¿Morantismo o morantosis?
Cuatro palitos para entretener el verano
Por Álvaro R. del Moral
¿Morantismo o morantosis?
No hay que irse muy lejos para encontrar ejemplos muy similares, pero el caso es que el creciente interés que despierta Morante de la Puebla es directamente proporcional a la desesperante irregularidad de sus contadísimos triunfos. Morante ha sabido convertir sus infrecuentes recitales en milagros que se acrecientan en el boca a boca, se amplifican en los medios y se celebran con ese júbilo que ha pertenecido a contadísimos diestros a lo largo de la historia. El personal se consuela con un ramillete de verónicas aquí y allí, la media de aquel sitio… mientras se le va resistiendo ese concierto definitivo que, por quimérico, acrecienta el mito de un torero de culto que a veces sólo necesita esbozar un lance incompleto que culminan los fieles de esta nueva religión taurina a la que es difícil resistirse. Y el caso es que seguimos esperándole.
Echen una miraditas al escalafón.
Y fíjense en los diez primeros puestos de esta temporada extraña que refleja tiempo de recesiones y estrecheces. Hagamos algunas comparaciones: El 19 de agosto de 2008, con la crisis tomando asiento entre nosotros, publicábamos en estas misma página un escalafón que entonces ya lideraba El Fandi. Las 66 funciones que toreó hace cuatro años son poco más de la mitad que ha cumplido en 2012. Descendamos hasta la décima posición: en 2008 la detentaba otro torero, virrey del tercer circuito. El Cordobés había toreado 36 corridas de toros que hoy le habrían convertido en segundo del escalafón. Bajaremos hasta el final: ¿podemos considerar en activo al centenar de toreros que ha actuado tres, dos o una sola ocasión en la temporada 2012? Y sigan mirando detenidamente. ¿Encuentran entre los diez primeros los nombres de El Juli, Morante o Perera? Así está la cosa..
El auge de las económicas.
Habría que retroceder a finales de los años 80 -en plena eclosión de Finito y Jesulín- para encontrar un interés similar por las novilladas sin picadores. La irrupción de valorescomo el sevillano Lama de Góngora y el pacense José Garrido ha animado un cotarro que tampoco se puede entender sin esa vuelta a los orígenes y a las cosas pequeñas que ha traido aparejada la crisis económica. La oportunidad, que es de oro, se le volverá a ir crudita a este planeta invertebrado.
De las corridas televisadas.
Hemos preferido enfríar el guiso pero el lance merece el comentario. Mucho se ha hablado este año de las distintas modalidades de retransmitir corridas de toros y del conflicto catódico que ha gripado la mitad de una temporada que navegará por su curso bajo después de alto tribunal de Bilbao. Desde aquí y desde allí se han esbozado distintas teorías y puntos de vista sobre el asunto de la tele mientras se tensaba una cuerda que acabará por aflojarse, no lo duden. Pero el caso es que encontrar en la nuestra un espectáculo -por llamarlo así- retransmitido desde un pueblo de cuyo nombre no quiero acordarme añadía poca sal a priori al interés de cualquier aficionado envuelto en el tedio de la tarde de un domingo de agosto. El desfile de toros podridos y pitones romos, y faenas simuladas vendidas y locutadas con ese contraproducente positivismo que encanta a los taurinos terminó de confirmar certezas: no se pueden televisar gaches denigrantes que sólo pueden ser entendidos dentro de la privacidad de unas fiestas locales. En la televisión sólo debería valer la excelencia. Lo demás es contraproducente.
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