"...cuando los toros embisten como los dos de ayer de Victorino Martín y el toreo acontece con tanta grandeza como la mostrada por Manuel Escribano y Paco Ureña, la memoria lo guarda nos solo en las cabezas de cuantos pudimos verlo y gozarlo, también en nuestros corazones.
¡Viva la Fiesta! ¡Viva España¡ Por siempre y para siempre..."
Victorino, Escribano y Ureña recuperan el prestigio de la fiesta hasta los cielos
J.A. del Moral · 14/04/2016
Tres triunfos de histórico clamor: Victorino Martín reivindicó el honor de la ganadería de bravo con dos toros realmente bravos y nobles. De toros de excepción. Manuel Escribano consiguió el indulto del cuarto en medio del desbordado entusiasmo de los espectadores. Y Paco Ureña alcanzó la máxima gloria del torero con una irreprochable gran faena demostrando que la del año pasado en la Feria de Otoño de Madrid no fue casual
Sevilla. Plaza de la Real Maestranza. Undécima de feria. Tarde fresca con sol y algo más de media entrada.
Seis toros de Victorino Martín, muy bien presentados con el tipo y pelajes propios de la ganadería. Dieron juego vario destacando los lidiados en tercer y cuarto lugares por su gran bravura y nobleza, más redonda y completa las del cuarto que fue indultado tras larga petición del público. De los restantes, el que abrió plaza careció de fuerza aunque fue noble. El segundo fue muy bravo en varas y llegó a la muleta manejable. El quinto también cumplió en varas aunque manseando y llegó a la muleta brioso y repetidor aunque sin clase. El blando sexto fue el más difícil por la cortedad de sus embestidas hasta desarrollar peligro.
Manuel Escribano (berenjena y azabache): Dos pinchazos y estocada baja tendida, palmas. Indultó al sexto que fue devuelto a los corrales con la ayuda de la parada de bueyes que saltaron al ruedo sin esperar a que el matador simulara la suerte de matar con una banderilla, dos orejas y vuelta de indescriptible clamor acompañado del ganadero, Victorino Martín hijo y del mayoral. Salió a hombros por la puerta de cuadrillas.
Morenito de Aranda (avellana y oro): Pinchazo y estocada caída de efectos fulminantes, aviso y ovación. Estocada, silencio.
Paco Ureña (rosa y oro): Estoconazo caído de gran ejecución y prontos efectos, dos orejas. Pinchazo y media estocada, palmas. Salió a hombros por la puerta principal.
Grandes y celebradas intervenciones del picador Francisco José Quinta y de los peones Pascual Mellina, Víctor Hugo Saugar, Curro Vivas y “Azuquita”.
Los cabales aficionados que asistimos ayer a la plaza de la Real Maestranza sin llenar los tendidos ni las gradas e imagino que los miles de todo el mundo que pudieron ver la corrida a través de la televisión, gozamos hasta el infinito de un espectáculo de históricas proporciones. Un espectáculo de autenticidad, de grandeza y de inolvidable interés que vino a remediar por todo lo alto las grandes decepciones ganaderas que veníamos padeciendo y lamentando en los festejos anteriores.
La bendita impresivilidad de las corridas de toros nos dio esta inmensa alegría. Claro que, tratándose de la desde hace ya muchos años prestigiosísima ganadería, siempre caben esperar estas agradables sorpresas y ayer nos regaló dos de superlujo. Dos toros de excepcional juego por su bravura, casta y nobleza, sobre todo el lidiado en cuarto lugar que resultó de vacas y fue muy merecidamente indultado en medio de un clamor de enormes proporciones.
De nombre “Cobradiezmos”, su indulto fue tan histórico como el que hace años consiguió José María Manzanares de la ganadería de Núñez del Cuvillo. El segundo toro al que se le perdona la vida en la Maestranza al borde mismo de cumplir el cuarto de milenio de su existencia aunque hay datos de un primero lidiado hace no sé cuantos años. No hay ningún vivo para contarlo. Pero, gracias a Dios, somos muchos los testigos de estos dos eventos y, más concretamente, del de ayer.
Manuel Escribano fue el afortunado matador al que le cupo la gloriosa suerte de tener en sus manos un animal de tan superiores condiciones. No fue fácil conseguirlo porque estar a la altura de un toro así, es una proeza por sí misma. Para que a un toro le perdonen la vida, el afortunado torero está obligado a poner todo de su parte en tamaño propósito, dando rienda suelta a su capacidad y a su habilidad más que suficientes para lograr que el animal luzca sus condiciones hasta el infinito, de modo que a quien presida el festejo no le quepa más remedio que autorizar la conclusión del evento exhibiendo un pañuelo de color naranja.
