Este año, en noviembre, se cumplirá un siglo del nacimiento de Manolo Bienvenida, el mayor de la dinastía fundada por Manuel Mejías Rapela y uno de sus exponentes máximos. La Tauromaquia de este Bienvenida, que en su breve carrera llegó a mandar en la Fiesta, encierra una concepción unitaria de cuanto se realiza en un ruedo, un factor que destaca sobre todos los demás que en su momento se le alabaron.
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Como bien se sabe, era el mayor de los hijos del primer Bienvenida de la Historia, Manuel Mejías Rapela, «El Papa Negro», y hermano de otros cuatro matadores de toros.
Los Anales taurinos nos cuentan que fue un torero largo en conocimiento y repertorio, con un profundo conocimientos de todas las suertes. Con una afición sin límites, de él se cantó su toreo alegre y su mucha casta. Pero sobre todo fue un torero tenía una concepción global del arte de los ruedos, en la que nada era superfluo: todo tenía un sentido y una coherencia de quien entiende el toreo como un todo, desde que se abre de capa hasta la suerte suprema.
Tuvo el privilegio de que pronto se le reconociera su valía, por eso su prematura muerte a los 26 años dejó tanto vacío. Y es que en Manolo Bienvenida se condensaron todas las virtudes que luego fue desarrollando una dinastía verdadera mítica.
En su toreo destacaban muchas cosas. Pero quizá la más relevante fuera su capacidad para dar unidad a todo el hacer torero: desde lo más fundamental a lo más accesorio, todo tenía el sentido final de la lidia y el toreo. La fotografía que ilustra esta nota es un buen ejemplo de ello: no cabe más torería en ese galleo con el capote.
En el próximo mes de noviembre se cumplirá un siglo de su nacimiento en la localidad sevillana de Dos Hermanas. La efeméride no debiera dejarse pasar. Como hace años escribió Antonio Santainés, con su prematura muerte “su toreo alegre, variado con el capote, las banderillas y la muleta enmudeció. La poesía le glorificó. Porque Manolo Bienvenida siendo un hombre parecía un niño o pareciendo un niño era todo un hombre.
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