Pongamos ejemplos. Ese Talavante que el año pasado fracasó con estrépito en Madrid, entre otras muchas plazas, hasta dejarse un toro vivo en Las Ventas, tras dichos resultados, lo normal –he aquí donde interviene la vara- sería dejarle fuera de todas las plazas en las que ha fracasado y, con justicia, repetirle donde ha triunfado. Pues no señor, eso no es así. Este año que comenzamos ya le ponderan como uno de los grandes para Madrid y todas las ferias españolas y francesas. ¿Se imagina alguien si Diego Urdiales se hubiera dejado un toro vivo en Madrid? Vamos, que no torearía ni en Alburquerque. Y, cuidado, Diego Urdiales es infinitamente mejor que Talavante si de valores artísticos hablamos. Esa es la miseria que asola la fiesta de los toros, los intereses creados que para nada favorecen a los diestros auténticos y mucho menos al público o aficionado que los espera con inusitado anhelo.
Me decía el otro día un gran aficionado de Madrid que, los empresarios, en realidad, deberían ser apoderados de los aficionados, de forma muy concreta en La Villa y Corte, la plaza que antes daba y quitaba. Como todo ha cambiado, en la actualidad, la mayoría de los empresarios les sudan los cojones al respecto del aficionado y, en vez de apoderarles con buenos y justos carteles, apoderan a los toreros para hacer intercambio de cromos y llevarse suculentas comisiones de todos los que entran al trapo que, por cojones, tienen que ser todos.
En el mundo de los toros hay tres maneras para torear, partiendo siempre de la base de que los puestos son muy escasos y, los de arriba, capturan todo en el acto para que no se les cuele ningún advenedizo que pueda estropearles el pasodoble. Primero que todo, las figuras cercan todo bajo el auspicio de sus apoderados que son los mismos empresarios. Los que no lucen el entorchado de rimbombantes, se aferran como un clavo ardiendo a lo que vaya sobrando, eso sí, nunca se habla de dinero porque el que lo haga ese ya no torea más.
Tenemos el grupo de los llamados héroes por aquello del toro al que se enfrentan que, para desdicha de ellos, son ya muchos los que no les queda otra opción que echarse a los leones puesto que la competencia es muy feroz. Y nos queda el último grupo, es decir, el ochenta y cinco por ciento de los diestros que, si quieren torear tiene que ser gratis e incluso, algunos, hasta pagando por jugarse la vida.
No contentos con las miserias antes descritas, algo que he repetido hasta la saciedad, lo único que faltaba eran las reapariciones de las figuras que, aferrados al poder, eliminan por completo cualquier puesto que pudiera quedar para los jóvenes que se lo han ganado con creces. Es el caso del Talavante citado que, volvió con aires de grandeza y demostró que venía a llevarse el dinero, una tropelía en toda regla. Y ahora llegan Castella y El Cid, digamos que, éramos pocos y parió la abuela. El francés, como no podía ser de otro modo, copa los grandes carteles porque en su momento fue una figura del toreo. ¿Y los jóvenes? Pregunta el otro. A esos nadie les ha llamado. El taurinismo, para demostrar que hacen justicia guarda a Tomás Rufo entre algodones. El problema vendrá cuando pasen varios años y Rufo vea que su cuenta corriente no ha aumentado un solo euro; o como les ha sucedido a otros muchos, que deba dinero a sus mentores. ¿Quiere esto decir que los taurinos, con Rufo han elegido al mejor? Nada de eso. En su momento eligieron para el banquete a López Simón que, al paso de los años se ha demostrado que es un torero vulgar y corriente.
Ya estoy viendo por ahí combinaciones de figuras y de toreros que no lo son y, para llevarse una poquita plata, las corridas ya son de dos toreros, lo que viene a demostrar que, como los aficionados son ignorantes –eso piensan los taurinos- les dan un toro más a cada uno de los dos y lo que debería de cobrar un tercero se lo reparten entre empresa y los actuantes. O sea que, vamos de mal en peor, nada hemos adelantado; mejor dicho, el retroceso es cada día mayor. Al final, que Dios nos coja confesados.
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