacío en similar acontecimiento.
El ambiente estaba creado, las televisiones divulgaban la figura del torero, la estampa de los toros y el habano de don Victorino y hasta el Heraldo de Aragón le dedicaba su buen espacio. Sánchez Dragó se cobijaba bajo el techo de hojalata de un burladero de Las Ventas, Sabina lucía su chambergo veraniego en una barrera, la Lomana sonreía sin mover un músculo y en el palco de la televisión de pago unos cuantos invitados hablaban de sus cosas. Y Talavante, con un traje rojo sangre de toro bordado en negro, se afanaba por encontrarse con su inspiración, con su improvisación, como aquel día de Zaragoza que coincidió con “su” toro y, según mi amigo Jesús Bergés, hizo la mejor faena de la historia. Exagera mi amigo, pero en lo subjetivo cada uno puede pensar lo que le parezca. Los de Victorino no eran de torear todo seguido, había que lidiar, dominar sobre las piernas, andarles a los toros y dejarles sitio, todo lo contrario de lo que es el estilo de Talavante.
Al final, nadie tiene la culpa de que el petardo haya explosionado por aquello que dijo un torero y que los sesudos comentaristas achacan a Guerrita, el Bernad Shaw, el Mark Twain, Churchill o el Jacinto Benavente de los toros: “Lo que no pue ser no pue ser y, además, es imposible” Se pongan como se pongan don Manuel, don José Antonio, el de la tele y el de la moto, los consejeros y aduladores de la moderna cúpula taurina, Talavante no es torero de seis toros. Lo fueron Joselito, el primero, el de los Gallo, con los siete toros de Martínez, Gregorio Sánchez en siete cuartos de hora, Paco Camino con ocho orejas, santacolomas, Miura y Arranz, Raúl Ochoa Rovira, el “argentinomexicanoespañol” para hacerle la puñeta a Luis Miguel, Antonio Bienvenida no el día del “calambro”, todos en Madrid, Curro Romero en Sevilla, a 100 pesetas por espectador y con Manolo Cano de apoderado (un millón de pesetas) y José Tomás en Barcelona, para cerrarla, y Nimes. Por cierto, José Luis Gran, “Romito” en los carteles como novillero y banderillero, me dice que ahora los aficionados se dividen en dos clases: los que vieron a Tomás en Nimes y los que no lo vieron. Yo, como no estuve en Nimes, le pido al galapagueño que toree treinta corridas en las plazas de primera de España con toros de Alcurrucén, Torrestrella, Blatasar Iban o Ana Romero alternando con “El Juli”, Manzanares, el propio Talavante, Morante, Ponce, si quiere él, Uceda Leal, que a más de buen torero es el mejor estilista actual del volapié, Curro Díaz y su duende y los legionarios Fandiño y Mora.
¡Albricias, señores empresarios taurinos!, he descubierto la piedra filosofal de la fiesta de los toros. En plena euforia, viene un amigo y me remoja con un cubo de agua fría: José Tomás va a torear este año cuatro corridas de toros en Valencia, Málaga, Francia y una más. De una a una, año a año, hasta la eternidad.
Al final, todo queda en un follón en su tercera acepción de la Real Academia de la Lengua, cohete que se dispara sin trueno. La quinta acepción, no, ventosidad sin ruido. Pero algo huele mal en el país del toro bravo.
Y remato: Ha muerto Pepe Luis, sin apellidos y sin calificativos rimbombantes. ¡Pepe Luis! Al mediodía de hoy, en el espacio que vuelve a presentar la carismática señorita Igartiburu han hablado del torero de Sevilla para destacar que fue al primer novio de la Duquesa de Alba. Hablarán las piedras, Mío Cid.
