Comienza el año y quiero recordar un concepto que no por sabido no precise volver a insistir sobre el particular. Que la fiesta de los toros es algo arraigado de manera fortísima, y yo creo que sin que nadie pueda arrancar esta pasión, en nuestra sociedad -y mucho más en nuestro subconsciente colectivo, por mucho que las nuevas formas de entender lo que llaman política pretendan desesperada y vergonzosamente lo contrario- es algo palmario. Notorio. Obvio. Evidente e indiscutible. A pesar de lo que en contrario opinen las huestes de Podemos, Compromís y similares.
Cultura. Claro que sí
Y buena muestra de ello está, por ejemplo, en el lenguaje. En la lengua española, que es la de todos los españoles. Por mucho que las nuevas formas de entender lo que llaman política pretendan desesperada y vergonzosamente lo contrario.
El lenguaje puede recibir desde un uso coloquial familiar hasta llegar a un nivel elegante o culto que sobrepase el uso cotidiano de la lengua. Hay también niveles especializados y específicos de grupos profesionales o sociales que tienen sus expresiones y sus vocablos propios, como el lenguaje coloquial taurino, muchos de cuyos términos y expresiones han terminado siendo adoptados por el castellano como comunes.
Como explica Manuel Guil Bozal, Doctor en el Programa de Doctorado del Departamento de Sociología de la Universidad de Sevilla, el lenguaje taurino como lenguaje especializado, como todo lenguaje específico, consta de una fraseología que es exclusiva de su ámbito, y no coloquial en la medida que todavía no se incorpora a este lenguaje común medio.
Existe, sin embargo un trasvase constante de expresiones propias de lenguajes específicos al lenguaje coloquial y además de enriquecer nuestro idioma, son una muestra del fortísimo entronque que tiene el toro en la cultura popular española.
En todas las lenguas europeas existe un gran número de unidades fraseológicas comunes que proceden de la tradición greco-latina, en unos casos, y de la cultura común europea en otros, pero en el español el mundo de los toros, las corridas, etc. han dado origen a una gran cantidad de locuciones y frases hechas. Cortarse la coleta, Ver los toros desde la barrera, Coger el toro por los cuernos, No hay quinto malo, Entrar a matar, Recibir un rejón, Poner una banderilla, Entrar al trapo, Embestir como un miura, Estar para el arrastre, Hasta el rabo todo es toro, Esos cojones en Despeñaperros, Salir por la Puerta Grande, Ir al hilo, A toro pasado, Ponerse el mundo por montera, Entregar los trastos, Acoso y derribo, Rematar la faena, Dar la puntilla, Saltar a la torera, Tomar el olivo, Echar un capote, Esperar a portagayola, Más cornás da el hambre, Cambiar el tercio, Dar un puyazo, Hacer el Tancredo, Dar una larga, Un par en todo lo alto, Hasta la bola… son varios ejemplos de los alrededor de cuatrocientos que recoge Antonio Bretones en su estudio El lenguaje taurino metafórico de uso coloquial.
Y es que, como escribía Antonio Campuzano en El País, “cualquier escrito en España, de contenido dispar, político, cultural, divulgativo de interés humano, económico, laboral, tiene su recordatorio, su trasunto, en la faz taurina”.
Las tensiones taurófilas a que sometían sus textos Ortega y Gasset, Marañón, entre los pensadores, y prácticamente toda la generación del 27, en la poesía, tienen su continuidad en los tiempos que corren en el periodismo, manantial inagotable de citas e intencionalidades para mayor gloria de este espectáculo señero. Campuzano dixit.
Quien siga defendiendo que los toros no son cultura es que o está ciego o lo que quiere es discutir.
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