Las cifras que nos ha enviado nuestra compañera Alexa Castillo al respecto de la repercusión de los toros en México, las mismas son aterradoras; vamos, como para eliminarlas de un plumazo. Digamos que, tras repasar las cifras que nos muestra Alexa Castillo no hace falta ser docto en nada para comprender la magnitud de los toros en México, como en cualquier país donde se sigan celebrando festejos taurinos. Pero unos indeseables, como sucede en nuestro suelo patrio, los quieren erradicar para que, si cabe, la pobreza en México sea todavía mucho mayor.
El citado AMLO presume, como su homónimo español de ser un político progresista y, a las pruebas me remito. Para estas gentuzas, el progreso no es otra cosa que facilitar la labor para que los delincuentes campen a sus anchas y, a su vez prohibir todo aquello que a ellos no les gusta. Si en España vivimos de forma lamentable por culpa de los políticos, convengamos que, en México, la vida de un ser humano tiene mucho menos valor que la de un perro. Y decían que AMLO iba a resolver los problemas de México cuando, como se sabe, el amado país está sufriendo las peores calamidades que nadie pueda imaginar desde que llegó a la presidencia el tipo progresista. Es cierto que, estos políticos aberrantes, lo de vender humo, lo hacen a la perfección, Pedro Sánchez es el ejemplo de lo que digo pero, no es menos cierto que, cuando ellos pasan por el cargo sucede lo que con el caballo de Atila que, por donde pasaba nunca más crecía la hierba.
No se trata solo de México, Colombia de igual modo está sufriendo la barbarie de dicha locura puesto que, en el país andino mandan los más indeseables del mundo y, los toros, como fiesta ancestral y que produce miles de puestos de trabajo, hay que eliminarla porque, según estos malnacidos se amparan, como antes decía, en la cuestión animalista. Fijémonos que, en Colombia, como sabemos, existen decenas de plazas de toros capitaneadas todas por el coso bogotano el que Gustavo Petro cerró y que la actual mandataria de Bogotá le ha secundado y, salvo Cali y Manizales todas las plazas han sido cerradas por la arbitraria decisión de unos políticos criminales.
¿Qué decir de Venezuela? No existen palabras. De igual modo, en dicho país se han clausurado la práctica totalidad de todas las plazas que, como se sabe, eran de admiración mundial y de una repercusión inmensa. La “feliz” idea la tuvo Hugo Chávez para, más tarde, siendo secundada por Nicolás Maduro que, como progresista y dictador sabe más que nadie, razón por la que ha sumido a su país en la más pura de las miserias, con el que ha conseguido que la diáspora de sus gentes haya sido de más de siete millones de seres humanos en los últimos cinco años y, nosotros, inocentes, seguimos pensando que en Venezuela deberían de seguir dando toros.
Nos queda, como último reducto, Perú puesto que en Ecuador, como sabemos, apenas quedan dos plazas de toros abiertas. En el país de los Incas, afortunadamente, la fiebre “amarilla” no ha entrado todavía pero, no cantemos victoria a sabiendas del tipo que rige los destinos del país, Pedro Castillo –por cierto un nombre de torero español- que, mucho me temo que secundará a todos sus homólogos hispanoamericanos y, los pobres peruanos, afición de Acho al margen se quedarán sin la ilusión de su vida que no es otra cosa que los toros. De momento, sabemos que se celebrará la gran feria de Acho en la capital peruana y que los cientos de pueblos quedan íntegros para poder dando festejos.
Tras todo lo que me han contado los diestros que han actuado en los pueblos de Perú que son innumerables, los toros, para aquellas personas son el refugio de todos sus males; digamos que, aferrados a su máxima ilusión taurina, dar por bien empleados los miles de sacrificios que tienen que hacer para adquirir un boleto humilde para ver a los toreros. Dichos aficionados que, si se me apura, son todos en cada pueblo respectivo, acuden a los toros con pasión, con inusitado anhelo sabedores que, en dicho rato, aliviarán las penas de su cuerpo y de su alma. Pensar que, por una decisión malvada y arbitraria, en un momento dado pueden perder lo único que les queda, la ilusión por llenar a rebosar la plaza de cada pueblo donde en cada festejo incluso hasta lloran de alegría.
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