'..La terna de este viernes de gin&tonic estaba compuesta por José María Manzanares, de azul noche y oro; Fernando Adrián, muy elegante de azul cielo y plata; y Pablo Aguado, de catafalco y montones de oro..'
Otra frailada para olvidar ("Amor de monja y pedo de fraile todo es aire"), con dos estocadas de Manzanares en Fever Friday Afternoon. Márquez & Moore
JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
Ayer tuvimos ante nuestra presencia la mansada con que nos obsequió el señor Fraile, don José Enrique, y hoy, para que no nos malacostumbremos, nueva irrupción de otro Fraile, don Lorenzo, con sus bueyes del Puerto de San Lorenzo a cuestas para conmemorar el 105 aniversario del fallecimiento de Joselito, a quien debemos eterno agradecimiento por haber impulsado la construcción de la Plaza de Toros Monumental de Las Ventas del Espíritu Santo, nuestra Plaza.
Debieron sudar tinta por la mañana los señores veterinarios Ortuño, Horcajada y Ramón durante su despacho oficial, pues al parecer hubo un inmenso baile de corrales, llegando a ser examinados veinte toros para aprobar los que finalmente salieron por los chiqueros. No hubo manera de que la corrida saliera entera con el hierro anunciado y se echó mano a otro de los hierros/basura del señor Fraile, en este caso el de La Ventana del Puerto, que se sale de la onda lisarnasia para meterse en el fangal de Jandilla, y entre los dos hierros solamente fueron capaces de rescatar a cuatro bóvidos frailunos, a los que hubo que sumar dos de Victoriano del Río que son los que salvaron los muebles de la tarde, tarde de nuevo en caída libre por causa del ganado propio de Fraile. O sea que Atanasio/Lisardo, Jandilla/El Torreón y Juan Pedro/El Torero sería el elenco de procedencias de las prendas que nos esperaban en la lóbrega oscuridad de los chiqueros sobre los que gobierna Florito, como Caronte en su barca.
Los dos primeros toros fueron los de El Puerto de San Lorenzo, que fueron una nota continuista con sus primos del día anterior en cuanto a mansedumbre, descaste, falta de interés, blandenguería y ausencia de celo. Su fin óptimo, como el del Santo que da nombre a la vacada, la parrilla. Los de La Ventana del Puerto salieron en cuarto y sexto lugar con otras hechuras menos mórbidas. El cuarto estuvo a disposición de Manzanares, si este hubiera tenido algún interés en hacer algo con él; el sexto no dejó estar cómodo a Pablo Aguado, que estaba deseando que aquello se acabase. Los dos de Victoriano del Río se corrieron en tercer y quinta posición: el tercero le metió el miedo en el cuerpo a Pablo Aguado, no por sus malas intenciones, que no las tenía, sino por su presencia y sus pitones, que ya no los volverá a ver así el sevillano en toda la temporada, hasta que retorne a Madrid. El quinto fue un toro de gran movilidad y nobleza en la muleta, que dará pie a muchos interesados en tapar al gran toro Brigadier, de Pedraza de Yeltes, para tratar de llevar el agua a sus interesados molinos. A su muerte el ganadero salió corriendo camino del desolladero y al rato se le vio retornar a su sitio con los bolsillos llenos de esperma, que utilizará en la manera que le venga en gana para regenerar su ganadería.
La terna de este viernes de gin&tonic estaba compuesta por José María Manzanares, de azul noche y oro; Fernando Adrián, muy elegante de azul cielo y plata; y Pablo Aguado, de catafalco y montones de oro.
