"...De nacencia extremeña y firme rama de la casa Porrina, Guadiana suena con eco inconfundible cuando aborda los estilos de su tierra, pero ha devenido amplio conocedor del acervo flamenco y gusta y se gusta en los cantes libres -granaína, taranta, minera, malagueña…- que de un tiempo a esta parte cultiva con especial primor..."
Entre balcón y balcón, “Guadiana”
Que el flamenco hace buenas migas con la Navidad no es algo que vayamos a descubrir nosotros ahora, ni siquiera por haber visto este año reproducida en Madrid la experiencia a que este que suscribe asistió por primera vez en Flamenco On Fire de Pamplona de llevar el cante a los balcones para solaz de la afición paseante. El 29, en efecto, ya cerrando el año su lista de debes y haberes, sonaron en el Balcón de la Panadería de la Plaza Mayor madrileña los melismas por alegrías enduendados y viriles de Antonio El Potaje, secundado por la percusión de Guillermo García y la guitarra siempre entonada y con cosas que decir de Jesule Losada. En torno a tres mil personas, sin incluir a las hieráticas figuras de los belenistas, se emocionaron con el cante del nieto del Pili y sus acompañantes.Acudimos con prisa porque, aparte de que podríamos escuchar a Antonio también al día siguiente en la Iglesia de San José, donde Alcalá y Gran Vía confluyen y hay una imagen de San Judas Tadeo que se conmueve con las saetas como los madrileños con el Apóstol de las causas imposibles y donde asimismo se cosechó, por cierto, un lleno hasta la bandera, queriamos llegar a tiempo de asistir al recital de Guadiana en el Teatro de La Guindalera, primero de Madrid Flamenco y del que nos había avisado un José Maya a quien no hace mucho aplaudimos como protagonista en su escenario de El juego de Yalta, la adaptación por Brian Friel de La dama del perrito de Chejov.
Guadiana actuó, en efecto, como eje flamenco ayuntador del viejo con el nuevo año, como el puente de firme roca y verde musgo oficiante de nexo entre dos balcones de tanta responsabilidad como los que en verano conquistara en la capital navarra, pues el día 2 volvería el de la Panadería a ser ocupado por Enrique El Piculabe, cantaor también madrileño y con un excelente disco en la calle (Camino y tiempo, producido por Paquete Porrina). Si Potaje despidió al 2016, él dio desde el mismo lugar la bienvenida a 2017. Dos metales flamenquísimos en perfecta díada o juntura se asomaron, pues, al balcón para dejar con brillantez, de poder a poder y en todo lo alto el último par de 2016 y el primero de 2017.
Y bueno, Madrid Flamenco -una producción de la Escuela de Nuevas Música con el apoyo de la Fundación SGAE- es un evento coordinado por el gran pianista Pedro Ojesto y aún de pequeño formato, pero que aspira a crecer. Recogido y con una excelente acústica, el pequeño Teatro de La Guindalera ofrece un espacio ideal y muy hospitalario para la escucha del cante. Como, por otra parte, los precios no pueden ser más populares, estamos seguros de que así sucederá. Había en esta primera noche bastante gente del arte -Salomé Pavón, el genial compositor Juan Antonio Salazar, Eugenio Cobo, Pepe El Malagueño o el ya citado José Maya -que el 21 llevará con Ojesto su espectáculo Flamenquillos al Price– convocada por el espíritu de fin de año y la gran reputación cantaora de Guadiana, eco -en virtud de su evocación del caudal que emerge y se sumerge como el ciclo anual- más que a propósito para las fechas.
De nacencia extremeña y firme rama de la casa Porrina, Guadiana suena con eco inconfundible cuando aborda los estilos de su tierra, pero ha devenido amplio conocedor del acervo flamenco y gusta y se gusta en los cantes libres -granaína, taranta, minera, malagueña…- que de un tiempo a esta parte cultiva con especial primor. Inició con una larga tanda por soleá en la que predominaron los sones de Alcalá y Triana un recital muy sólido, burilado por la sapiencia, el paladar y el temple y en el que fue de menos a más, agavillando para su cante recio olés a tiempo, y dejó alto su cartel ya mucho más que acreditado.
Le acompañó a la percusión -con mucho aire y sin molestar nunca al cante- Antonio Losada, a quien días antes habíamos visto en La Latina en el espectáculo de su padre, Los gitanos cantan a Dios. Y rasgueó a su izquierda la guitarra Johnny Jiménez, uno de los tocaores que más nos interesan -porque nos sacan los olés- de la más joven hornada. Además, su toque solista -subyugante y rico en matices- le valió una fuerte ovación del público a la que hubo de responder saludando desmonterado desde el tercio. Otro, pues, que se asomó al balcón.
Y bueno… Ya, ¡a esperar lo que nos depare en año recién estrenado! Pronto, decíamos, Flamenquillos en el Price. Y en el Nuevo Apolo, nada menos que los Farrucos. Hasta muy pronto, por tanto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario