"..Cometemos errores como humanos que somos, pero de eso a prevaricar va un abismo Sr. Moeckel"..
EL SR. MOECKEL Y LA PREVARICACIÓN
Fernando S. Gª Terrel
Zaragoza,3 de junio 2013
No pude presenciar la corrida de las Ventas del domingo 26 de mayo, la de la polémica, y bien que lo siento. Esa, en la que el Presidente del festejo, Julio Martínez le negó una oreja a Alberto Aguilar y con su negativa, la opción de salir por la Puerta Grande, por lo que algún crítico tituló su comentario como si se tratase de un wéstern, “Atraco a las nueve”.
La misma por la cual el abogado sevillano Joaquín Moeckel, -defensor de litigios a personas de la alta sociedad hispalense, toreos y empresarios taurinos, entre otros-, puso su granito de arena alimentando la carnaza de los que con el usía se ensañaron, al preguntarse en una entrevista: “¿Por qué no se va a poder denunciar a un presidente por prevaricación?”, aclarando que “cualquier decisión, sea por acción u omisión, si es groseramente contraria al Reglamento que rija en la plaza de toros correspondiente, podría conllevar las responsabilidades civiles o penales (conducta prevaricadora) que pudiera ponerse de manifiesto.”.
Por supuesto que el presidente de la plaza es persona susceptible de ser denunciado por prevaricación, máxime si como en el caso que nos ocupa, se trata de un funcionario público, pero sería difícil que prosperara por motivos varios. Es cierto que el reglamento dice que “la concesión de una oreja se realizará por el Presidente a petición mayoritaria del público” y que Julio Martínez, no la concedió en el segundo, pero el Sr. Moeckel o cualquier otro jurista ¿puede asegurar de manera fehaciente que existía tal petición mayoritaria?. ¿De qué procedimiento se vale para garantizar tal aserto, es decir, para contar los pañuelos? ¿No faltaban diez para la mayoría?
Los que hemos pasado por el trance de tener que valorar las peticiones sabemos que desde los tendidos o callejones el aspecto cambia bastante con respecto a la perspectiva del lugar que ocupa la Presidencia (órgano tripartito). La mayoría de la gente no pide los trofeos exhibiendo su pañuelo blanco como es preceptivo sino con voces y esas no se contabilizan. Añadiría que, atendiendo a las declaraciones del propio presidente, que no voy a poner en tela de juicio, no concedió el trofeo porque la presencia de pañuelos era tan solo de un 30%. Además de precisar que no le dio la oreja, evidentemente, por el fallo clamoroso a espadas.
¿Ustedes creen que un matador de toros pese a haber realizado una buena faena de muleta puede salir a hombros de la plaza más importante del mundo después de haberle pegado al toro un pinchazo quedándose en la cara y luego una estocada baja?. No pocos opinan que el Sr. Martínez defendió el prestigio de las Ventas y su palco al no acceder a la petición, pues ni la faena, ni la realización de la suerte suprema merecía el resultado final de puerta grande.
No olviden que los presidentes en cada plaza han de respetar y garantizar sus costumbres y tradiciones. Cada coso tiene sus peculiaridades. En la Maestranza suena la banda de música tras los detalles artísticos, de perfecta ejecución; su albero tiene el color de lo que es, sus rayas de picar son rojas, las palmas por bulerías de su afición nada tienen que ver con las del sexto toro, el de la jota de Zaragoza, el trapío de sus reses es distinto al de las de Pamplona, donde los presidentes se visten con smoking, se tocan con chistera y los toros, son como en Bilbao, serios, astifinos, con cuajo y peso, su ruedo se cubre con tierra gris, las banderillas son de lujo y se interpreta en lugar de pasodobles el aurresku mientras la música de viento solo suena cundo lo dice su presidente, al que por cierto los más puristas le piden, ante peticiones viciosas: "¡Aguanta, Matías!”. La plaza de Madrid también tiene las suyas: vestir de luces al chulo de de toriles, utilizar más de los dos sobreros reglamentados, no conceder rabos o la más arraigada, la austeridad del Palco a la hora de conceder trofeos, lo que le hace distinta al resto y los matadores que acuden a ella a triunfar o morir, o a confirmar su ejecutoria lo aceptan y saben lo difícil que es salir airosos del trance.
Por eso, tras haber leído muchos comentarios sobre la faena de Aguilar, la negativa presidencial y comprobar que no todos opinan como el letrado sevillano, entiendo que la cosa no fue tan grave. Los hay que opinan como el presidente, que ya constituye un gran éxito haber cortado una oreja a su primer toro y haber dado una vuelta al ruedo tras clamorosa petición, en su segundo.
La tauromaquia reinante del siglo XXI, se ha cargado o está en vías de hacerlo, el tercio de varas, la suerte de quites; el trámite de las banderillas, que ha de ser rápido y salvo honrosas excepciones con poca exposición y lucimiento. Si a eso añadimos que las faenas han quedado reducidas al último tercio, el de muleta, si dentro de él prescindimos también del rigor de la estocada recetada de forma rápida y bien ejecutada, apague y vámonos. Entiendan los aficionados de nuevo cuño que el estoque ha de alojarse en el hoyo de las agujas (parte más alta del lomo del toro, donde se cruzan los huesos de las extremidades anteriores con el espinazo) y que la estocada que no quede en ese sitio, puede ser calificada de bajonazo, caída, atravesada, etc., que posiblemente haga rodar al burel pese a ser defectuosa y eso pesa en la decisión final.
Los presidentes de plazas de toros, somos aficionados y como tales cada cual tiene su propia sensibilidad. Cada tarde, cada faena, cada situación es distinta. No camben comparaciones con otros colegas. Las decisiones han de ser inmediatas, adoptadas con tu propia conciencia y sapiencia, con la opinión de los asesores que te acompañan, nunca por impulsos, valorando los meritos del diestro por la faena realizada y no solo en el último tercio. Somos nombrados por y para algo, pese a que a Benjamín Bentura, Curro Romero o Remedin Gago, (la esposa del matador sevillano Manolo Vázquez) por citar a algunos, sean contrarios a reglamentos y presidencias. Cometemos errores como humanos que somos, pero de eso a prevaricar va un abismo Sr. Moeckel.
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