Ferrera en pleno proceso de enseñarle el carné.
Vean cómo se vuelve el victorino / Foto: Andrew Moore/
"...Y los que han salido, sin ser alimañas, han pedido el carné a cuantos estaban en el ruedo vestidos de luces. No todos de la misma manera, pero exigían -léase bien, exigían, no colaboraban- a todos los profesionales que su quehacer fuera en la dirección adecuada, salvo pena de encontrarse con ellos en una pelea, cuando menos de tu a tu..."
PIDIERON EL CARNÉ
- Los de Victorino hasta que no se los llevaron las mulillas no pararon de dar guerra. Esa es la obligación de un toro, vender cara su vida. Y los toreros su obligación es matar la corrida con profesionalidad y torería. Si no se puede estar artista, pues no se está.
Antolín Castro
S.I.14.- Llegamos a ese día que antes era el último, muchos años, de la corrida de Victorino Martín. Todos con las esperanzas puestas en que salgan dos o más de esos toros que hacen surcos con el morro y dan triunfos y categoría a quienes se enfrentan a ellos.
Llegamos y con esa ilusión siempre que se lidia una corrida del ‘paleto de Galapagar’ la plaza se llenó. Había la certeza de que nadie había andado husmeando en la finca como se sospecha que el año pasado pasó cuando Talavante tuvo el gesto de no hacer nada de nada, solo el paseíllo, con ellos.
Y los que han salido, sin ser alimañas, han pedido el carné a cuantos estaban en el ruedo vestidos de luces. No todos de la misma manera, pero exigían -léase bien, exigían, no colaboraban- a todos los profesionales que su quehacer fuera en la dirección adecuada, salvo pena de encontrarse con ellos en una pelea, cuando menos de tu a tu.
A manos de Uceda Leal fue a parar el lote menos molesto de los lidiados, pero ha hecho como que no se enteraba el madrileño. Muchas precauciones, medrosidad y falta de convicción hasta a la hora de matar, que es su fuerte. Estamos convencidos que un diestro más dispuesto hubiera obtenido trasteos más lucidos que los que Uceda nos ha mostrado. Le han pitado en ambos para hacerle saber que no había gustado nada su actitud. Muchos se preguntaban qué habría hecho si cae en sus manos alguno de los otros astados.
Antonio Ferrera ha venido muy dispuesto, muy decidido a mostrarnos su nueva línea lidiadora y lo ha conseguido a medias. El extremeño ha estado oportuno y lucido en quites al sacar a los toros de los caballos, siendo esto lo mejor anotado en su haber. Ha dirigido la lidia ordenando el cometido de cada cual y, por supuesto, ha protagonizado los dos tercios de banderillas, con más pundonor que acierto.
En la muleta, como decíamos, los toros pidieron el carné y se lo mostró Ferrera, no sin antes tomar todas las medidas, y las precauciones todo hay que decirlo, que requería la ocasión. Los toros aprendían con gran facilidad y no era fácil ponerse a dar derechazos y naturales. Con la espada todas las precauciones se le hicieron pocas. Tampoco la gente está por la labor de ver como se machetea un toro para dominarlo, lidia ésta de otros tiempos que las nuevas generaciones ni saben lo que es.
La razón es sencilla: como quiera que las figuras, que son el espejo que se utiliza, jamás se ven precisados a ponerse delante, esas nuevas generaciones criadas al amparo de estos ‘figuras y maestros’ no lo ven y en consecuencia no lo aprenden. Si se dignaran torear otros encastes tendrían ocasión de mostrarlo esos maestros pues situaciones habría. Y hecho por ellos adquiriría el sello de maestría. Entonces sí lo aceptarían. Como eso es, según me dijo uno de los recién llegados, lo que hacía Curro Romero, pues a pitar sin más remedio. Las enseñanzas han de ser constructivas y con las figuras de hoy de constructivo y como aprendizaje positivo menos. Así nos va.
Alberto Aguilar pechó con los más fieros de todos y les plantó cara. Al primero por la vía de la modernidad, las pasó canutas, y le aplaudieron sus ganas mientras sorteaba tarascadas y embestidas con todo lo que tenía el toro a mano. Al final le alcanzó… con el propio estoque del diestro en la pierna y hubo de ser atendido en la enfermería. Salió para matar el sexto y a éste enseguida se dio cuenta que había que plantearlo a la antigua. Se la jugaba igual pero le aplaudieron menos. Cosas de la fiesta descafeinada que padecemos.
Lo que no faltó fue la emoción toda la tarde y es que los toros no tienen que dar facilidades, tienen que dar, si pueden, cornadas. Una se llevó el puntillero de Ferrera cuando el toro estaba echado. Los de Victorino hasta que no se los llevaron las mulillas no pararon de dar guerra. Esa es la obligación de un toro, vender cara su vida. Y los toreros su obligación es matar la corrida con profesionalidad y torería. Si no se puede estar artista, pues no se está.
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