Sea ya como Dominguín padre, constructor de ilusiones y hacedor de realidades esplendorosas...
Domingo hijo, creador de bases hiperbólicas que aún sostienen muros impresionantes del toreo...
Pepe Dominguín fue la preclara inteligencia que se asoma como bandera de guerra desde las aparentes cenizas de la fiesta... O Luis Miguel, vanguardista apresurado envuelto en su picaresca figura que se confunde con los versos y trazos porteños de Alberti.
Son todas estas cosas las que hicieron, no hay otras razones, que Pepe Dominguín volviera a los toros representando a Curro Vásquez un torero de arte que con José González Lucas retomó el camino que el destino le había preparado para convertirse en extraño elegido al que aguardaba un trono especial en el reino de los toros...
Hoy no hay desdén.
Pepe Dominguín y Curro Vásquez buscaron los campos de lucha. Luchas como aquellas que se concertaban en la Cervecería La Alemana, en la plaza Santa Ana, aquel rincón del Madrid, del que salían los dominguines para enfrascarse en querellas dignas de hombres distintos para más tarde salir airosos, repartiendo luces. Dominguín había vuelto a los toros en la persona de Pepe. Yo, como aficionado y como periodista, sin decir que como su amigo, me ilusioné. Me costó creer que haya toros, por lo menos en el brevísimo segmento de mi vida, sin la presencia de uno de los hijos de aquel gran taurino de Quismondo.
Encontré aquel día a Pepe Dominguín en la Cafetería del Foxá, el cuartel de Antoñete quien se abstraía de su Madrid, los días antes de la corrida de la despedida... Entre el ir y venir de decenas de periodistas de prensa y de radio, entre el alboroto que armó Joaquín Gordillo, metido en el ojo de aquel torbellino, conversamos con Pepe Dominguín que había vuelto a los toros porque “me ilusiona andar con un torero como Curro Vásquez... “
Un grupo editorial publicó su “Carta a Domingo Dominguín”, y allí comenzó la disertación del que fuera, según Antonio Ordóñez, junto a Pepe Bienvenida, uno de los dos banderilleros más cojonudos que haya conocido la historia del toreo... La verdad, dice Pepe, que coincidió con Ordóñez en lo de Pepote Bienvenida.
No puedo juzgarme, porque nunca me vi.
Tiene Pepe Dominguín muchas teorías sobre la fiesta de los toros... una de ellas es la de preservar la bravura de los toros indultado en la plaza a los toros bravos: "En las corridas de importancia debería existir una especie de comisión que abogue por el indulto del toro bravo. No por perdonarle la vida al toro del triunfo, al toro del escándalo para el torero, sino al toro bravo, fiero, encastado, que viene siendo desechado por toreros y ganaderos y se va de nuestras manos para quedar a merced de este toro aparatoso, funcionario que hoy sirve a la fiesta".
¿Por qué la carta de Domingo?: "Porque es una respuesta a todos los que se asombran al descubrir la verdad del toreo en la muleta. La única verdad que ha existido en la fiesta desde los tiempos inmemoriales y que no es otra que la de ejecutar las suertes sin trampas. Puede que exista uno que otro estilo, una expresión diferente, pero la verdad es una sola y esa fue la que aprendí desde que comenzó a ser torero... ya verás, viví aquel verano sangriento del que Hemingway hizo referencia entre dos expresiones. La de Miguel y la de Antonio. Sin embargo, allí vivimos en medio de la verdad del toreo".
Pepe Dominguín es autor de varios libros. Uno de ellos, Mi gente ha sido un éxito editorial... otro habla de los días finales de Domingo, su hermano mayor... y un tercero, que está por publicar, es de cuentos: "Hay cuentos taurinos, unos cuantos, y cuentos de la vida".
Fuimos con Pepe Dominguín desde Sevilla a Ronda. Me esperó con Curro Vásquez en el Aeropuerto de Sevilla para luego, en manos de un chofer muy corto de vista y muy tapado de oídos remontamos en una sonora carcacha la sierra rondeña. A pesar de estrellarnos contra un hato de ovejas –el conductor le reclamaba al pastor, el que las ovejas no llevaran linterna– la elocuencia de Pepe no se amilanó. Habló de sus experiencias americanas y de los días cuando su padre era capitán general del toreo;
"Un domingo en la tarde íbamos camino a la plaza. Mi padre y Chocolate delante, Domingo y yo detrás. En eso se detuvo Chocolate y le pregunta a mi padre: “¿Domingo, qué hacen los ingleses los domingos por la tarde si no tienen toros?”. Era el único mundo que existía para Chocolate, para los taurinos, sólo pensábamos en las cosas de la fiesta de los toros. Los toreros cuando no toreábamos íbamos a un tentadero, a una tertulia donde sólo se hablaba de toros. Leíamos libros taurinos y escuchábamos en la radio programas de toros. Ahora todo ha cambiado. Se ha aflamencado, perdiéndose el más puro sentido del toreo. Ahora los toreros no son buenos aficionados. Es por eso que con Curro Vásquez me siento feliz. Además de ser un gran torero es un artista del corte de los de antes. Le gusta hablar de toros, vivir para los toros, y eso me hace feliz".
Fuimos a la catedral de Sevilla. Este hermoso y monumental templo integra junto a los de Burgos y Toledo los tres más importantes de España. Pepe, como casi todos los Dominguín, no es creyente: pero a instancias de Curro Vásquez visita el interior del templo.
"Maestro –dice Curro–, necesitamos torear en Sevilla. Vamos a pedirle a la Virgen que nos eche una mano".
Viendo la gran cantidad de vírgenes que hay en la catedral, Pepe Dominguín le pregunta a Curro a cuál de ellas hay que rezarle para que nos haga caso:
"-Me imagino que será la que está en el Altar Mayor".
Nos dirigimos al Altar Mayor y un cura nos detiene... pide abonemos una cuota para visitar la nave principal de la catedral.
–"No soporto esta golfería, dice Pepe, así que lo mejor que puedes hacer, si desear torear en Sevilla, es arrimarte en la temporada, porque yo no le doy un solo duro a estos golfos".
Aparentemente violento, profundamente sensible, este Pepe Dominguín fue portador de una tradición que pretende irse con los de su estirpe. Así lo comprendió y por ello soltaba a cada instante su marchosería, tanto en los rincones de Andalucía como en los llanos castellanos, como para sembrar, propagar, la semilla del toreo.
La semilla del árbol que le dio vida y que ahora con el recuerdo de tantas cosas lindas le da cobijó.
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