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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

viernes, 11 de abril de 2025

La Suerte de Varas, hoy / por José Carlos Arévalo


'..Un observador inteligente de la lidia, Ortega y Gasset, dijo: “En las corridas de toros, lo ajustado es lo justo”. A mediados de los años 70 se desajustó la suerte de varas. Lo motivó la respuesta de los jefes de las cuadras de caballos cuando el toro aumentó de peso, volumen y edad. Entonces, y para equilibrar la suerte, creció el caballo, pero lo hizo sin control..'

EN CORTO Y POR DERECHO
La Suerte de Varas, hoy

José Carlos Arévalo
El público, aficionados incluidos, pitan a los picadores por sistema. Tanto si pican mal como si cumplen. Solo los ovacionan cuando lo hacen tan extremadamente bien que solo se ve la enorme belleza de esta casi impune suerte del toreo.

Porque el toreo es una actividad de riesgo. Toda suerte, ya sea con capa, banderillas, muleta y espada, ya se haga con verdad o con ventaja, exige a quien la hace que se juegue el tipo. Para torear hay que aceptar la peligrosa embestida del toro. Ninguna suerte se hace impunemente. Por eso el toreo no es cruel, ni tampoco presenciarlo. Salvo en la suerte de varas, que se ejecuta con aparente impunidad sobre un caballo desmesurado en su peso y con inexpugnables defensas. A veces, muy pocas, entraña un cierto peligro. Mas por desgracia, solo se ve cuando el toro derriba al caballo.

Y como el público de los toros es incuestionablemente ético, en la suerte de varas se solidariza con el toro sin opciones, no con el hombre, su semejante en peligro, con el que se identifica en el resto de las suertes. A nadie extraña, pues, que ahora los quites en varas no se hagan al jinete y a su montura, sino al toro que lucha en vano, sin posibilidad de vencer y entre los pitos solidarios del tendido.

Desde que se empezó a picar a caballo parado, a finales del siglo XIX, la suerte de varas estuvo desequilibrada en contra del caballo y su jinete, muy a favor del toro, aunque algunos morían por los puyazos, asunto que fue uno de los motivos de la creación de la Unión de Criadores de Toros de Lidia (UCTL) en 1905, la cuestión de las puyas para vigilarlas y defender al toro de los abusos de los picadores -los controles e inspecciones en las puyas se llevarían a cabo en las oficinas de la UCTL hasta 1992, en presencia del fabricante y de un representante de la Unión Nacional de Picadores y Banderilleros españoles, siendo las cajas de puyas selladas y precintadas por representantes de ambas entidades-. La puya de arandela, instaurada en 1917, trataba de evitar la introducción de la vara en el cuerpo del toro. Con la llegada del peto, el año 1928 y hasta finales de los años 60 del siglo XX, se equilibró la suerte. Ni a favor del toro ni del picador y su montura. Por eso se mantuvieron vigentes los 3 puyazos reglamentarios. Eran necesarios, porque el caballo, menos pesado y con un peto más flexible (peto de borra, llamado jerezano) era empujado, a veces derribado, por un toro menos poderoso y con menos romana que el actual. Y, en consecuencia, eran necesarios los tres encuentros, eso sí, de más corta duración entre los tres que uno de los actuales en la gran mayoría de los casos. Repito, aún con el toro joven, chico y nada preparado de la post-guerra.

Un observador inteligente de la lidia, Ortega y Gasset, dijo: “En las corridas de toros, lo ajustado es lo justo”. A mediados de los años 70 se desajustó la suerte de varas. Lo motivó la respuesta de los jefes de las cuadras de caballos cuando el toro aumentó de peso, volumen y edad. Entonces, y para equilibrar la suerte, creció el caballo, pero lo hizo sin control. Al ruedo llegaron a salir caballos de tiro de pura raza de 1000 kg de peso, a la par que se los superprotegía con nuevos atavíos -manguitos- y se tensaba un peto duro como la piedra, de manera que el toro no pudiera romanear.

