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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 21 de abril de 2025

Resurrección en Madrid. Corrida seria de Palha, cuya sola presencia daba para reírse de las chivas de los pararrelojes en Sevilla. Márquez & Moore


'..Los matadores que se acartelaron con los toros portugueses fueron, en esta ocasión, Rafaelillo, de grana y oro (7 festejos el año pasado), Juan Leal, de verde y oro (8 festejos el año pasado) y Francisco de Manuel, de corinto y azabache (4 festejos el año pasado). Los tres sortearon un toro de más posibilidades y otro de más dificultades con los que trataron de explicarnos sus verdades..'


JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
Felices por la buena nueva de la gloriosa Resurrección de Nuestro Señor nos vamos a Las Ventas a celebrar tan señalada efemérides, atraídos principalmente por la presencia en los carteles de la divisa de los touros de Palha, que hoy cambió sus colores azul y blanco por el negro de luto en memoria y homenaje al mayoral, que Dios le tenga en su Gloria.

Palha nos hace viajar al tiempo de Maricastaña, a esos ciento y pico de años que lleva viniendo a Madrid. El primero que trajo los toros de Palha a Madrid fue el impar Casiano, el más pintoresco de cuantos empresarios ha tenido cualquiera de las Plazas de la Villa, que en un último alarde, en su última temporada como empresario, decidió dar toros en el mes de noviembre y, en una corrida que comenzó a las dos y media de la tarde, se las apañó para que Bocanegra y Fernando el Gallo despachasen los cinco de Palha y el remiendo de uno de Schelly -de aquellos puros vazqueños que había adquirido a don Juan Castrillón-, junto con los caballeros portugueses don Luis do Rego da Fonseca y don Alfredo Tineco da Silva. Tampoco es que aquella fuera una de esas corridas de las que hicieron correr ríos de tinta, pero tiene una nota perfectamente contemporánea, absolutamente adecuada a la verificada en el día de hoy cuando el gran Paco Media Luna apunta en su apreciación de la tarde, publicada en La Lidia: «Los picadores, bastante malos en general», y eso que en la refriega inmolaron sus vidas cinco arres ante el altar de la impericia de sus jinetes. Pues lo mismo hoy González, Collado, Zambrano, López, Parrón y Cruz que sus antecesores de hace ciento treinta años: Rodríguez, Fernández, Artillero y Bastón, con la diferencia de que los pencos hodiernos van guarecidos con infinidad de capas protectoras, que sirven tanto para proteger al de cuatro patas como al de dos que va subido encima.

Y ya que nos hemos puesto con estas remembranzas, sirva recordar cómo el tercio de banderillas en sus orígenes se ejecutaba poniéndolas de una en una, hasta que el Licenciado de Falces, Bernardo Merino, estableció el par como unidad canónica en la cosa de los garapullos. Hoy Daniel Duarte y Domingo Valencia han querido dar su particular homenaje a los inventores de la suerte dejando un total de cuatro palos en diversas partes de la anatomía del sexto toro de un total de cinco pasadas. Se ve que gran parte del público no ha sabido apreciar el culto guiño histórico que proponían los peones, pensando que actuaban así a causa del gato que le habían cogido al toro. El contrapunto, en esa misma cuadrilla, lo puso el siempre eficaz Juan Carlos Rey, pareando con suficiencia al tercero.

La corrida que trajo Palha a Madrid fue una corrida seria, de óptima presencia y con las suficientes notas en su comportamiento como para que ningún Pitiminí del escalafón la haga aprecio. Nos reíamos un poco pensando en las pobres chivas que simultáneamente estarían saliendo por el amplio portón de chiqueros de la Plaza de Toros de Sevilla, regalando su supina idiotez y su blandenguería a esos pararrelojes profesionales, mientras en Madrid los toros acosaban a los peones a la salida de los pares hasta sacarlos de la Plaza tomando el olivo, se enteraban de lo que ocurría a su alrededor, ponían su temperamento frente al de su matador, demostraban su encastada personalidad y daban todo el sentido a un espectáculo que se denomina «los toros».

