En fin, amparándonos en la libertad que gozamos, cada cual puede hacer lo que le venga en gana, incluso Ginés Marín, pero que no espera pasiones de nadie porque no las concita y, lo que es peor, vive sin argumentos para llevar a cabo esa proeza que tanto le ha ilusionado según nos han contado.
La moda, como digo, no es otra que muchos fracasados quieren relanzar su carrera con seis toros en solitario y, desdichadamente ese no es el camino, que se lo pregunten a Paco Ureña y él responderá a las claras. Nosotros, los que ya peinamos muchas canas hemos conocido la parte gloriosa de la tauromaquia de los años setenta y ochenta y, matar seis toros, en aquellos años tenía tintes de Acontecimiento. Y si miramos una década anterior todavía era todo más emotivo puesto que, de vivir ahora don Antonio Bienvenida, entre otros, nos explicarían las causas y motivos por los que se mataban seis toros.
Repito que, a lo largo de la historia han sido innumerables los diestros que se han encerrado con seis toros pero, siempre, con el aditamento de la grandeza que el acontecimiento requería. Digamos que, aquellos festejos venían precedidos de los que se llamaba epopeya en todos los órdenes; primero por la gesta en sí y, más tarde, la finalidad con la que se hacía que no era otra que engrandecer a instituciones benéficas pero, ante todo, como un gran acontecimiento digo de relevancia. Podríamos enumerar a muchos toreros que llevaron a cabo el acontecimiento citado pero, basta recordar las actuaciones de Antonio Bienvenida que fueron muchas, Paco Camino en aquella inolvidable corrida de Beneficencia, José Miguel Arroyo de igual modo en la citada corrida en años venideros; la lista sería interminable pero todos, sin distinción, llevaban a cabo una hazaña en todos los sentidos.
Suena ridículo que Ginés Marín se encierre con seis toros porque, ante todo, hay que ser un aficionado que raye en la locura para sentarse en el tendido para ver seis faenas de este hombre que, voluntad la tiene toda, libertad para hacerlo todavía mucho más pero, de la misma manera, los aficionados nos asiste el derecho a pronunciarnos al respecto.
Antaño se decía que para matar seis toros hacía falta mucho repertorio y, era una verdad que aplastaba. Para dicha proeza había que ser un torero muy largo para ofrecer seis faenas distintas y no aburrir a nadie y, para colmo, triunfar en dicha epopeya. Ahora no, sencillamente porque el primero que pasa se anuncia con seis ejemplares para intentar tocar el cielo con las manos. Es el caso de Ginés Marín que, “arrebatado” ante las proezas de sus compañeros Perera y Ferrera, no ha querido quedarse atrás. Imaginemos que triunfe pero, ¿qué repercusión tendrá un éxito en la capital cántabra? El negocio será para el empresario que, con toda seguridad, el precio convenido será según gente que haya en los tendidos.
Respecto a Ginés Marín, si verle lidiar dos toros ya resulta dantesco por aquello del semblante que muestra que, a todas luces da la sensación de que le han notificado el embargo de todos sus bienes o que le van a encerrar en la cárcel. Situaciones que para su fortuna no han tenido lugar pero, eso es lo que se vislumbra ante su rostro. Imaginemos, tras lo dicho, seis toros viendo el mismo personaje dentro de un recinto taurino. Ciertamente, el espectáculo no invita a nada, mejor todo lo contrario, huir despavoridos para no pasar tan mal trago.
En la actualidad, el único que le sobra repertorio y podría matar seis toros en la plaza que le diera la gana es Morante de la Puebla que, por cierto, lo hizo el pasado año en El Puerto sin éxito alguno y, cuidado, hablamos de Morante que tiene repertorio para doce toros si llegara el caso. Insisto que, pese a todo, es el diestro citado el único que invitaría a que los aficionados pasaran por taquilla para verle; el resultado, como ocurriera en El Puerto, vendrá después pero, a priori, este artista si excita verle.
En fin, amparándonos en la libertad que gozamos, cada cual puede hacer lo que le venga en gana, incluso Ginés Marín, pero que no espera pasiones de nadie porque no las concita y, lo que es peor, vive sin argumentos para llevar a cabo esa proeza que tanto le ha ilusionado según nos han contado.
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