El presidente se negó a conceder la demandada oreja cerrilmente, cometiendo un incalificable e injustísimo robo que desacreditó su autoridad.
Nuevas cumbres de Ponce con robo de la presidencia incluido
La de ayer fue otra tarde más del maestro más inagotable de la historia. Otra tarde frente a dos toros que en cualquiera de otras manos hubiera sido imposible triunfar o en un dejar pasar el tiempo… La primera, con el huidísimo segundo torazo de José Vázquez, aconteció todo lo larga que quiso el valenciano en un devenir de temple e increíble ligazón, sobre la base técnica de no permitir que el animal se parara porque las pocas veces que se paró, se fue de naja. Y eso desde que empezó la faena hasta que terminó con un entregado estoconazo que dejó caído. Vean la espléndida foto de Manu de Alba que encabeza estas líneas. Ponce convirtió su muleta en milagroso imán y la obra, además de perfecta, tuvo el añadido de esa manera única de torear que últimamente derrocha el maestro de maestros: Naturalidad, enjundia, lento temple, mecidos los brazos, firmes los pies, dulce giro acompasado de la cintura y extremada cercanía porque el toro, en cada ronda, se enroscó y se desenroscó como hipnotizado girando al rededor de su juvenil cuerpo. Que hasta mentira parece que lo mantenga tan juncal como en sus años mozos cual si los casi treinta años que lleva en la cumbre del toreo no hubieran transcurrido. El presidente se negó a conceder la demandada oreja cerrilmente, cometiendo un incalificable e injustísimo robo que desacreditó su autoridad. Luego sí que atendió a la demanda de otra oreja para Cayetano que cubrió grácilmente otra larga obra muletera recetada en la mayoría de sus pasajes por las afueras y, por ello, muy por bajo de la enclasada calidad del tercer toro que fue el mejor de los de la lidia a pie, hasta matar de un bajonazo en la suerte de recibir.
En esta corrida mixta, el segundo toro que lidió Pablo Hermoso de Mendoza, ayer impreciso en los rejones de castigo y con el de muerte, dio un juego excepcional.
Luego de este que hizo cuarto, Ponce se inventó otra faena en la que primó el valor, llegando incluso a jugarse la cornada en no pocos momentos de extrema y desafiante cercanía que finalizó adornándose con un abaniqueo mientras los espectadores aclamaban en pie al gran maestro que, esta vez, recibió una oreja pedida con tanto clamor que aturdió al funesto usía, por fin justamente convencido. La tarde terminó con un sexto inválido que debió ser devuelto a los corrales frente al que Cayetano lo intentó empeñoso aunque sin felices resultados.
San Sebastián. Plaza de Illumbe. Lunes 14 de agosto de 2017. Tecera de feria. Tarde sofocante en plaza cubierta a cal y canto con tres cuartos de entrada.
Dos toros despuntados para rejones de Ángel Sánchez y Sánchez, anovillado el excelente cuarto, muy aplaudido en su arrastre. Cuatro para la lidia a pie de José Vázquez, bien aunque desigualmente presentados y de vario juego. Rajado de principio a fin el noble que hizo segundo. Magnifico por todo el tercero. Cuasi impracticable el quinto e invalido el sexto.
Pablo Hermoso de Mendoza (de casaquilla marino y plata con sombrero calañés): Dos pinchazos y rejonazo mortal, más palmas que pitos. Dos pinchazos y rejonazo mortal, ovación para el toro y el caballero.
Enrique Ponce (grana y oro): Estoconazo caído, aviso y petición de oreja desatendida con vuelta al ruedo clamorosa. Pinchazo y estocada caída, oreja.
Cayetano (celeste y oro): Bajonazo el la suerte de recibir, oreja. Pinchazo y estocada atravesada, palmas de despedida.
En la brega y en banderillas destacaron Mariano de de Viña y Jocho. También en palos Iván García.
Magistral como siempre anduvo el gran jinete navarro Pablo Hermoso de Mendoza, con dos peros: Sus imprecisiones en los primeros rejones de castigo y exagerados además de abundantes e impertinentes saludos durante sus dos actuaciones. Dato negativo que en absoluto corresponde a la veteranía y al señorío del caballero por antonomasia.
Ya he dicho muchas veces que no me gustan las corridas mixtas a pie y a caballo porque la enorme diferencia que hay entre torear a pie reses cuajadas y en puntas, y llevarlo a cabo frente a animales groseramente afeitadas es enorme. Claro que a la gente le da igual ocho que ochenta.
Pero pasemos al principal meollo de la tercera corrida de la Semana Grande donostiarra que, climatológicamente, fue insufrible dado el repentino calorazo que reinó ayer en la capital de Guipúzcoa. El ahogo general, sin embargo, no afectó al triunfal desarrollo del festejo. Sobre todo a cargo de Enrique Ponce que compareció una vez más en Illumbe con las mismas ganas de siempre y ayer en un derroche de la sin igual maestría que le caracteriza. No tuvo lo que se dice suerte con ninguno de sus dos toros. Pero eso apenas cuenta para el valenciano, capaz de convertir los vinos agrios en caldos de solera como a toros sin resuello en animales obedientes. Cual fue el caso de los dos oponentes que le correspondieron. Dos toros que, en otras manos, hubieran pasado como impracticables.
