"...Perpetrada la profanación del cuerpo de una niña de catorce años, el pederasta volvía a casa y se metía en la cama con Mónica Oltra a soñar, sin duda, con el internacionalismo socialista y con la incorporación del Reino de Valencia a los Països Catalans, que para eso son una parejita de hispanicidas de Compromís..."
Perpetrada la profanación del cuerpo de una niña de catorce años, el pederasta volvía a casa y se metía en la cama con Mónica Oltra a soñar, sin duda, con el internacionalismo socialista y con la incorporación del Reino de Valencia a los Països Catalans, que para eso son una parejita de hispanicidas de Compromís. Luis Ramírez Icardi dormía tranquilo porque la ausencia de conciencia es el mejor somnífero y porque se sabía cubierto, amparado y tutelado por su celestina política, de lorzas abundantes y de estrabismo inquietante. Cuando sonaba el despertador, el pederasta salía del marsupio de su celestina marital y política y regresaba al Centro de Menores con el Kama-sutra en su cartera docente y con Jean-Paul Sartre palpitándole en el pene, aquel sucio gabacho al que su mujer, Simone de Beauvoir, le hacía de celestina y de proxeneta metiéndole en la cama a las alumnas deslumbradas por el genio del maestro.
El pederasta se creía blindado por la importancia de su mujer en la cucaña política socialseparatista que saquea la Historia, el presente y el futuro de los valencianos y de todos los españoles. Se creía cobijado por el estrabismo de Mónica Oltra que, teniendo un ojo en Barcelona y el otro en los tacones de Yolanda Díaz, no tenía ojos para una niña de catorce años a la que ella tutelaba y que estaba siendo permanentemente utilizada como felpudo sexual por su marido. Cinco años después los jueces (¡qué perspicaces!) sospechan que Mónica Oltra no sólo lo sabía todo sino que, además, utilizó su poder político y mediático para borrar las sucias huellas de su marido, ocultar su delito, proteger su propia carrera y presentar a la víctima como culpable llevándola esposada a declarar como testigo (miserables policías los que se prestaron a tamaña vileza). Un lustro después la han imputado. De nada servirá porque, ni en el peor de los casos, se les aplicará, ni a ella ni al pederasta de su marido, la única sentencia redentora para esa niña de catorce años. La sentencia evangélica dictada por Jesucristo: “¡Ay del que escandalizare a una sola de estas criaturas, más le valdría atarse una piedra de molino al cuello y arrojarse al lago!”.
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