En esas estamos, con el Coliseo de Balañá y la gestión de Matilla, ante la última corrida en las Islas, con el sector taurino en silencio, y con otro recurso ante el Tribunal Constitucional en el horizonte.
Baleares, a imagen y semejanza de Cataluña
Ángel González Abad / ABC
Cuando el Parlament de Cataluña cerró en julio de 2010 el cerco a la Fiesta que comenzó a urdir CiU tras su llegada a la Generalitat en los ochenta del pasado siglo, la sensación fue de que aquel asalto a las corridas de toros no se paraba ahí. Y Baleares era la siguiente comunidad en la que se intentaría la abolición. Había muchas semejanzas que la hacían candidata, la primera precisamente los responsables de la organización de los espectáculos taurinos en las Islas. Su laxitud, también.
Como en Cataluña, la plaza más importante de Baleares, el Coliseo de Palma de Mallorca, está en manos de la empresa Balañá, y como en Cataluña, la empresa que la gestiona, al igual que la Monumental de Barcelona, es la conocida como Casa Matilla.
Balañá y Matilla en Barcelona, el mismo tándem en Baleares. La cosa allá por el 2010, ya no auguraba nada bueno.
Estaba pendiente el recurso contra la prohibición que el Tribunal Constitucional resolvió tras seis años revocando la prohibición. Otra cosa fue el puntillazo “de momento” con que se despachó el dueño de la Monumental catalana.
En ese tiempo llegó al poder en Baleares un “sui generis” tripartito formado por la izquierda independentista y ecologista, los socialistas y Podemos, que recogió el reto de la sentencia del Constitucional sobre Cataluña y se lanzó a hacer lo que le permitía, regular sobre el espectáculo. Y tanto aceleraron que presentaron y aprobaron en la Cámara autonómica el conocido como “toros a la Balear”, con unas imposiciones que significan de facto la prohibición de las corridas de toros.
En esas estamos, con el Coliseo de Balañá y la gestión de Matilla, ante la última corrida en las Islas, con el sector taurino en silencio, y con otro recurso ante el Tribunal Constitucional en el horizonte.
Si todo sigue a imagen y semejanza de lo que sucedió en Cataluña, ya nos podemos imaginar el final. Aunque el Constitucional dicte sentencia, todavía quedaría por saltar la valla más alta para recobrar la libertad perdida: el “de momento”, una montaña insalvable.
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