Con el reglamento nacional taurino de 1992, que sustituyó al de 1962, se limitó por primera vez el peso de los caballos, se prohibió el uso de razas traccionadoras y se redujo la longitud de la puya, pero se dejó de practicar su examen previo y las puyas pasaron a ser inspeccionadas solo una vez, en la mañana del día del festejo por los Delegados correspondientes, perdiéndose, de esta manera, un control previo que evitaba en gran medida los posibles fraudes. Además, se redujo el número de puyazos mínimos de tres en todo tipo de plazas, a dos en plazas de primera categoría y uno en las restantes, prolongándose como nunca la duración de los encuentros. Las autoridades de la corrida podrán decir lo que quieran, que si controlan el peso de los caballos, que si evitan el uso de puyas fraudulentas. Pero de eso, nada. Ni se controla el peso de los caballos, ni se rechazan unas puyas afiladas subrepticiamente, con una angulación de las aristas de la pirámide que convierten el puyazo en una turmis atroz. ¿Exagero? Pues me corrijo y digo que “no se controla bien”.

Lo que no se puede controlar es la nefasta conformación de la puya reglamentaria, por la sencilla razón de que es reglamentaria. Pero no evita que sea un desastre. Por supuesto, corregible. Desde que se fundó la lidia, la puya es un útil en una constante reforma motivada por la permanente evolución del toro. En 1917 se impuso el tope de arandela porque el toro era ya más bravo, se entregaba más al caballo y se autoinfligía unos puyazos que eran verdaderas estocadas. Desde que se impuso el peto, la puya no ha parado de reducirse en longitud. En 1962 se redujo medio centímetro con respecto al modelo anterior de 1930 y se sustituyó el tope de arandela por el de cruceta por considerarse más eficaz. En 1992 se disminuyó un centímetro y medio pasando a medir la puya de toros 8,68 cm de porción penetrante, mientras que el reglamento autonómico andaluz la redujo en 2006 a 7,36 cm, al igual que los posteriores de Castilla y León y País Vasco. Pero todo fue en vano. El toro prosiguió acrecentando su bravura y, en consecuencia, su entrega a la lucha contra el peto. Con resultados lamentables para la lidia: Primero, porque la trayectoria del puyazo duplica y hasta triplica la dimensión de la puya. Segundo, porque si la puya no incide en su sitio (arriba y en la parte final del morrillo o mitad delantera de la cruz y cae baja y/o trasera) produce lesiones que deterioran o destruyen el posible buen juego del toro; y tercero, porque la pirámide triangular de la puya reglamentaria facilita las tremendas y sanguinolentas heridas en abanico con múltiples trayectorias en un mismo puyazo, espectaculares, aunque inservibles para atemperarlo.

Pero la nefanda puya sigue ahí. Y en la corrida se ha producido una situación paradójica: La bravura del toro, obra del ganadero, ha ido a más, y, de sus nuevas e insospechadas embestidas el torero ha conseguido suertes inverosímiles hace unos años y la ejecución más pura del toreo clásico. Mas si la bravura y el toreo han evolucionado, la lidia ha involucionado. Por culpa de la puya, no adaptada al más bravo empeño del toro contra el peto se ha llegado al monopuyazo, una reducción tan drástica del primer tercio que ya apenas se pueden evaluar todos los matices de la bravura en varas que se mide en sucesivos encuentros, ni hay tiempo ni lugar para el toreo de capa. Tan escandaloso desajuste de la suerte de picar ha hurtado a la afición el primer tercio de la lidia. Y lo que queda contradice la ley del toreo: Nada se puede hacer al toro impunemente. O para ser más justos, con aparente impunidad.

El próximo viernes: Una realidad, el caballo domado para picar.

Y una esperanza, la puya innovada cuadrangular. Burladero.com/
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