Un hombre bajo un toro (Foto: AFP)
Luis Francisco Esplá, en el momento de la cogida en la plaza de Ceret (2007)
Luis Francisco Esplá, en el momento de la cogida en la plaza de Ceret (2007)
De ratones y hombres
Las cornadas asesinas del toro Ratón abren una nueva vía en el debate taurino: los toros matan. Lo que para los profesionales y aficionados es la base del desafío toro-hombre, para una parte importante de la sociedad, los políticos legisladores y los medios de comunicación es un axioma que siguen sin querer entender y ante el que sólo se detienen mediante sucesos como los protagonizados por el toro de Sueca (población valenciana) y otros similares.
Ratón copó portadas, abrió informativos, después de cobrarse su tercera víctima humana en los años que lleva de atracción en los festejos populares del País Valencià, esos correbous que el gobierno catalán protege y promociona mientras prohíbe las corridas. El País y El Mundo del domingo 21 de agosto le dedican sendos y amplios reportajes y en el segundo de ellos se afirma que: "el toro se comporta de esa manera por un trauma de infancia".
Sin entrar a fondo en el dislate semántico y de concepto que supone hablar de traumas de infancia en una animal, a partir de, según recoge la información, los malos tratos que sufrió a las pocas semanas de vida y que serían la raíz de su comportamiento, conviene pararse en la alteración de cualquier lógica. Recordemos, a su vez que los autoproclamados defensores de los toros llevan tiempo reclamando la retirada de Ratón pues está expuesto, dicen, a situaciones de estrés.
Según reiteran Mosterín, Pilar Rahola, Vicent, Rosa Montero, los políticos abolicionistas y otros, el toro es un animal pacífico que sólo ataca cuando el hombre le clava pinchos (sic). Y, claro, Ratón es un toro asesino porque el hombre, como en la canción de Jeanette, le ha hecho así. Pues no. El toro de lidia y también el de las calles, con otras características de crianza y selección, es un animal salvaje por naturaleza y que por selección genética ha evolucionado a lo largo de los siglos hasta el toro que hoy conocemos, de hechuras y comportamiento enmarcados, eso sí, en una amplia gama de características dadas por los ganaderos, alquimistas de la bravura (aunque sobre eso, claro, se podría abrir otro y muy distinto debate).
Como si los medios de información se hubieran puesto de acuerdo en recurrir confusamente y a contrapié a aquella máxima periodística de que es más noticia que un hombre muerda a un perro y no lo contrario. El 15 de agosto, fecha taurina por antonomasia, los diarios recogían en titulares la última hazaña de Ratón, mientras en las ferias y ciudades de la vieja piel de toro, hombres vestidos de luces soñaban con la gloria, desafiaban a la muerte (que es el toro), creaban arte, caían heridos, triunfaban o no, los públicos llenaban las plazas (algunas, no todas, que la crisis ahí está) y en los diarios apenas ocupaban, si lo hacían, un pequeño espacio en la localidad respectiva. Así nos va.
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