Desde ahora en adelante el debate público quedará limitado a socialdemócratas, liberales de izquierda y algunos marxistas, cuya presencia servirá para dar un poco de falsa radicalidad a lo discutido.
La élite de multimillonarios que nos domina se siente legitimada para dar pucherazos electorales y hasta para soltar a sus rehalas de antifas y supremacistas negros a incendiar iglesias y linchar y acosar al ciudadano de a pie. En estos últimos meses, el Partido Demócrata norteamericano ha desencadenado el terror callejero y ha perseguido la libertad de expresión con una autoridad y un poder que no tuvo el presidente de los Estados Unidos, ese del que se dice que es el hombre más poderoso del mundo... ¿De verdad? No nos engañemos: Trump ha tenido el gobierno durante cuatro años, pero nunca el poder.
La demostración más palpable de quién manda nos la ofreció el plutócrata Zuckerberg, el amo de Facebook y de casi todas nuestras comunicaciones. Excluyó de su red a Trump y realizó una purga masiva de republicanos en su tinglado informático. No faltará el irreflexivo que diga que la empresa es suya y, por lo tanto, puede echar a quien quiera.[1] Ése precisamente es el peligro: que la casi totalidad de las plataformas en las que nos expresamos son el cortijo de un par de magnates que, como la empresa es suya, deciden a quien dejan hablar y a quien no. Incluso, como es el caso de Parler, aniquilan a todo competidor que no obedece a sus prejuicios ideológicos. Para ponerlo bien claro:
la llave de la libertad de pensamiento en todo el mundo la tienen un par de señoritos rojos.
O pensamos lo que ellos mandan o nos borran del mapa. La disidencia no controlada apenas puede expresarse y la gente calificada de extrema derecha por los izquierdistas extremos que controlan las redes es borrada al menor signo de inconformismo. Pese a lo mucho que les molesta, la gente de derechas y hasta de extrema derecha existe y tiene tanto derecho a la libertad de expresión como los supremacistas negros, el tirano analfabeto Nicolás Maduro, los muy mimados pistoleros de ETA o los cleptócratas del PSOE.
Dominar los medios no es dominar la realidad, pero sí la imagen que gran parte de la gente tiene de ella. Las televisiones, las radios y todas las plataformas de Internet son propiedad de muy pocos multimillonarios, de una élite internacional que impone sus puntos de vista a casi todo el planeta. Supongo que el lector hace tiempo que ya no se molesta en atender a lo que dicen los diversos telediarios y periódicos, porque todos recitan el mismo texto; hay un acuerdo general y sólo se discute qué facción del Gran Partido Único Mundial asume el gobierno. Toda la prensa “española”, desde el ABC y El Mundo hasta El País y Público coincide en una cosa: el enemigo es Trump y todo vale para acabar con él (lo que ya se ha conseguido) y con sus partidarios (que es lo que se nos viene encima). Que varias parlamentarias histéricas del Partido Demócrata empiecen a disparatar y a estigmatizar como “terroristas” a setenta y cinco millones de americanos que han votado a Trump, indica que en Estados Unidos no va a venir ninguna reconciliación, sino un esfuerzo implacable del Gobierno Federal por destruir y esclavizar a las clases medias e instituir la dictadura de las minorías, acompañada por el terror y el vandalismo callejero que Black Lives Matter y los antifa ahora podrán desencadenar con la carta blanca de la supremacía moral de la izquierda. Las clases bajas blancas van a pagar aún más caro el precio de un skin privilege del que jamás disfrutaron. Hay guerra de clases en América, sin duda: la de la élite del Partido Demócrata (acompañada de la de los Republicanos que han traicionado a Trump) contra los agricultores, obreros y empleados blancos. Que se vayan preparando.
Aparentemente, la victoria del régimen plutocrático es total. El Partido Republicano, el último reducto de las clases medias, ha sido destrozado por la traición interna y los ataques externos. Todo el poder es de los multimillonarios, sin contestación posible. Se hallan en la misma situación de Stalin en 1935, tras el asesinato de Kírov, o de Hitler en 1934, tras la purga de Röhm. Un hombre de paja, un auténtico pelele senil, un agonizante Hindenburg, ocupa la Casa Blanca y quizá no llegue a final del mandato, dado su historial y el de su hijo. Es muy posible que el sueño dorado de la élite, colocar a una mujer más o menos negra en la máxima magistratura, culmine el experimento en menos de dos o tres años. Para entonces, el dudoso azar de la tan oportuna pandemia —esa de cuyo origen chino no se puede hablar, pero sí de su cepa inglesa— habrá arruinado a ese enemigo que siempre ha estorbado el disfrute incontestado del poder de las élites: la clase media.