Escribano ya había recibido al burel con una larga cambiada a porta gayola de irreprochable por limpísima ejecución – “Cobradiezmos” irrumpió en el ruedo como disparo – seguida de un hermoso y emotivo ramillete de lances a la verónica en los que el animal cantó las bondades que tendría después a lo largo y a lo ancho de su lidia. Había metido la cara por abajo yendo al capote con tanto brío y casta como luego lo hizo acudiendo al caballo con alegre fijeza aunque tardeó en arrancarse – decía el gran ganadero Carlos Núñez que esta manera de tardear en estos casos es señal de que el animal va a acudir con infinita codicia tras repensarla – y siguió comportándose con las mismas condiciones en el templado quite por delantales de Morenito de Aranda en su turno de intervención. Condiciones que siguió exhibiendo en el brillante tercio de banderillas consumado por Escribano con un tercer par al quiebro por los adentros junto a las tablas arrancando sentado en el escribo. La plaza ya echaba humo antes de que Escribano brindara la faena al respetable a sabiendas de que la conseguiría redonda sobre ambas manos y sin ahorrar nada en su completa interpretación muletera, templando, mandando y alargando los muletazos en redondo hasta superar la mitad del trasteo que tubo idénticas maneras cuando, después, se hartó de pegar naturales sin que al toro perdiera un solo gramo de la fuerza y de la bondadosa casta con las que siguió embistiendo sin dar la más mínima señal de agotamiento, sino todo lo contrario porque cuando la plaza hervía solicitando el indulto, el toro siguió y siguió obedeciendo al siempre templado engaño de Escribano que, también incansable, prolongó la faena con más muletazos y con adornos de clásica factura hasta que, por fin, el presidente accedió a otorgar el perdón de la vida de este magnífico y bellísimo ejemplar de pelo cárdeno claro, distinguiéndose con tal claridad de sus cinco hermanos que exhibieron pelo negro entrepelado.
Cuando Escribano pidió una banderilla para simular la suerte de matar, ya habían aparecido los bueyes en el ruedo y no pudo ejecutarla. Y una vez el toro devuelto a los corrales, se desató el alegre y emocionantísimo entusiasmo del público que mostró desbordado tanto al matador como al ganadero y al mayoral en una vuelta al ruedo más que apoteósica.
Solamente hubo un imperdonable borrón que ya había tenido la presidencia cuando Manzanares indultó al toro de Cuvillo. ¿Por qué no sacó los tres pañuelos blancos ordenando que además de las dos orejas concediera el rabo? ¿En nombre de qué y de quien tal negativa? Melindre estúpida porque, dada la excepcionalidad de la situación, hay que premiar al torero como merece. Escribano debió salir a hombros por la Puerta de Príncipe. Se la robaron.
El mérito añadido de Escribano en lograr lo que consiguió, tuvo mayor importancia porque antes, el diestro murciano Paco Ureña, había cuajado la mejor faena de la tarde. Un faenón de singularísimo estilo, perfecta interpretación del toreo clásico, adobado con las virtudes cardinales que diferencian a los toreros más dotados tanto por la técnica como por el arte que en el caso de Ureña exhibió con gran y elegante naturalidad, siempre derecho el torero que, además, se complació y nos deleitó muleteando completamente relajado, acompañando cada pase con un suave giro de su cintura y con gusto realmente exquisito sobre ambas manos porque, si magníficamente toreó por redondos, lo superó por naturales hasta entrar a matar por derecho y ejecutar la estocada como mandan los cánones aunque la espada cayó un poco en su colocación. La fulminante muerte del animal dio pasó a una delirante petición de los dobles trofeos.
Mi más cordial enhorabuena, Paco, por como confirmaste ayer nada menos que en la Maestranza de Sevilla que la también gran faena que hiciste en la pasada Feria de Otoño en Las Ventas de Madrid no fue una casualidad sino el feliz anuncio de que estás llamado a ocupar un lugar junto a los más grandes toreros de tu tiempo en un inmediato futuro.
Estas dos memorables actuaciones de Manuel Escribano y de Paco Ureña con dos toros tan excepcionales, eclipsaron el resto de lo sucedido en la corrida porque los demás toros, aunque más o menos interesantes, los de Victorino casi siempre lo son, no fueron ni de lejos tan buenos. El segundo espada, Morenito de Aranda, estuvo bien e incluso por encima de sus dos oponentes, sobremanera en su expuesta faena con el peor y más peligroso sexto toro con el que se pasó de metraje y de medida en seguir arriesgándose a costa de haber resultado cogido y herido. Desgracia que, por puro milagro no ocurrió.
No hace falta insistir en la grandísima emoción que provocó lo sucedido. La general alegría inundó el ambiente posterior a esta corrida que compensó las penas y los lamentos de las tardes anteriores. Así es esta Fiesta tan llena de contrastes y así es el toreo por imprevisible, efímero e irrepetible.
Lo acontecido ayer en este escenario incomparable nunca lo olvidaremos per secula seculorum. Sí, amigos y fieles lectores, por los siglos de los siglos, Porque cuando los toros embisten como los dos de ayer de Victorino Martín y el toreo acontece con tanta grandeza como la mostrada por Manuel Escribano y Paco Ureña, la memoria lo guarda nos solo en las cabezas de cuantos pudimos verlo y gozarlo, también en nuestros corazones.
¡Viva la Fiesta! ¡Viva España¡ Por siempre y para siempre.
Cobradiezmos, el toro indultado en Sevilla, número 37, cárdeno, de 562 kilos
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