Valorar la actuación de un torero teniendo en cuenta el toro que tiene delante —cuyo comportamiento tampoco es de fácil tasación— ya tiene de por sí bastante complicación. Pero cotejar a los puntos la actuación de dos toreros diferentes, ante toros diferentes y con conceptos de lo que es torear nada parecidos, no tiene visos de ser lo más apropiado. Partiendo de la base de que ponerle nota, del uno al diez, a la forma en que se está jugando la vida un torero, es una vulgar irreverencia que solo puede servir para devaluar algo que no es en absoluto evaluable.
¿Cómo puntuamos el aire garboso a la hora de hacer el paseíllo? ¿Cuánto le daríamos a una media verónica de Morante enroscándose el toro a la cadera? ¿Cómo medimos un natural capaz de parar el tiempo? ¿Con cuántos puntos? ¿Y qué hacemos si llega la cornada? ¿Sumamos o restamos? ¿Añadimos como prórroga el tiempo de recuperación antes de dar el aviso? ¿Y si muere por esa causa? ¿Queda ya desclasificado?
Seamos serios. En una corrida de toros puede y debe haber competencia, pero no estamos en ninguna competición. Ni siquiera con el toro. Con el toro se lucha, no se compite. Después interviene el público, que en una fiesta —si queremos que lo sea— es una parte fundamental; y que con sus expresiones públicas —más o menos subjetivas— reclama de una autoridad —más o menos objetiva— la concesión o no de premios, que en los toros no son diplomas ni copas, sino orejas. Esa ha sido siempre la tradición, desde los tiempos en los que al torero lo que se le regalaba era el toro entero, y pasear la oreja era la forma de ostentarlo.
Igual eliminando la figura del presidente se gana en objetividad. Con las nuevas tecnologías se podría pedir la oreja con el móvil. Y poner un clarín automático que de los avisos con el minutaje justo. O un sensor en las rayas de picadores que acalambre al picador cuando se las pase. Y por qué no usar ya la inteligencia artificial. “Alexia devolvemos el toro? ¿Siri, a cuántos milímetros de la cruz ha quedado la espada? Cuenta los pañuelos. ¿Le damos la oreja o no?” Algunos estarían felices. En fin. No sabemos si dar copas puede venirle mejor a la fiesta que dar orejas. Lo que sí está claro —si de fiesta hablamos y no de espectáculo— es que el papel de los ayuntamientos y los aficionados es fundamental para que los toros sigan siendo lo que fueron. Un acontecimiento social, único y diferente en cada lugar.
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