Plaza de Toros de La Ventas del Espíritu Santo
(Fotografía de Juan Pelegrín / Premio E. Ponce-Club Allard de Madrid)
LA PLAZA, CALEIDOSCOPIO NATURAL
Aquilino Sánchez Nodal
Madrid, 12 de Junio se 2011
Entramos en un espacio cambiante, es una plaza de toros en donde las luces y los colores varían según a que parte dirijamos nuestra mirada. Acomodados, incómodamente, en nuestro tendido, esperamos impacientes el “subidón” que produce el clarín de salida. Para los no introducidos en la liturgia del toro su significado carece de emoción, solamente es otro tópico necesario en una corrida de toros. Los espectadores agnósticos eventuales quedan asombrados por el colorido del paseillo y en consecuencia como sucede al admirar una obra de arte que mantiene su expectación con una sensación que antes nunca habían sentido.
La luz, las formas, la emoción y los colores se contemplan dentro del caleidoscopio natural que tienen los espectadores de lo que acontece en una plaza de toros. Después vuelve la realidad y también se observa la soledad del torero, la fiereza del toro, las reacciones del público y el palpitar acelerado del vecino de localidad. Todo este conjunto de emociones ante nuestros ojos son formas de abstracción geométrica que nos mantienen expectantes durante el tiempo que estamos en la plaza. La conclusión es la falta de meditación ajena al acontecimiento y ausencia de problemas durante ese tiempo que permanecemos pendientes del entorno taurino.
La corrida de toros succiona la mente de lo cotidiano, despeja el cerebro, hace olvidar las preocupaciones y encierra en un talego nuestros problemas. Comenzado el festejo no existe otra cuestión que la magia que aglutina la vida y la muerte de un hombre para gloria de una especie animal que destaca sobre todas las demás, el toro bravo. La inteligencia y la fiereza unidas para perpetuar la historia decadente y misteriosa de la tauromaquia y de España como Nación Universal y nosotros tenemos la gran suerte de asistir a ese espectáculo único.
No recuerdo si antes se había tratado la necesaria importancia de las corridas de toros para la curación de enfermedades mentales. La terapia taurina es verdadera y real. No es una huida cobarde de los problemas personales, es la dejadez mental en aras del espíritu. Si nos sinceramos con nosotros mismo, seamos aficionados o espectadores de día, reconoceremos que cambiamos de actitud y quizás hasta de personalidad cuando cruzamos el umbral de la puerta de la plaza. Por consiguiente debemos aceptar que los toros tienen otro cometido además del artístico, el económico, el político y el social, hacen que las personas, por unos momentos, sean más humanas y equilibradas emocionalmente. Los espectáculos taurinos son medicina para redención y cura de síntomas de depresión. Los problemas que creemos transcendentes antes de entrar a la plaza en el tendido nos parecen superfluos. Inmersos en los acontecimientos la mente se transmuta y pasa de ser agobio a enfermedad derrotada.
Los espectadores inconscientemente diferencian en las corridas de toros dos partes, aunque son complementarias para lograr entender la liturgia popular que encierra el espectáculo. La primera es cuando se reciben las sensaciones que emanan desde el ruedo, la perfección de la lidia, la bravura del toro, la profesionalidad de los actuantes, el acierto de las autoridades competentes y la valoración que concede el público a lo sucedido. La segunda, es el proceso analítico que hacemos nosotros mismos de lo que estamos contemplando y a veces sufrimos con las dificultades y peligros a los que se exponen los toreros. Finalizada la corrida nuestra opinión se reduce a un concepto, hemos perdido la tarde o hemos pasado un rato sereno que ha dejado oscurecido la mediocridad del mundo en el que nos desenvolvemos todos los días.
No perdemos nada por recapacitar. Defender la Fiesta Nacional es un buen paso para cambiar la estupidez humana por la felicidad compartida.
Aquilino Sánchez Nodal
Para el aficionado iniciado la corrida de toros es una experiencia que puede caer perfectamente en el terreno de lo religioso, en el que un animal mítico y numinoso, divinidad y víctima a la vez, va a ser inmolado por un hombre, durante un curioso juego en el que, curiosamente y a diferencia de todo otro sacrificador conocido, éste puede ser víctima de su víctima... y todo ello aceptado por la asamblea de creyentes, los cuales gozamos y sufrimos vicariamente lo que los oficiantes - incluido el toro . Resumiendo: Un breve pero intenso recordatorio de que la vida vale la pena vivirla y defenderla con bravura (el toro) y pundonor (el torero). La Muerte nos alcanzará a todos, como puede alcanzar a cualquiera de los que están en la arena, pero allí se nos enseña a esperarla y burlarla con entereza y majeza.
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