Toro de Puente-Jerez en la Plaza de toros de Cali. Foto: Jorge Arturo Díaz Reyes
Rige los comportamientos sociales, y, en esta época de globalización, los de la humanidad entera. Gobierna la cultura. Por un lado, con su insoslayable poder de seducción, como el Flautista de Hamelín, y por otro, con mano de hierro, como dictador irracional. El que no la siga se despeña… social y… hasta físicamente.
El toro sigue ahí
Cali, 1º de agosto 2017
La moda no es cosa leve. Pesa más, de lo que sugieren el ancho de la solapa, la longitud de la falda, el modelo del carro, la forma de los muebles, la marca del celular…
Tras ella están el consumo, el mercado, la industria, los precios, el empleo, la política. Es gran turbina de una economía, basada en la compra y el desecho continuos, en la producción masiva y la basura, en el confort y el deterioro ambiental.
Rige los comportamientos sociales, y, en esta época de globalización, los de la humanidad entera. Gobierna la cultura. Por un lado, con su insoslayable poder de seducción, como el Flautista de Hamelín, y por otro, con mano de hierro, como dictador irracional. El que no la siga se despeña… social y… hasta físicamente.
Dicen los urgidos de culpables, que los carteles (trusts), los notables, los diseñadores, los mercaderes, los medios inventaron la moda. Falso. Se le suman, la sirven y se sirven. O pasan. Caen arrollados. Nacida en los instintos de las masas, avanza con dinámica propia.
Por contra, cultos viejos como las grandes religiones y el toreo parecen permanecer al margen. Sus dogmas, y misterios que no son de temporada, que no se rinden a los antojos, que resisten hacerse desechables, ofrecen a sus feligresías algo firme de qué agarrarse. Incluso en esta riada loca de la historia contemporánea.
Sin embargo, no son estáticos esos ritos. Cambian, al menos en su parte formal; de siglo en siglo. Despacio, durante períodos que trascienden la vida humana y el ciclo generacional, luciendo por ello intemporales. La liturgia vigente de la corrida no tiene más de trescientos años, la de la misa quizá menos. Pero sus fundamentos, igual, continúan clavados al fondo.
Que Costillares hubiese adoptado el traje de los majos dieciochescos. Que Paquiro modificase la montera. Que “El Cordobés” de los sesentas llevase melena en boga. Quizá fueron modas. Pero el toro sigue ahí.
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