Que Manzanares viene a Madrid por venir es una evidencia más que constatada. Le contratan, hace el paseo, se da sus lances mejor o peor, luego sus muletazos, salgan como salgan y luego recoge el carrito y se va, hasta la próxima vez en que hará de nuevo lo mismo. De las óptimas condiciones que vimos en aquel muchacho muy pocas se han cumplido y su carrera ha sido incapaz de levantar un vuelo excelso, que a estas alturas y tras veintidós años de alternativa a cuestas, es ya un planeo bajo y rastrero. No obstante cabe reseñar las dos estocadas que nos dejó, que probablemente sean lo mejor de toda la tarde. La primera nos hizo recordar aquella vieja lámina de la revista «La Lidia», publicada el 13 de abril de 1891, que llevaba por título «El Tato después de un volapié en las tablas»: dice la vieja publicación acerca del grabado que «tomaba al toro en las tablas, se arrancaba con firmeza y derechura, sepultaba el acero en las mismas péndolas, y se retiraba á alguna distancia» y eso, que se publicó hace un siglo y pico, sirve para explicar la estupenda estocada en tablas de Manzanares a su primero. Y la que le recetó a su segundo, un preciso volapié, sobrio y en corto, del que el toro sale herido de muerte, fue de una ejecución perfecta. Podemos decir que hoy, por primera vez en lo que va de Feria, se ha visto matar dos toros con verdad.
Pablo Aguado, como se dijo antes, estuvo frente al primero de Victoriano del Río como el que está frente al pelotón de fusilamiento. Le vino muy grande la presencia del toro, especialmente su descarada cabeza y su aspecto ofensivo. No se confió con él ni una sola vez y su paso por ese primer toro quedó muy desdibujado, como puede comprenderse. Se hirió en la mano al entrar a matar y eso hizo que la cosa de la muerte del toro fuese más larga de lo que debía. En su segundo, de La Ventana, un colorado alto y bien puesto tampoco llegó a confiarse. Más bien vio cómo la tarde iba llegando a su fin, con no sé cuántos puntos de sutura en la mano, y decidió no meterse en líos.
Fernando Adrián trajo, al menos, otra actitud. Su primero se lo brindó al Alcalde de Madrid. Esperamos que en el brindis le recordara su promesa/trola de quitar el dichoso Madrid Central. Comenzó con dos estatuarios y uno cambiado por detrás y luego un natural. Ahí se acaba todo porque el toro no puede ni con sus pezuñas. Descoordinado y como groggy, anda el mamarracho del Puerto desengañando a Adrián de que allí haya opción alguna de triunfo, o sea que, visto lo visto, tras varios intentos le deja una trasera y tendida y se retira a su posición mientras el toro es arrastrado entre silbidos.
Su segundo es Frenoso, número 95, al que pica con oficio y corrección Alberto Sandoval en su primer encuentro. Brinda al público Adrián y empieza su tarea con un pase cambiado de rodillas, pero en seguida tiene que ponerse en pie, porque el animal se le echa encima. A partir de ahí desarrolla su toreo de corte liberalio, toreo de no torear en que mueve al toro muchísimo de acá para allá, enhebrando sus derechazos unos con otros, sabiendo que todo lo que no hay de toreo lo pone el toro, que se queda colocado a la salida de los pases y que acude solícito y repetidor a las invitaciones del matador. Toreo como tal no hay: no hay colocación, no hay cargazón de la suerte, no hay cite con la panza de la muleta, no hay remate en la cadera, no hay nada de lo que constituye el toreo, el que emociona y se queda grabado en el alma, y a cambio hay ventaja y pico, y el toro cada vez más entero, o, al menos, lo mismo de entero que cuando empezó. Pero eso da lo mismo, porque las gentes braman de gusto como si lo que están viendo fuera algo grande. Al natural, idénticas trazas, pero con menor intensidad, que por ahí el toro no ayuda tanto. Vuelta a la mano derecha y continuación del delirio popular en este plebiscito a favor de la ventaja y del destoreo. Tras las inefables bernardas, se enfangó Adrián con los aceros, perdiendo las orejas que estaban todos a punto de darle.
Decía Domingo Ortega que «todas las cosas que se hacen con los toros desde que nacen hasta que mueren son bellas a base de ir hacia adelante»; las gentes hoy en Madrid optaron más bien por otro tipo de belleza, por aquella que profetizaron las «Hermanas Fatídicas», en su famoso "lo bello es feo, y lo feo es bello".
ANDREW MOORE
FIN