El lidiado en segundo lugar, se rajó tras la suerte de varas, descabalgando al picador en el primer encuentro tras hacer una salida descorazonadora, tardeando, escarbando y huyendo de su propia sombra, lo que no impidió que Ponce se luciera muy templado por verónicas ganando terreno en el saludo capotero. La ordenada y eficaz lidia a cargo del propio matador y de sus expertos peones, no mejoró la ya cantada por permanentemente huidiza condición del animal que no dejó de quererse ir. Pero a estas intenciones respondió Ponce con una gran faena en la que su reconocida maestría tapó los inconvenientes del burel. El planteamiento técnico de la obra poncista fue tan impecable como efectivo pese a las muchas teclas que tuvo que tocar el maestro. La cuestión principal era no permitir que el animal se fuera a donde siempre quiso irse. Fue un derroche de sabiduría en aplicar sobre la marcha los toques, las alturas y las distancias sin que su quehacer perdiera unidad ni conjunción. Primero con muletazos por bajo rodilla en tierra que abundaron todo que hizo falta para mejor fijar las embestidas del oponente.
Luego, ya en pie, series sobre ambas manos, primero por redondos muy redondeados en los que el toro se vio obligado en seguir la muleta como hipnotizado y de igual guisa los naturales. Con ambas manos sin que el torero tuviera que desentenderse del cuando ni del como ni del donde, combinando la destreza con el arte más natural y hasta relajado que se pueda imaginar, introduciendo remates pectorales de gran categoría y largura, cambios de mano perfumados, ayudados aromáticos, trincheras sublimes y así hasta recurrir finalmente a apuntadas poncinas.
Pero había que matar. Ponce lo hizo tirándose en corto y por derecho volcándose sobre los pitones del toro aunque dejando la espada caída. Lo que para la mayoría del público no fue óbice para que, una vez rodado el toro, pidiera la concesión de la oreja tan bien ganada. No fue esa la impresión del presidente, este anciano señor que ahora ocupa el palco de los ayatolas de lllumbe con tanta suficiencia como distanciamiento de la realidad. Su cerril negativa a quien más perjudicó fue a sí mismo al quedar demostrada su pésima afición y su doloso sectarismo. Y es que, aparte la manifiesta injusticia, los presidentes deberían considerar que Ponce ya es mucho más que una figura del toreo. Pues jamás existió en la historia un torero tan longevo a la vez que tan creciente en su portentosa capacidad y en su progresivo arte. No fue de extrañar que tras el disgusto, Enrique fuera obligado a dar una vuelta al ruedo como si hubiera llevado dos orejas en sus manos.
El desquite, con oreja incluida, llegó tras matar al quinto que, por muy débil aunque no por ello menos peligroso, fue objeto de otra versión poncista. La del valor-valor. Pues su segunda faena fue de las que hemos venido en llamar “inventadas” hasta que al invento tuvo que añadir una entrega digna de un principiante que quiere contratos y se la juega sin miramiento alguno. Como así fue ayer que por muy poco se salvó Ponce de una puñalada con el pitón izquierdo. También me recordó a otras faenas suyas en las que el torero es capaz de sacar de su oponente lo que no tiene. Porque como dije en Mont de Marsan por algo parecido a lo de ayer, una cosa es sacar de un toro lo que lleva más o menos escondido y otra extraer lo que no tiene. Y de ahí lo del “invento”. En definitiva, que el sentido de la dignidad de Ponce es infinito. Su templanza, inaudita. Y su derroche paciencia, más.
Cayetano venía convenciéndome esta temporada por sus progresos con marcados acentos ordoñistas. Pero ayer, no tanto porque su primer toro fue de los que yo llamo para cantarlos en latín y Cayetano, estando formalmente bien, sobre todo con el capote a la verónica, con la muleta lo pasó casi siempre por las afueras. Su estocada en la suerte de recibir cayó bastante más abajo del famoso “rincón” de su abuelo. Pero al presidente, no le importó para concederle el despojo, lo que acentuó su afrenta contra Ponce. Con la tarde ya vencida, el sexto toro debió ser devuelto por inviable tras chocar fortísimo contra las tablas. Los del palco no opinaron lo mismo que yo y lo mantuvieron en el ruedo para que Cayetano hiciera lo poco que cabía hacer. Mucho querer y poco poder.
Y por cierto, señor presidente: Usted tan exigente a veces, no lo fue en el reconocimiento de la birriosa y ya amexicanada corrida de Zalduendo. Ese primer día usted también perdió totalmente su pretendida autoridad. !Váyase ya señor presidente¡
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