Son los rojos. Los rojos de la cofradía andaluza que abominan de la mística para recrear el mito. El mito del jornalero con el estómago lleno de hambre y los bolsillos colmados de pasquines y de propaganda redentora. El mito del estoicismo revolucionario que se hace grasa burguesa en el culo, la barriga y los mofletes de Teresa Rodiguez y en la nómina de matute y birlibirloque de la mujer de Juan Espadas. Esa es toda su mística y toda su metafísica, envuelta, aunque con la torpeza genuina de su grotesco analfabetismo, en el materialismo dialéctico que añoran sin saber conjugarlo y al que están uncidos por la indeleble marca del arado soviético, por la erosión cultural y social del marxismo que sólo ha dejado basura como Juan Espadas y Teresa Rodriguez, patéticos redrojos de aquellos líricos del terror rojo que habitaban en los sótanos de la Lubianka y que llenaron las arterias de España, de Europa y del mundo con su instinto precolombino para la tortura y su barbarie precristiana para socializar el miedo.
La saludable y oronda decrepitud de Teresa Rodriguez y el pornográfico nepotismo de Juan Espadas ya no engañan a los andaluces, concienzudamente saqueados y expoliados en nombre del pueblo a mayor gloria del trampantojo revolucionario. Ya no. No hace falta saber leer las tablas crepusculares vikingas para profetizar que, el próximo día 19, Macarena Olona les espera a ellos y a sus sarracenos en las Navas de Tolosa. Ave, Macarena. Te los vas a merendar.
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