Casa Patas: Juanito Villar y Niño Jero a la guitarra
La torería flamenca
Foto: J. J. Chaín |
Pegar muletazos con profundidad, empaque y sentido y saber adornarse con garbo: eso es la torería, don o virtud perfectamente reconocible, por los buenos catadores, extramuros de los ruedos. El sábado hubo mucha en la arena de Las Ventas, donde marcó Urdiales los tiempos del paseíllo embutido en un capote de paseo bordado con hojas -las últimas verdes antes de la consolidación del otoño- y también sobre las tablas de Casa Patas, donde sonó la guitarra de Niño Jero para inspirar el cante de Juanito Villar y su hijo Antonio (de azul pavo éste, como López Simón en el mano a mano de la tarde).
En los tendidos venteños tomaron asiento Curro Romero, Miura, David Mora, Espartaco, Jesús Mariñas y Curro Vázquez. En el patio de cuadrillas del Patas, mientras saboreábamos un tinto de verano a la sombra del cuadro de Pericón, montaban guardia espadas de otro escalafón: Cancanilla de Málaga, Juan Castellón, Yeyé de Cádiz, La Tati-reciente triunfadora en el Conde Duque y que pronto presentará en Cádiz su espectáculo de homenaje a Chano Lobato… Y, por supuesto, atildados con elegantes ternos, Ramón El Portugués y Antonio El Pampero, felizmente reaparecido por estos pagos y a quien se echaba de menos en los cenáculos flamencos de la Corte. ¡Las noches delPatas no son las mismas sin el Pampero! Hecho un manojo de nervios pasó junto a ellos Juanito Villar, quien, tras santiguarse, espetó a Niño Jero:
-Tú tranquilo, Perico.
El guitarrista estaba, la verdad, tranquilísimo después de haber cosechado olés durante una hora a la izquierda de Antonio Villar, quien volvió a manifestarse como un valor en alza del cante, que borda empapado con naturales reminiscencias paternas y camaroneras. Estos carteles combinando a padre e hijo responden a una bien precisa lógica. El progenitor ayuda al vástago a ir ganando tirón en taquilla y él, a su vez, alivia al padre ya veterano del trago de haber de despachar seis toros en solitario. Exactamente lo mismo que por la tarde había hecho López Simón cuando, seriamente herido tras haber cortado una oreja ganada con sangre, insistió bajo su responsabilidad en salir a entendérselas con los dos últimos sanlorenzos de la corrida, triunfando con el quinto. ¡Y lo mató a recibir, aguantando con estoicismo y temple de torero grande!
Y es que el artista debe saber qué día no le queda otra que salir a vencer o morir. Eso lo ha tenido siempre claro Juanito Villar, uno de los cantaores que más entrega y pasión han derrochado sobre la silla de anea y que ya puso los tendidos a hervir con el negro bragado meano de la soleá y se empleó a por todas en unos tercios por siguiriyas que hubiera firmado el Urdiales que con tanta gallardía se dobló en los comienzos de faena a Campanito, tercero del encierro. Los tangos suenan proverbialmente a gloria en sus labios, como esas bulerías siempre especiadas por él con picazones extremeñas.
La noche, ya con aquello boca abajo, acabó con un duelo caracolero librado en pie entre padre e hijo y, a petición del respetable, otro por fandangos cerrado por Antonio Villar con uno verdaderamente sensacional de quemazón y brío. ¡Vaya fandango, señores! El listón quedó en verdad alto en lo que a flamencura se refiere en esta primera noche del ciclo de cante de la García Lorca, mientras en la primera planta Torombo y Paniagua -al cante, Juan Jose Amador hijo- entusiasmaban al abigarrado público con su danzar impactante y donoso.
En fin, que la temporada promete. De momento, como aún quedan días para la siguiente corrida, vamos a ir escuchando para hacer boca el disco de Pepe Luis Carmona. Y ya les iremos contando.
Entretanto… ¡Sean felices, como dice Antonio Ortega!
No hay comentarios:
Publicar un comentario