Me entristece comprobar como el antitaurinismo multiplica lo absurdo hasta alcanzar el infinito. Gente que siguen entreteniendo la vacuidad de su existencia en ruin desafío por el sólo hecho de ofender. Extraño y discordante mundo donde no existen reglas de juego. Individuos que sigue limitando la libertad de los demás utilizando falsas sensibilidades morales y, a veces, la violencia.
La respuesta, del primer personaje en cuestión, a mi petición de no coartar la libertad de los demás fue insultar. Obsesivo proceder con el que encontró su minuto de gloria en las redes sociales. Reto, sin más. Porque le faltó tiempo al lumbrera utilizar un tentadero público benéfico para los más necesitados de mi pueblo, para escribir sin escrúpulos que “no es ético educar a niños para la violencia animal”. Así, con dos cojones.
Es difícil de retratar a este tipo de sujetos recelosos y llenos de odio. Pero lo que fastidia de verdad es la mentira que desmorona certezas. Esa otra libertad, incoherente y demagógica, utilizada sólo para exhibir diferencias. Una pujante pesadilla de lo ilógico. Aunque sí parece lógico asegurar que, a pesar de la grandilocuencia de estos discursos intimidatorios, su aporte trascendental es nulo. Tal vez sirva para acallarle tanto alegato absurdo y viciado.
No obstante, este tipo de provocaciones insta a todo el taurinismo a seguir en su loable lucha. A rechazar cualquier atisbo de pesimismo ante el más inmediato futuro. A garantizar, con instrumentos legales, la supervivencia de la libertad. A no dejarse avasallar por individuos que agreden a jóvenes menores de edad, o encuentran resquicio en un tentadero, organizado para la donación de alimentos a familias necesitadas, para provocar a los que no piensan igual que él. Luchen todo lo que quiera para alcanzar su objetivo, pero dejen a los padres educar. Y ojalá todos lo hagamos con los valores de la tauromaquia. Mucho mejor nos iría.
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