Los matadores que se acartelaron con los toros portugueses fueron, en esta ocasión, Rafaelillo, de grana y oro (7 festejos el año pasado), Juan Leal, de verde y oro (8 festejos el año pasado) y Francisco de Manuel, de corinto y azabache (4 festejos el año pasado). Los tres sortearon un toro de más posibilidades y otro de más dificultades con los que trataron de explicarnos sus verdades.

El veterano Rafaelillo ha matado de todo a lo largo de su dilatada carrera, por lo que de entrada se le da el crédito que merece. Tuvo la desdicha de que le saliera el castaño Barberito, número 213, que fue un toro pujante y a más, que le cantó desde el principio la distancia que le convenía -que no era la que al matador le convenía- y que fue llevándose a las gentes de calle al comprobar la encastada clase de su embestida y sus condiciones. A ese neto planteamiento del toro el veterano torero opuso su oficio, prefiriendo las afueras que los adentros y la mano diestra a la siniestra, aunque dejó un soberbio natural. El torero no se agobió, pero vio cómo el toro se le iba sin torear, y, si le quedaba duda, se debió convencer cuando vio que el toro era despedido con palmas al ser arrastrado. Su segundo, Belo, número 288, lo brindó al público, pero su baza ganadora se había pasado ya. Volvió a estar sobrado de oficio sin que ese argumento fuese suficiente frente a la exigencia del toro. Acaso el esfuerzo que hizo el matador en su segundo le habría rendido más en el primero, pero eso no son cuentas.

Juan Leal comenzó su labor en los medios, donde había brindado al público, haciendo correr al toro desde el burladero del 9 hasta su posición y aguantando el viaje sin descomponerse y sin templar mucho la embestida de Genovés, número 214, con más corazón que mando. Un poco más cerrado, en el tercio se aparece una serie corta de naturales que pone a todo el mundo de acuerdo, con derroche de valor en la posición en la que se queda. No vuelve a llegar a ese nivel en el resto de la faena en la que insiste en su extremo alarde de valor, pues se le ve siempre cogido, rematando su obra a base de circulares invertidos de esos y otros efectismos accesorios. Su segundo fue Camarito, número 448, y ese nombre nos quita años de encima rememorando a aquel soberbio Camarito, número 550, que lidió Serranito en 2009 en esta misma Plaza. Y este Camarito hizo honor a su nombre desde su salida, cuando Juan Leal quiso burlarle de rodillas a la porta gayola y el toro le persiguió hasta el tendido 6, que si Leal no llega a caerse el toro le desguaza. Durante el deplorable tercio de varas el toro se tiró encelado en las faldillas del penco el tiempo que quiso, cantando su condición brava. 

Pretendió de nuevo Leal principiar desde los medios, pero el toro dijo que nones y el torero parisino se fue cerrando para recibir con doblones en el tercio la pujante embestida del toro. El toro no regalaba nada y a veces pareció una pantera por la agilidad y el vigor de su acometida, casi un salto. Muy decidido el matador, pero sin hallar las claves que demandaba el animal: esas claves que tenían Paco Ruiz Miguel, Damaso, Manili o Domingo Valderrama y que se circunscriben a la colocación, el temple y el mando, porque ya decían los antiguos que «los toros humillan siempre, si se sabe hacerlos humillar». Nunca pudo Leal con el toro en sus medios pases rematados por arriba, negación patente de lo que hay que hacerle al toro encastado. Todo lo trató de suplir con valor y decisión y cuando fue feamente zarandeado al entrar a matar fue capaz de conmover el corazón de los más impresionables, que le pidieron la oreja. El Presidente, don Ignacio Sanjuán, no accedió, pese a las consabidas dilaciones y cucamonas de los benhures de la mula y del hondero. Palmas para el toro en el arrastre.

El peor papel de la tarde le correspondió a Francisco de Manuel. Su toro fue el tercero, Saltillo, número 217, que acudió a los cites y que, en términos generales, se encontró con la falta de plan de su matador, que se puso mucho más de manifiesto, con la tarde ya vencida, en el sexto, Gitanito, número 307, un señor tío de presencia, con el que los banderilleros dieron el mitin. Toro duro y a la antigua, que demandaba otras trazas por parte de su matador y que estando ya en el suelo para ser apuntillado, se levantó de entre los muertos. Y entonces el frío viento, de pronto, nos dejó un eco de la noche anterior: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?» (Lucas 24, 6)



ANDREW MOORE



















FIN

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