Como es sabido, en la sociedad actual en que vivimos nos resulta difícil creer en algo; convengamos que es más sencillo creer en Dios –cuestión de fe- que en todo lo mundano puesto que, casi siempre está revestido de falsedad y engaño. Por dicha razón, los que hemos tenido la suerte de conocer en profundidad la labor de Cáritas, todos, sin distinción, nos quitamos el sombrero ante tan magna institución que, como no podía ser de otro modo está regida por la propia Iglesia en la que, doscientas setenta y cinco mil personas trabajan para los demás en toda España.
Es cierto que, como quiera que la labor de Cáritas resulta muy difícil de comprender, especialmente para todos aquellos que nunca han necesitado nada, para colmo de la osadía, en muchas ocasiones hasta se han atrevido en poner en tela de juicio la labor de este ente admirable. Los ha habido tan malignos que han criticado a muchas personas que acuden a Cáritas por comida o ropa de abrigo. Claro, son los de siempre, los que son incapaces de ayudar a sus semejantes y, su vez, jamás entenderán el gravísimo problema que azota a nuestra sociedad y el que remedia, en la medida de lo posible, Cáritas de España.
Recuerdo un día que en mi pueblo, Ibi, en la provincia de Alicante, descubrieron a un farsante que, trabajándose el papel de pobre acudía a Cáritas para que le dieran la bolsa de comida correspondiente para la semana en curso. Se lo comentaron al cura de aquel momento, el reverendo padre Manuel Chouciño Pardo que regía los destinos de nuestra parroquia y, su respuesta fue sencillamente genial. Anotemos lo que dijo el padre al saber que un falso pobre se había colado en la institución para ejercer la maldad.
“Utilizando un símil futbolero, hasta es posible que nos metan un gol por la escuadra de vez en cuando, algo que es inevitable pero, a su vez, paramos miles de penaltis”
La frase es tremendamente lapidaria y, a su vez, define la grandeza de la institución pese a que algunos desalmados quieren mancillarla, sencillamente porque nació bajo los auspicios de la Iglesia.
Como decía, mi fortuna no es otra que ser espectador para poder llegar a ser “cronista” de todo cuanto en Cáritas ocurre que, como puedo certificar, sus logros son memorables. En primer lugar tenemos el llamado “comedor” donde se reparte la comida de forma semanal para todos los necesitados que, como digo, no se excluye a nadie ni se le pregunta su lugar de origen; se sabe que son necesitados y con ello les basta y sobra para atender a las personas más vulnerables que, para nuestra desdicha en calidad de españoles, debemos de conocer. Convengamos que el problema de nuestra sociedad es muy serio, de forma muy concreta para esos millones de seres humanos que viven en la pobreza extrema.
Y ahí radica la grandeza de la institución a la que aludimos que, sin mirar el lugar de origen son capaces de ayudar a todo aquel que sufre; en definitiva, setenta y cinco años regalando amor a los demás puesto que, ¿cabe amor más grande que ayudar al necesitado? La labor de Cáritas en toda España y sin duda por todo el mundo, no es otra que cumplir a rajatabla el primer mandamiento de la ley de Dios, amarás a tú prójimo como a ti mismo.
Tras el almacén citado al respecto de la comida, antes o de forma paralela, Cáritas tiene en toda España los llamados roperos algo que, en Ibi no podía ser una excepción. Allí trabajan una serie de señoras que, “gratis et amore” con capaces de consagrar su tiempo, en ocasiones hasta su dinero, todo por la causa hermosa de los demás. Allí se recibe toda la ropa que las gentes donan que, en ocasiones, todo hay que decirlo, es un desacato lo que tienen que sufrir dichas señoras puesto que, hay ropa que traen a dicho ropero que, en definitiva, tenían que mandarla a la basura. Pero la bondad de estas personas puede con todo puesto que, la clasifican, la ordenan, la lavan, la planchan y toda prenda que allí se “vende” está en las mismas condiciones que la pueda comprar cualquiera en una tienda normal y corriente. Hay prendas, incluso, que no han sido estrenadas, todo un lujo para la satisfacción de aquellas personas que lo necesitan.
Y digo que allí se vende la ropa porque como todo tiene un fundamento, la venta consiste ante todo para que las personas que allí acuden sepan que todo tiene un valor. Por ejemplo, un traje se vende por un euro, una camisa por cincuenta céntimos y así sucesivamente. ¿Dónde va a parar ese dinero? Está clarísimo. Todo lo que el ropero recauda va a las manos del comedor de Cáritas para poder seguir comprando comida para el que no tiene nada. Digamos que, primero que todo se intenta saciar el hambre y, más tarde los que llegan al ropero, la mayoría de ellos ya han encontrado algún que otro trabajito, ya pueden gastarse los cincuenta céntimos aludidos para comprar la prenda que necesitan.
Me quito el sombrero ante la institución y todas las personas que en ella colaboran –mujeres y hombres- que, para fortuna de todos aquellos que sabemos valorar a los que trabajan por amor. Son miles en toda España las que con su entrega, capacidad de trabajo y amor a sus semejantes logran que la vida de muchas personas sea más llevadera. Eso sí, el gobierno de España todavía no se ha enterado de la grandeza extrema que Cáritas supone para la sociedad en que vivimos. Es cierto que, en Ibi, como sucederá en todas las partes de España, los supermercados, empresas, particulares y el propio ayuntamiento, todos están por la labor de la donación con la finalidad de paliar el hombre y el frío de todos aquellos que más sufren. Que Dios bendiga a todos aquellos que entregan su esfuerzo, su trabajo, su dádiva generosa en cualquier orden, todo, como explico para ayudar a los más débiles.
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