"...Dicho en cristiano, por ver una corrida de toros se seis ejemplares cuadrúpedos y tres toreros en el cartel se paga el precio convenido en el abono que, en realidad entra dentro de los parámetros de la normalidad. Ahora bien, para la corrida del mes de agosto con José Tomás en el cartel y cuatro becerrotes a modo, dicho precio se incrementa en taquilla el 125% como queda reflejado. ¿Lo entiende alguien?..."
¿A qué jugamos, estúpidos? ¿Se pueden vender doce mil entradas en media hora? Eso no se lo cree nadie porque, entre otras razones es imposible. No existe tiempo material para llevar a cabo dicha tarea y, los memos del lugar se lo creen; muchos hasta aceptan con resignación el haberse quedado sin entradas. Los más elitistas saben que en la reventa hay entradas por doquier. Siendo así, la cosa tiene tintes de estafa porque entra un señor en las taquillas, compra todas las entradas de una tacada, se marcha y, desde ese momento dicen que no hay localidades, se terminaron en media hora. Dicho así, seguro pero, ¿existe un solo memo en el mundo capaz de tragarse dicha bola? ¿Y cómo se llama ese supuesto señor que ha acaparado todas las entradas? Si supiéramos el nombre, seguro que no acudiríamos nunca más a los toros.
Eso sí, la empresa de Alicante ha sido “generosa” para con sus poco más de cuatro mil abonados puesto que, los que han retirado el abono para la feria de San Juan, dicha empresa ha tenido la “delicadeza” de reservarles a los abonados las entradas para poder ver a José Tomás, todo un detalle por parte de dicha gestora taurina. Cierto es que, al respecto debemos de matizar muchísimo porque, paradojas del destino, pongamos como ejemplo que una entrada para cualquier corrida de la feria tiene un precio determinado, en el caso del sillón de rellano, cincuenta euros por localidad. Y, cuidado, aquí viene el quid de la cuestión porque esa misma entrada, para ver al primer estafador de la tauromaquia, cuesta la friolera de un 125% más cara. ¿Se llama a eso deferencia para con los abonados?
Dicho en cristiano, por ver una corrida de toros se seis ejemplares cuadrúpedos y tres toreros en el cartel se paga el precio convenido en el abono que, en realidad entra dentro de los parámetros de la normalidad. Ahora bien, para la corrida del mes de agosto con José Tomás en el cartel y cuatro becerrotes a modo, dicho precio se incrementa en taquilla el 125% como queda reflejado. ¿Lo entiende alguien? Nadie lo puede comprender y si nos ajustamos a la realidad no estamos hablando de un 125% más cara la localidad, llegamos hasta el extremo del 150% porque, como se sabe, José Tomás no matará seis toros, lidiará cuatro becerrotes al uso y, el que quiera que trague y el que no le apetezca que se quede en su casa.
Lo de Alicante, como en cualquier evento que participe José Tomás, aunque todo esté revestido de la mayor legalidad, adentrados en materia muy pronto llegamos a la conclusión de que nos han estafado al comprobar los porcentajes de unos festejos equiparados con el del astro de Galapagar. Alguien arreglará su temporada con la actuación de José Tomás que, como se sabe, se lo llevará calentito en un gran porcentaje pero, a su alrededor los miles de euros correrán como si de un rio caudaloso se tratare.
Como sucediera en Jaén, en Alicante se pagarán fortunas por ver a dicho espada que, tras lo sucedido en la capital andaluza, los augurios no pueden ser peores. José Tomás que siempre cuidaba el elemento toro, como sucediera días pasados en el coso de La Alameda jienense, barrunto que se traerá en la furgoneta los cuatro bicornes para su uso y disfrute puesto que, mientras que queden bobos, los listos viven a cuerpo de rey.
Todos queríamos tener un ídolo para adorarle pero, eso tiene un precio elevadísimo que no se cuantifica solamente con el dinero astronómico que hay que pagar por ver el esperpento puesto que, la tristeza mayor no es otra que el aficionado se sienta engañado porque, si José Tomás lidiara cuatro toros con toda la barba, pese a la estafa aparente, todo hubiera merecido la pena pero, todo quedará en una declaración de intenciones que, como sucediera en Jaén, no hará felices a nadie pese a que su tirón taquillero sigue intacto. Mientras queden tontos sueltos, los listos del lugar se lo pasan en grande porque, entre otras cosas, les tildan de ignorantes que, en realidad es la definición que les corresponde.
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