Abriendo Plaza y Temporada
Veranito, de Torrestrella, jabonero, 12/8, Peso: 524
Veranito, de Torrestrella, jabonero, 12/8, Peso: 524
José Ramón Márquez
Primera de la temporada en Las Ventas. Hoy teníamos que haber estado bajo la peste de la cubierta, si el deplorable cálculo de ciertas mentes se hubiese cumplido, pero gracias a Dios hemos podido ver el cielo nublado de Madrid, hemos recibido el fresquete del vientecillo y hemos visto la lluvia, resaltada por los focos que iluminan la Plaza. Hoy, los que en uso de nuestro albedrío quisimos cubierta, tuvimos cubierta bajo las gradas o las andanadas, y los que no quisieron, tuvieron descubierta en los tendidos. Como debe ser.
Para esta primera corrida de la temporada no se pudo contar con un encierro completo de Torrestrella, que si esa esmerada firma ganadera no tiene una corrida para Madrid a principios de temporada, no me puedo imaginar qué será lo que tengan guardado en Los Alburejos S.A. El programa de mano informaba, con científica precisión, de que exactamente el 3% de la sangre de los Torrestrella pertenece a la vieja estirpe de Veragua, y el aficionado medio puede decir con idéntica precisión que a la corrida la correspondía el 100% de la Denominación de Origen «Redada en un After Hour», ya que lo que hoy les aprobaron a los esmerados responsables de la Sociedad Anónima ganadera que lidia como Torrestrella eran cada uno de su padre o de su madre, según corresponda, pero en cualquier caso no parecía que guardasen relación alguna de parentesco entre ellos. Digamos que el quinto, Leído, número 8, es el único que en un examen pericial habría pasado por auténtico Torrestrella.
Los dos remiendos que completaban el sexteto eran de Torrealta, que torres más altas han caído; uno, un tren negro largo y enorme, y el otro, un castañito albardado más canónico. Los toros, unos y otros, como corresponde a sus sangres, estirpes, reatas y demás indicios ganaderos, fueron lo que se esperaba de ellos: una triste colección de pobres infelices que en sus señas exteriores remedaban a toros, pero que en realidad eran fantasmagorías.
Con ese 4 + 2, en este Domingo de Ramos se anunciaron Urdiales, Gallo y Nazaré. Los tres volverán pronto a Las Ventas, en alguna de las que el ingenio de Taurodelta ha bautizado como «Ferias de Primavera».
Urdiales lleva el camino de convertirse en el Frascuelo (Carlos Escolar) del siglo XXI. Su constante amagar y a veces dar le tiene granjeado un hueco en el pétreo corazoncito de la afición, pero sus trazas no permiten augurar un despegue de este torero que, lo mismo que la borda en Bilbao con un Victorino, anda medio aperreado con un Torrestrella. Urdiales tiene torería, modos clásicos y gusto, pero adolece de una mínima continuidad que le permita situarse en un papel más central que el que ahora ocupa, demasiado excéntrico para los modos del torero riojano. En Madrid lleva ya ni se sabe los toros sin que apenas diga nada. Es, sin embargo, ese tipo de toreros que en Madrid gustan: gusta ver su nombre en los carteles y no se le censura de manera agria, que es la forma de demostrar cariño que tiene Madrid. Hoy apenas dejó argumentos en su defensa. Algún pase de trinchera de recio sabor y mando y poco más. En su segundo se le vio con gran falta de ideas y trapaceó por aquí y por allá sin echar cuenta de las condiciones del grandullón Torrealta, Abatido, número 42.
Lo de Gallo fue una pendiente hacia abajo. Recibió a su primero, Deslucido, número 97, con unas verónicas de buen gusto y mando, muy toreras, y eso nos puso la miel en los labios. El trasteo a ese toro tuvo un par de series en que, sin irse decididamente al pitón contrario, corrió la mano y más o menos se quedó, pero cuando se enteró de que el bicho iba y venía, en vez de confiarse y torear al toro hacia adelante, cargar la suerte y someter al toro, se dedicó a manzanarear echando la pata atrás de manera descaradísima halagando las bajas pasiones de todos esos que se creen que torear es dar pases. El asunto acabó con esa palmaria demostración de falta de respeto al toro que son los circulares invertidos y, visto el ambiente, si llega a matar lo entronizan como si fuese el Papa Francisco. Su segundo, que brindó al público, le desarmó al principio y al final de la faena en sendos cabezazos.
Nazaré es un producto de esos que Sevilla echa al mundo y que tan parecidos son unos de otros. Frágil, de buena hechura, con valor justito y sin lo que se dice una tauromaquia elaborada. Antes fue Nazaré, luego Oliva Soto, más tarde Lama de Góngora, después Posada de las Maravillas. La verdad es que a Nazaré debe dar gusto verle con las vacas. Tiene el hombre una buena mano izquierda, compone la figura y torea de uno en uno como si dijéramos con «mucho sentimiento» A su primero, un toro digno de Morata o de Morante, le metió una estocada rinconera y, por la ilusión que le hizo, nos llevó a pensar que con el estoque Nazaré no debe ser ningún Rafael Ortega. En la manera de matar a su segundo confirmó la impresión. A su primero le pegó, como se ha dicho, algunos muletazos de uno en uno y sin solución de continuidad y luego se pegó una vuelta al ruedo porque le dio la gana. En las fotos seguro que este torero gana un montón.
En la cuadrilla de Urdiales, Víctor Hugo, de los Pirri, remató, acaso buscando una aproximación al rollo olímpico, sus dos pares de banderillas con sendas tomas del olivo. Las deplorables trazas como picador que demostró Manuel Burgos contra el primero de la tarde fueron justamente vengadas por el gigantón de Abatido, que cuando Burgos hacía puerta se arrancó hacia él con sus seiscientos cuarenta quilos derribando con facilidad la fortaleza equina y a su jinete. Como suele ocurrir desde hace ya unos años, la ovación más sincera de la tarde fue para los monos cuando pusieron en pie al conmocionado aleluya.
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