'..La izquierda espera su triunfo con la caída definitiva de Cristo, pero es mil veces más probable la universalización de una derecha biológica e implacable, lo que hubo antes, lo que hay fuera. El mundo sin Cristo tiene muchas más probabilidades de parecerse a la pesadilla de Hobbes que a los sueños rosados de Rousseau..'
Cristo es la luz
Carlos Esteban
Cristo es la luz. Cristo —incluso su recuerdo desleído, los vagos rastros de los principios derivados de Sus enseñanzas— es ya lo único que nos separa de una barbarie que la mayoría ni siquiera sospecha.
La progresía reinante es heredera de la idea de la Ilustración según la cual podía acabarse con el cristianismo manteniendo, al mismo tiempo, los principios civilizatorios que había asentado la fe.
De algún modo, la Diosa Razón habría de superar el cristianismo sin destruir su substrato ético, suponiendo que este era, en realidad, la premisa a la que cualquier sociedad llega de modo natural.
Evidentemente, habían viajado poco, y habían estudiado la Historia con un sesgo fortísimo. Tantos nobles salvajes entre los iroqueses americanos, tantos persas que se expresaban como philosophes de los salones parisinos
Afortunadamente para esas élites pensantes, la inercia es la fuerza más poderosa de la Historia, y el pueblo siguió siendo cristiano mucho tiempo después de que los maîtres à penser hubieran firmado el acta de defunción de la Europa cristiana.
Pero ya estamos al final de eso, y nuestros superiores tienen prisa. La izquierda tiene la idea disparatada de que, abolida para siempre la creencia cristiana, su doctrina reinará por los siglos, un verdadero fin de la historia. No entienden que la izquierda es inexplicable sin el cristianismo residual.
En el programa de Nochevieja de una cadena de televisión mayoritaria se hizo un chiste sin gracia con la única intención de ofender y desmoralizar a los cristianos. Lo hacía una señora que no está en la televisión y en ese programa codiciado por la farándula a pesar de su físico, tan alejado del canon occidental, sino precisamente por eso. La señora en cuestión carece en absoluto de gracia, talento interpretativo o cualquier otro don personal que explique su protagonismo. Y es precisamente esa vulgaridad sin brillo lo que explica su elección.
Los reaccionarios de primera hora temían que la democracia condujera al triunfo de la mediocridad, de la medianía. La realidad es peor: ha conducido a la exaltación de lo más bajo. No ha elevado al estrellato, como podría esperarse, al ciudadano normal, sino al caso extravagante, a la minoría de víctimas autodesignadas.
La víctima hace en nuestros días la función que antaño cumplía el héroe o el santo. Todo el mérito está en ofenderse, pero sólo si se está en los márgenes, nunca en la norma estadística. Y eso es una derivada —enloquecida, pero perfectamente rastreable— del ethos cristiano, de sus paradojas de los últimos que serán primeros y sus mártires que vencen muriendo.
No se dan cuenta de que cuando desaparezca de la mente social hasta el residuo que deja la fe al evaporarse, cuando nazcan generaciones sin referencia religiosa alguna, ya no habrá razón para inclinarse ante la víctima, para respetarla, siquiera. ¿Por qué? Basta ver cómo eran las cosas antes de que se impusiese la lógica de la Cruz, o cómo siguen siendo allí donde menor es su influencia: se veneraba la fuerza, la salud, la belleza. No hay motivo para pensar que el revival va a ser de otra manera.
El propio universalismo que quiere imponer el progresismo imperante no es más que una interpretación retorcida de la catolicidad. Pero eso no es en modo alguno natural. Lo natural, lo que vemos en la historia o fuera de la influencia de Occidente, es la tribu, la casta. Es esa distancia insalvable entre griegos y bárbaros, la omnipresente costumbre de llamar al propio pueblo con una palabra que significa «los seres humanos», la indiferencia china a todo lo que sucediera más allá del Imperio del Medio.
La izquierda espera su triunfo con la caída definitiva de Cristo, pero es mil veces más probable la universalización de una derecha biológica e implacable, lo que hubo antes, lo que hay fuera. El mundo sin Cristo tiene muchas más probabilidades de parecerse a la pesadilla de Hobbes que a los sueños rosados de Rousseau.
4 de enero de 2025
No hay comentarios:
Publicar un comentario