¿Por qué razón siempre caen heridos por asta de toro los más desdichados del escalafón? La pregunta es obligada porque si todos se enfrentan al toro en su integridad, el mayor riesgo deberían de correrlo los que más torean y, cosas del destino, siempre ocurre lo contrario. Un ejemplo de lo que digo es el caso de Morante que, como sabemos –y con el permiso de Dios- toreará este año cuando termine en Zaragoza, la bendita cifra de cien corridas de toros sin sufrir el mínimo rasguño. Es cierto que a primeros de temporada sufrió dos revolcones pero, para su fortuna, sin consecuencia alguna.
Siendo así, ¿quién ha caído herido entonces? Los de siempre y me viene a la memoria Sergio Serrano, Manuel Diosleguarde, Chapurra, Manolo Escribano con una dura lesión, Curro Díaz con otra contusión, el sábado Rafaelillo, varios banderilleros, destacando la gravedad del percance sufrido en un pueblito de Toledo el gran rehiletero David Adalid e infinidad de novilleros. Han muerto varios hombres en la fiesta del Bous al carrer, como digo, los de abajo del escalafón. ¿Sera casualidad o causalidad? Vete tú a saber, pero sí que nos deja pensativos la cuestión descrita porque no logramos entender una sola razón que nos convenza.
Si los toros no hieren a los que más riesgo asumen, -en teoría- los que más torean, ¿qué está pasando entonces? Alguien dirá que, gracias a su técnica son capaces de esquivar todo peligro. ¿De verdad cree alguien que solo es cuestión de técnica, qué pasa que los más humildes no la tienen? Al respecto nos cuentan muchas milongas pero, desde hace muchos años que el toro no hiere a ninguna figura del toreo, nada que ver con antaño en que, cualquiera, desde el primero hasta el último, tenían el cuerpo cosido a cornadas. No faltará quien diga que han cambiado los tiempos pero yo me apresuro a decir que lo que ha cambiado es el toro. La prueba es que en el último lustro, por citar una fecha concreta, todos los heridos en la arena han sido toreros humildes, mucha casualidad ¿verdad?
En los albores de la temporada un toro de Pallarés –toro de verdad- cogió a Emilio de Justo en Madrid para matarlo, causándole una terrible lesión que, en principio, hasta peligraba su vida. Tras cuatro meses de recuperación, De Justo volvió donde solía. En la feria de Bilbao un animal atropelló a Roca Rey puesto que, como vimos, el toro no tenía intención de cogerle, al tiempo que le propinó una soberana paliza que, con fortuna para el diestro, todo quedó ahí y a los pocos días reapareció.
Está clarísimo que, el noventa por ciento de los toros que eligen las figuras son animales domesticados puesto que, ante todo no hieren y, lo que es mejor, algunos, hasta permiten que se pongan bonitos los diestros pero, siempre, sin el menor atisbo de peligro. Dicen que un toro hace daño hasta con el rabo pero, seguro que se refieren a los toros encastados, justamente los que ninguna figura del toreo se apunta, con la salvedad de Morante que ha hecho alguna que otra incursión en ganaderías no habituales y, hasta le ha salido bien la jugada.
¿Qué tipo de toro es el que hace vibrar al aficionado? Sin duda, el toro encastado, ejemplo, el de José Escolar que toreó Fernando Robleño en Madrid, los de Victorino Martin en Albacete y Murcia, los de Paco Galache en Salamanca en que, como sabemos, López Chaves se alzó como el rotundo triunfador de la feria con un toro encastadísimo y lleno de bravura. Claro que, el problema de las divisas mencionadas y algunas más, son las que tienen mucho peligro por la casta que desarrollan los bicornes, la que en muchas ocasiones hieren a los toreros. Cierto y verdad que, todos aquellos que se enfrentan al burro adormilado de Juan Pedro y sus correligionarios, difícilmente podrán resultar heridos. Al final llegamos a la conclusión de que el auténtico peligro está en la casta de los animales, justamente de la que huyen las figuras para no tener que sufrir cornada alguna.
--En la imagen, Ángel Sánchez, un torero humilde que el pasado domingo pudo haberle costado la vida la dramática cogida que sufrió en Madrid, eso sí, frente a un toro de Adolfo Martín.
No hay comentarios:
Publicar un comentario