Vuelvo al principio, al trabajo de Agustín Díaz Yáñez para que la televisión difundiera el gran acontecimiento del paseíllo en solitario de Alejandro Talavante con el fin de estoquear seis toros de don Victorino, más en el tipo de los de don Atanasio que los saltillos de Albserrada. Se salvaban por el color de sus pelos cárdenos y sus cornamentas algo veletas y playeras. Feos en conjunto y con muy poca rasmia, que es castellano de origen árabe y que significa poco empuje, palabra muy empleada en mi pueblo. ¿Y cuál es mi pueblo? El de la mucha rasmia. La que le faltó a Talavante para enfrentarse a los victorinos. De los toreros que se han puesto en esta tesitura en Madrid y frente seis ejemplares del de Galapagar, su lugar de origen, el que más trofeos conquistó, tres, fue Pedro Gutiérrez Moya “Niño de la Capea”, el más capacitado técnicamente de todos ellos. Andrés Vázquez, Ruiz Miguel, Roberto Domínguez y Manolo Caballero empataron a dos orejas, dándose ahora la circunstancia de que es la primera ocasión en la que un torero se va de vacío en similar acontecimiento.
El ambiente estaba creado, las televisiones divulgaban la figura del torero, la estampa de los toros y el habano de don Victorino y hasta el Heraldo de Aragón le dedicaba su buen espacio. Sánchez Dragó se cobijaba bajo el techo de hojalata de un burladero de Las Ventas, Sabina lucía su chambergo veraniego en una barrera, la Lomana sonreía sin mover un músculo y en el palco de la televisión de pago unos cuantos invitados hablaban de sus cosas. Y Talavante, con un traje rojo sangre de toro bordado en negro, se afanaba por encontrarse con su inspiración, con su improvisación, como aquel día de Zaragoza que coincidió con “su” toro y, según mi amigo Jesús Bergés, hizo la mejor faena de la historia. Exagera mi amigo, pero en lo subjetivo cada uno puede pensar lo que le parezca. Los de Victorino no eran de torear todo seguido, había que lidiar, dominar sobre las piernas, andarles a los toros y dejarles sitio, todo lo contrario de lo que es el estilo de Talavante.
Al final, nadie tiene la culpa de que el petardo haya explosionado por aquello que dijo un torero y que los sesudos comentaristas achacan a Guerrita, el Bernad Shaw, el Mark Twain, Churchill o el Jacinto Benavente de los toros: “Lo que no pue ser no pue ser y, además, es imposible” Se pongan como se pongan don Manuel, don José Antonio, el de la tele y el de la moto, los consejeros y aduladores de la moderna cúpula taurina, Talavante no es torero de seis toros. Lo fueron Joselito, el primero, el de los Gallo, con los siete toros de Martínez, Gregorio Sánchez en siete cuartos de hora, Paco Camino con ocho orejas, santacolomas, Miura y Arranz, Raúl Ochoa Rovira, el “argentinomexicanoespañol” para hacerle la puñeta a Luis Miguel, Antonio Bienvenida no el día del “calambro”, todos en Madrid, Curro Romero en Sevilla, a 100 pesetas por espectador y con Manolo Cano de apoderado (un millón de pesetas) y José Tomás en Barcelona, para cerrarla, y Nimes. Por cierto, José Luis Gran, “Romito” en los carteles como novillero y banderillero, me dice que ahora los aficionados se dividen en dos clases: los que vieron a Tomás en Nimes y los que no lo vieron. Yo, como no estuve en Nimes, le pido al galapagueño que toree treinta corridas en las plazas de primera de España con toros de Alcurrucén, Torrestrella, Blatasar Iban o Ana Romero alternando con “El Juli”, Manzanares, el propio Talavante, Morante, Ponce, si quiere él, Uceda Leal, que a más de buen torero es el mejor estilista actual del volapié, Curro Díaz y su duende y los legionarios Fandiño y Mora.
¡Albricias, señores empresarios taurinos!, he descubierto la piedra filosofal de la fiesta de los toros. En plena euforia, viene un amigo y me remoja con un cubo de agua fría: José Tomás va a torear este año cuatro corridas de toros en Valencia, Málaga, Francia y una más. De una a una, año a año, hasta la eternidad.
Al final, todo queda en un follón en su tercera acepción de la Real Academia de la Lengua, cohete que se dispara sin trueno. La quinta acepción, no, ventosidad sin ruido. Pero algo huele mal en el país del toro bravo.
Y remato: Ha muerto Pepe Luis, sin apellidos y sin calificativos rimbombantes. ¡Pepe Luis! Al mediodía de hoy, en el espacio que vuelve a presentar la carismática señorita Igartiburu han hablado del torero de Sevilla para destacar que fue al primer novio de la Duquesa de Alba. Hablarán las piedras, Mío Cid.
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