En los últimos treinta años el objetivo único de los muy millonarios señores de las finanzas ha sido la destrucción de las naciones, la creación de un gobierno planetario que utilice los Estados como simples divisiones administrativas del gran cártel financiero y tecnológico que ha decidido construir un mundo a su imagen y semejanza. Lo que nosotros podamos pensar, no hace falta decirlo, cuenta poco, más bien nada: un puñado de megamillonarios han acabado por creerse Dios (léanse las múltiples declaraciones de Gates, Schwab, Soros, Zuckerberg et alii) y están fabricando una humanidad ad hoc cuya conducta, pensamiento y reproducción estarán férreamente controladas y dirigidas por ellos, cela va sans dire. Para lo cual, por ejemplo, utilizan uno de los resortes tradicionales de los pastores de reses ovinas: el miedo… al virus, a Rusia, a lo que sea. Tampoco falta otro muy inteligente recurso: la mujer, quien ha transmitido los valores más elementales de las diversas tradiciones durante toda la Historia. La Nueva Humanidad de Gates, Soros, Zuckerberg y compañía se fundamenta en la destrucción de toda identidad religiosa, cultural y política, de los valores de las clases populares, de ahí el empoderamiento feminista hoy impuesto y que es un artículo de fe tan importante e irrenunciable como el aborto, la eutanasia o las operaciones de cambio de género.
Si se acaba con la mujer, se acaba con la Tradición y con la identidad
No es tampoco casual que se rinda culto a la esterilidad y se trate de convencer a las mujeres de algo tan aberrante como que tener hijos es un estorbo, idea que patrocinan estos filántropos, estos buenos plutócratas: los Señores del Mundo consideran que hay demasiados pobres y que conviene despoblar el planeta. Y no es una mera especulación teórica de unos fanáticos maltusianos. Ya tiene consecuencias prácticas: la eutanasia y el aborto masivos.
Cuando uno se cree Dios no puede dejar de idear un Decálogo, unas Tablas de la Ley que regulen la nueva religión mundial. Hasta se revela a diversos profetas, como la Santa Niña Greta, patrona del Clima. Además, ellos son el Bien, los jueces morales de la Humanidad. Una de las características más insoportables de la clerigalla progre es su convicción de que son los buenos, de que aquellos que no pensamos como se debe somos unos malvados. Y es que necesitan un demonio, un Mefistófeles, un Adversario que sea la encarnación del Mal. Ese Satán encarnado es el Hombre Blanco, con su civilización y sus valores. ¿Por qué? Porque el sentimiento nacional en Estados Unidos y Europa está ligado, inevitablemente, a los pueblos blancos y cristianos. La oposición natural al despotismo planetario viene de él, orgulloso de su tradición, de su cultura y de su patria, celoso de su soberanía y nada proclive al emotivismo de la religión oficial. Para convertir a las naciones al Nuevo Orden hay que conseguir que rechacen y abominen de su pasado, de su tradición, que consideren que su patria y su historia nacional es algo malo, que debe ser repudiado. Sólo así se podrá aceptar como algo bueno la aniquilación de las naciones y de las soberanías. A eso se dedican las muy ricas y muy rojas élites “blancas” de los últimos cuatro decenios, de eso vive la boyante industria de la culpa en Occidente. Y con gran éxito: apenas quedan docentes patriotas en las universidades de la Ivy League.[2]
En principio la victoria es rotunda, completa, avasalladora. Trump acabará arruinado y en la cárcel y el Partido Republicano será una facción derechista de la socialdemocracia mundial, lo que el PP es en España.
Los plutócratas están en la cumbre y parece que son imbatibles; sin embargo… Setenta y cinco millones de americanos se han visto excluidos del Sistema, demonizados y perseguidos.
La administración demócrata va a cobrarse la venganza contra unos deplorables a los que siempre ha odiado y a los que ahora tiene la excusa perfecta para perseguir, arrinconar y arruinar. Pero, por muy grande que sea su odio y por muchos millones que empleen en lavarles el cerebro, hay una masa de población que permanecerá silenciosamente hostil y que ya sabe, porque lo ha sufrido en sus carnes, que el actual sistema político no le representa y es su enemigo, que no le va a dar ninguna opción. Si la enorme masa de población deplorable americana quiere sobrevivir, tendrá que destruir el régimen vigente. La exhibición de odio y revancha de Pelosi, Harris y de su amo Zuckerberg indica qué es lo que les espera.
Estados Unidos va a retomar la política exterior agresiva de Obama y Clinton, no es de extrañar que estalle una guerra externa con algún aliado de Moscú (Bielorrusia, Irán o Siria) o con la misma Rusia. Putin es el siguiente objetivo del Nuevo Orden Mundial, y con él no valen los pucherazos informáticos ni el voto de los muertos por correo. Una guerra perdida, por ejemplo, puede ser el final del Sistema en América. O una crisis brutal provocada por los agios imparables de unos financieros a los que ya nadie refrena. Entonces puede llegar la gran revuelta de los excluidos por los demócratas. Estará siempre allí, sorda, latente, tenaz, esperando la hora del gran ajuste de cuentas. Pueden desposeerlos, pero no extinguirlos. Y ahora los centenarios tabúes se han roto.
[1] Así lo ha hecho, por ejemplo, Juan Ramón Rallo, el conocido y superliberal economista del grupo EsRadio. (N. d. R.)
[2] La Ivy League (Liga Ivy o Liga de la Hiedra) es una conferencia deportiva de la NCAA de ocho universidades privadas del noreste de los Estados Unidos. (N. d. R.)
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