Benedicto XVI
La de Dios
Ignacio Ruiz Quintano/Abc
Benedicto XVI -eso es un nombre de Papa- podría publicar su primera encíclica, «Dios es amor», hacia finales de mes, pero todo parece indicar que, si nada se tuerce en el Estatuto de la Esquerra, para esas fechas España habrá dejado de ser católica.
-España ha dejado de ser católica -decidió un día aquel resentido escritor sin lectores que fue Azaña, y la prueba, para él, era que el catolicismo español había dejado de dar genios como los del Siglo de Oro.
Hablando de siglos más áureos: es verdad que Jesús prometió que estaría con su Iglesia hasta el fin de los tiempos (Mateo, 28, 20), pero un comunicador de mucho progreso, Gabilondo, que es donostiarra, ha venido a matizar aquella promesa del galileo en una interviú al obispo de Bilbao: Dios será amor, pero a él, por un beso que dio a su chica en la Concha, lo llamaron pecador. Así que, o la Iglesia empieza hacer suyo el reformismo costumbrista de Rodríguez*, o el fin de los tiempos para la Iglesia podría llegar antes que la encíclica del Papa alemán.
No seré yo quien juzgue una interviú -género periodístico que hace otro y lo cobra uno- al presidente de la Conferencia Episcopal. Se conoce que Gabilondo quería hacer con el obispo Blázquez lo que Peter Seewald hizo con el cardenal Ratzinger -«La sal de la tierra» y «Dios y el mundo»-, pero sin las lecturas previas de Seewald, claro. A propósito del aviso de Gabilondo, Ratzinger, probablemente el último intelectual en el sentido noble del término que queda en Europa, le cuenta a Seewald la historia de Napoleón cuando, hecho un Rodríguez, afirmó un día que iba a acabar con la Iglesia y un cardenal le contestó: «Eso no lo hemos conseguido ni siquiera nosotros.»
-La Iglesia -afirma Ratzinger- tiene esa gran misión esencial de oponerse a las modas, al poder de lo fáctico, a la dictadura de las ideologías.
Y también, como es lógico, a los planes de Rodríguez y sus celotes laicos para montar la de Dios. Rodríguez hizo en la oreja de Hawking -ante cinco becarios y un traductor, pues Rodríguez no habla inglés- la gran confidencia: nuestra lobreguez científica es cosa de la Iglesia, que ciega las mentes. Y es que Rodríguez no es González: éste podía pensar que Héctor es un nombre bíblico, pero, viniendo de Sevilla, sabía que el humor es un componente de la alegría de la creación. Y tampoco es Indalecio Prieto, al que unos amigos llevaron, no al cocido de Lhardy, que era lo que más le gustaba, sino a iniciarlo a unos sótanos donde se celebraba una tenida masónica con poca pompa y mucho reglamento: mandiles, penumbras, espadas... La conclusión de Prieto, a la salida, fue:
-La verdad... prefiero una misa.
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*Rodríguez Zapatero
[Publicado el 20 de Enero de 2006]
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