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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

sábado, 2 de mayo de 2020

Que nadie se mueva / por Paco Delgado



Pasan los días, las semanas y los meses, ya estamos casi a mitad de año, y el mundo sigue paralizado por el coronavirus. Y si en otros puntos del globo parece que comienzan a encontrar remedios y a respirar, por estos lares, lejos de ver el final del túnel, seguimos dando palos de ciego y sin saber muy bien para donde tirar.

Que nadie se mueva

Paco Delgado
Avance Taurino / 01.05.2020
Y a todo esto, con la economía al borde del precipicio, el sector taurino parece como si se hubiese quedado catatónico. Y es para estarlo, no en vano la situación es gravísima y nunca antes como ahora hubo tanto riesgo de un colapso que puede ser letal. Pero, precisamente por ello, también es preciso, urgente, que la gente del toro se movilice y espabile, que se ponga en marcha y que mueva todos los hilos posibles para encontrar alguna solución y salir del atolladero.

Contrasta, y entristece, ver cada día como, a pesar del trance, los del fútbol y el deporte en general, copan páginas en los periódicos y minutos y más minutos en radio y televisión. Es de admirar cómo sus dirigentes buscan el modo de volver cuanto antes a la actividad, cómo se afanan buscando fórmulas que palíen el desastre en la medida de lo posible y es de agradecer que, mirando también su bolsillo, traten de no dejar a millones de espectadores sin su espectáculo favorito.

Y viendo cómo se mueven aquellos, sorprende, y asusta, comprobar que en lo que a los toros respecta apenas se diga y se haga nada. Y eso que en algunos telediarios se les presta ahora más atención que en plena temporada y con todo el mundo en acción. Y no es que, como decía el otro día Carlos Bueno, no haya ningún Echanove a favor que apriete las tuercas a los que aflojan la pasta, que no lo hay; los que manejan el negocio taurino apenas han dirigido una tibia petición a la Administración y a esperar que escampe. Pero hay mucha gente que no puede esperar tanto. Los ganaderos están malvendiendo su producto como carne. Los toreros, sean de la categoría que sean, llevan cinco meses sin vestirse de luces… y sin cobrar, como tampoco lo hace nadie que esté relacionado o trabaje en algo que dependa del espectáculo taurino. Un panorama desolador y tremebundo.

Es por ello que sorprenda el inmovilismo del personal. No es que esto sea una novedad en el taurinismo, que lleva tres siglos haciendo lo mismo, pero dadas las circunstancias sí que hubiese sido de desear más agilidad y, sobre todo, una puesta en acción de todos los mecanismos a su alcance para evitar lo que muchos ya dan por muy probable: el encajar un golpe tan duro del que se tardará en reponer.

Y no son únicamente los empresarios los que han desaparecido, tampoco a las figuras -a las que ahora se las necesita más que nunca- se les ha visto dar ideas, pedir medidas excepcionales o, por lo menos, dejarse ver y recordar al mundo que ahí están, sin que parezca que haya habido la unidad precisa e indispensable entre los distintos estamentos del mundillo taurino para trabajar todos en la misma dirección.


Parece como si ya se hubiese tirado la toalla, se diese la campaña por perdida y se esperase a que el año que viene amanezca despejado y sin bicho. Simón Casas, en unas declaraciones recogidas en El País, ponía el dedo en la llaga y decía que la tauromaquia o se readapta o corre el riesgo de desaparecer. Una verdad como un templo, sólo que hay que asumirla y ponerla en práctica. Lo que conlleva empezar, pero ya, a mover el culo. Y aquí es como si nadie se atreviese a dar el primer paso. ¡Que nadie se mueva! Pero, ojo, recuerden que quien miró atrás se convirtió en una estatua de sal, que en cuanto llueve se deshace.

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